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Esa inmaculada y civilista oposición siempre ha procurado la vía militar (+Clodovaldo)

La dura y reiterada verdad es que en el sector contrario al chavismo la mayor parte del tiempo han tenido el timón los partidarios de salidas golpistas, armadas, violentas. Y los otros han guardado silencio, han mirado para otro lado.

La oposición venezolana ha dicho (y se ha dicho) muchas mentiras en estos 25 años. Tantas y tan repetidas que algunos de los mismos mentirosos han terminado creyéndoselas. Una de las más notables embustes de este tiempo es la que dice que son la parte civilista y pacífica de la sociedad venezolana, que son adversarios de las opciones militaristas y violentas.

Casi todos los dirigentes a los que usted ha oído clamando por el cese del tutelaje militar y pregonando la paz, son los mismos que han hecho toda clase de esfuerzos por calentar las orejas de los oficiales y el asfalto de las calles.

En materia de militarismo, en la oposición el que no ha incurrido en pecado por obra, lo ha hecho por pensamiento, por palabra o por omisión. No importa cuántas veces se santigüe y lance la primera piedra.

Podría ser gracioso, pero no lo es porque se trata de una conducta que ha hecho que corra sangre y le ha causado mucho daño al país en general, a las familias y a las personas de manera individual.

Revisemos la historia reciente del país y veremos que esos héroes cívicos, supuestos antagonistas del mundo bárbaro de los cuarteles, se han pasado muchas horas tratando de organizar un golpe militar o de poner al país en manos de fuerzas castrenses extranjeras, regulares o irregulares.

El golpe de los generales preñados

Como tantos otros recuentos de la época bolivariana, este lo podemos comenzar en 2002, cuando las fuerzas opositoras -todas juntas, incluyendo pirómanos y moderado-taimados-, aplaudieron un golpe de Estado que, en rigor, fue mediático, pero que contó con la actuación necesaria de un grupo de señores uniformados, viudos de las anteriores Fuerzas Armadas, las formadas en la Escuela de las Américas, las de los negociados con las grandes corporaciones bélicas de Estados Unidos y otras naciones del norte global, las del anticomunismo raigal.

Varios de esos personajes habían sido ascendidos y colocados en sus cargos de alto mando por su compañero de armas, el comandante Hugo Chávez. Algunos llegaron a ser de su extrema confianza. Pero, secretamente, andaban entendiéndose con las fuerzas de la reacción y llegaron al extremo de grabar un mensaje al país hablando de un número de personas asesinadas en el centro de Caracas, cuando todavía esos hechos no habían ocurrido. Y no fue porque practicaran las artes de la adivinación del futuro, sino porque estaban participando (o, como menos, al tanto) de un plan realmente macabro, con el inconfundible sello de “made in USA”.

Bueno, el 12 de abril, cuando se creyeron ganadores por nocaut fulminante, los integrantes de la oposición, la clase política civilista y pacífica estaban caminando de ganchos con la oficialidad golpista, mientras el Señor de los Considerandos leía el decreto (hecho por la flor y nata del derecho constitucional opositor) que desmontaba todo el Estado y sus autoridades electas de acuerdo a una Carta Magna aún niña.

También la burguesía y la jerarquía eclesiástica estaban allí ovacionando un derrocamiento, pero eso ya es como más clásico. Para la historia quedará la imagen del contralmirante enguantado (alguien lo llamó “marinerito de agua dulce”) que se regodeaba en la blancura de su traje de gala, y era piropeado por doñitas fashion de la alta sociedad, desempeñando su cargo de jefe de la Casa Militar del dictador Pedro Carmona Estanga, aunque este contaba con sus propios custodios, entre ellos un sujeto que portaba un arma que parecía sacada de una película de la nueva saga de la Guerra de las Galaxias. Por si acaso.

De ese día memorable (está prohibido olvidarlo) hay que recordar también a los generales que se quitaron esas máscaras que habían llevado puestas hasta entonces y se presentaron como los fachos que eran, milicos en el sentido sureño de la palabra. Fieles a ese rol, empezaron a reprimir las manifestaciones espontáneas del pueblo chavista que salía a preguntar por su presidente y se dedicaron con fruición a cazar dirigentes con la bendición de los eufóricos medios de comunicación, borrachos de revancha.

[Los medios que tanto habían protestado contra el militarismo de Chávez y que hablaban a nombre de la sociedad civil, quedaron en evidencia como los más guerreristas partidarios de la manu militari. Pero ese es, definitivamente, un extenso tema aparte].

