Columnas

Testimonio de Fernando Espósito: el golpe que viví

A 50 años del golpe en Chile

Siempre me he preguntado cómo pudimos ser tan huevones de pensar
que nos iban a dejar tomar el control sin hacer nada,
solo porque era la voluntad de la mayoría.

Jorge Baradit

Como siempre, cuando trascurren los primeros días de la primavera chilena, en el mes septiembre, se empieza a buscar la ropa liviana, primaveral. Ese día había decidido desempolvar mis sandalias para poder recorrer a pie las largas distancias bajo el cielo santiaguino que comenzaba a calentarse poco a poco haciendo juego con el clima político que se vivía. Varios gremios estaban en paro pidiendo la renuncia del Presidente, en especial el de los camioneros, quienes protagonizaban un paro patronal de los dueños de las empresas de transporte y de los potentados del comercio, con toda la oposición política atrincherada para salir al ataque.

El lunes 10 de setiembre tenía prevista mi asistencia a la Universidad Técnica del Estado (UTE), donde estudiaba, para estar presente en el campus y escuchar al Presidente en una visita programada hacía semanas y que cobraba especial importancia ya  que corría el rumor de que anunciaría su decisión de convocar a un referendo a fin de poner a disposición del pueblo su cargo, tratando de evitar una inminente guerra civil que parecía precipitarse aceleradamente. Esta fue la espada de Damocles que venía amenazando al gobierno de la Unidad Popular (UP) desde antes conformar la coalición que llevó a Allende a la Presidencia de la República.

Tenía clases programadas hasta tarde. Salgo de la Universidad a eso de las 22:20 hrs., voy un poco apurado a fin de alcanzar el tren que me llevaría a San Bernardo, comuna donde vivía con Sonia, mi compañera de vida. Era una población de casitas de interés social que aún hoy se llama Villa Chena. A pocos metros de la Estación Central me encuentro con Juan y María, nuestros mejores amigos de entonces, y en una rápida charla decidimos hacer planes para pasar unas fiestas patrias con un asado regado de buen vino[1], ya que intuíamos, como todos, que el desenlace de la grave crisis política no pasaría el fin del mes. El desenlace era una incógnita, a mi entender solo se podía pensar en dos alternativas: golpe militar o guerra civil. Viendo las cosas con la perspectiva del tiempo, creo que una guerra civil hubiera causado menos víctimas y obligado a los sectores golpistas a llegar a acuerdos negociados sin tanto derramamiento de sangre. Pero nunca me imaginé un escenario al estilo de España, con una sangrienta guerra civil.

A las 22:30 hrs. estoy sentado en un vagón del tren rumbo a San Bernardo, recuerdo ir vestido con un poncho de alpaca y llevo en mis manos mi carpeta y dos escuadras de acrílico color naranja, cuando se viene a mi cerebro un aviso premonitorio: “mañana es el golpe”. Como dice Isabel Allende: “había en el aire un anticipo de desgracia. Desde temprano un viento de incertidumbre barría las calles, silbando entre los edificios, introduciéndose por los resquicios de las puertas y ventanas”. Llego a casa, trato de conciliar el sueño, me quedo dormido muy tarde en la noche y despierto sobresaltado a las seis de la mañana. Sin pensar, en forma automática enciendo la radio, sintonizo la emisora Portales y escucho que el Presidente había salido de su residencia de Tomás Moro hacia La Moneda y que en breve se dirigiría al país.

A los pocos minutos oímos la voz grave y preocupada del compañero Allende, quien llama a los trabajadores a mantener la calma y ocupar sus puestos de trabajo. Se compromete a permanecer en el Palacio de La Moneda y defender al gobierno legítimamente elegido.

Transcurrida una hora volvemos a escucharlo manteniendo su compromiso de defender al gobierno de los trabajadores desde La Moneda. A partir de ese instante los acontecimientos se desarrollan aceleradamente; muchos pensamientos se acumulan en mi mente sin orden ni lógica, tardo varios minutos en darme cuenta de lo que realmente ocurría. Le digo a Sonia que espere, que no salga aún a su trabajo, pienso en mi padre que vivía a dos horas de donde me encontraba. Mi compañera y yo estábamos incomunicados de nuestras familias, de nuestros amigos, de nuestras relaciones, y lo que es peor: viviendo en una urbanización militar. De inmediato escuchamos el histórico discurso de Allende en Radio Magallanes, en el que anuncia que “colocado en un tránsito histórico pagará con su vida la lealtad del pueblo”.

Como cascadas de odio se precipitan los bandos militares, buscaban aterrorizar a la gente común, empleados, trabajadores, obreros, estudiantes, amas de casa, a fin de rendirlos antes de la batalla. Introducir el miedo en su mente, destrozar toda posible resistencia. El miedo era el arma más importante y la aplicarían con apresamientos masivos en campos de concentración, en estadios, barracas, cuarteles. El golpismo empezaría a crear centros de tortura, casas de seguridad, los militares daban paso a fusilamientos sistemáticos a lo largo del país, a fondear izquierdistas en el mar desde aviones y helicópteros. Un pueblo desarmado y no organizado era presa fácil para el fascismo que empezaba a instalarse. Serían 17 años, 17 eternos años.

De repente oímos en la radio la cadena del miedo, paralizados de impotencia. A las 11:30 hrs. escuchamos desde nuestra casa los estallidos de las bombas, nos encontrábamos a 16km del centro político de Santiago. Se había declarado toque de queda en todo el territorio nacional. Solo nos llegaban noticias elaboradas y distorsionadas por la dictadura, que ya hacía sentir el peso de su terrible bota. Allende, junto a más o menos 40 de sus colaboradores más cercanos, defiende a La Moneda, símbolo de la institucionalidad y la democracia chilena.

Fueron solo 40 hombres que enfrentaron a cerca de dos mil soldados apoyados por algunos tanques más aviones cazas que atacaban desde el aire con mortíferos misiles. Desde el interior del Palacio de La Moneda resistieron cerca de cuatro horas un bombardeo despiadado. El Perro Olivares agoniza en brazos de su amigo Allende, que llora inconsolable sosteniendo el ensangrentado cuerpo de quien fuera el director de TV Nacional.

Afuera, el ataque del Ejército es brutal y sostenido; adentro parece estar Leónidas acompañando el espíritu de los defensores de La Moneda, quien pronuncia aquellas célebres palabras: “ciudadano, ve y di al mundo que aquí hemos muerto por defender la patria”.

Pasadas las dos de la tarde, Allende y su gente se rinden, van saliendo por la puerta lateral del Palacio, ubicada en la calle Morandé. El Presidente los despide uno a uno y se queda solo en La Moneda. Entre los que salen está la Payita, su secretaria personal, quien logra rescatar el acta original de la Independencia de Chile, pero le es arrebatada por un soldado que insensiblemente procede a su destrucción.  Llovía sobre Santiago; digo mal,no llovía, Santiago lloraba.Dentro de La Moneda, tras una épica resistencia, Allende pasaba a la eternidad.

Al día siguiente, miércoles, al mediodía se suspende el toque de queda, con mi compañera salimos a comprar lo más urgente para comer, y de regreso encontramos rota la puerta de servicio de la casa. La allanan, se llevan nuestros libros y nos conducen detenidos a la Escuela de Infantería de San Bernardo. Lo que más nos afecta es esa sensación de miedo e infinita soledad, somos víctimas del soplonaje de los que se sentían dueños de un triunfo sobre la izquierda, logrado “con mano ajena”, tal como dijo el Presidente en su último discurso.

Recordando de nuevo Isabel Allende, ahora pienso que el miedo fue “una pestilencia de óxido y basura”. Esa noche, al tratar inútilmente de dormir, envejecí y murió mi juventud. Al salir el sol todo estaba consumado.

T: Fernando Espósito Sagárnaga Boliviano, residente en Chile en 1973

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