Al retornar a su puesto, el presidente legítimo optó por un discurso de reconciliación con la célebre escena del crucifijo y el llamado a todo el pueblo (incluidos los militares) para que volvieran a sus casas y a sus guarniciones, un gesto para nada menor, pues un contragolpe tan espectacular y contundente bien pudo cerrarse con una razzia profunda en la Fuerza Armada Nacional Bolivariana, en Petróleos de Venezuela y en toda la estructura del Estado (y de los medios).

Caemos acá en el terreno de la especulación, pero no fue así como reaccionaron los gobiernos del Pacto de Puntofijo ante asonadas militares fallidas como las ocurridas en los años 60 y las dos de 1992. Basta revisar los discursos de Rómulo Betancourt en aquellos primeros años y el de David Morales Bello, el 4 de febrero del 92, para suponer lo que hubiera hecho un gobierno adeco en el caso de haber sido derrocado y restaurado.

[Vamos con otra digresión: en el caso de 1992, para los que no lo sepan y para quienes lo hayan olvidado, se aplicó la justicia militar sumaria y todos los implicados fueron a dar a prisión. Lo que ocurrió en el siguiente gobierno, el de Rafael Caldera, fue otra cosa, en opinión de muchos, un intento fallido de evitar el colapso del sistema político imperante o el fruto de sus propias contradicciones].

El gesto del crucifijo no fue el único de magnanimidad de la supuesta “dictadura” chavista, pues el episodio en el que se instauró un gobierno de facto empresarial-militar se salda con una decisión del Tribunal Supremo de Justicia en la que se determina –de un modo casi surrealista- que no hubo golpe de Estado, sino una acción realizada por unos generales y almirantes preñados de buenas intenciones.

El circo mediático de Altamira

El recuento apenas empieza, pues después del 11 de abril y del fallo obstétrico del TSJ, los oficiales que seguían con sus embarazos de alto riesgo (eran primerizos añosos) volvieron al primer plano al instalarse en la plaza Altamira a protagonizar un show mediático que se vendió como un golpe de Estado realizado gota a gota, pues cada día se sumaban más militares. Empezaron oficiales de cierto rango, pero luego de unos días, aparecieron incluso algunos sargentos, cabos, distinguidos y rasos.

En este tiempo pudo apreciarse de nuevo la debilidad que la “sociedad civil” y sus medios de comunicación favoritos tienen por los uniformados, siempre y cuando sean de derecha, preferiblemente fascistas.

Sería pertinente revisar de nuevo los videos que mantenían al aire 24 horas las televisoras golpistas de entonces para rememorar los nombres de todos los dirigentes políticos, empresariales, religiosos y faranduleros que pasaron por allí a tomarse fotos (aún no eran tiempos de selfies ni de redes sociales) con los aspirantes a gorilas.

La gente cool de la clase media y la oposición enloquecieron con los militares alzados mediáticamente, quienes hasta firmaron autógrafos en los pechos y otras zonas anatómicas de bellas jóvenes y también de damas de otras edades y otras categorías estéticas, todas embelesadas por el encanto de los soles, las estrellas y demás símbolos de la jerarquía castrense.

El circo de Altamira terminó mal, como era de esperarse, con los protagonistas desgastados y varios expedientes abiertos, no por acciones de subversión política, sino por crímenes comunes cometidos entre los mismos efectivos militares y contra varias mujeres. Para colmo, ocurrió el trágico caso del hombre (enloquecido por los medios, según se dijo entonces) que entró a la plaza disparando sin ton ni son, al mejor estilo gringo.

Veleidades paramilitares y mercenarias

Derrotada la opereta de la plaza y también el arrogante paro-sabotaje petrolero y patronal, la oposición pasó el año 2003 lamiéndose las heridas, pero a comienzos de 2004, mientras tramitaba el referendo revocatorio contra Chávez, uno de sus segmentos orquestó una invasión paramilitar que tuvo como base de operaciones unos terrenos ubicados en el municipio El Hatillo, es decir, en plena zona metropolitana de Caracas.

El plan era que los irregulares colombianos vistieran prendas del Ejército Bolivariano para simular un alzamiento y provocar escaramuzas y, de ser posible, una guerra civil. En el caos así generado, esperaban derrocar de nuevo al presidente constitucional. ¡Se habrá visto gente más pacífica!

Desde entonces han sido varias las tentativas en las que se ha utilizado a los paracos, aprovechando el mando que sobre esos grupos ejercen el expresidente colombiano Álvaro Uribe y sus secuaces, enemigos jurados de la Revolución venezolana.

Esas sanguinarias bandas han estado involucradas en las tres olas de “guarimbas” (focos de violencia terrorista callejera en 2004, 2014 y 2017), en los intentos de invasión de febrero de 2019 (la Batalla de los Puentes) y mayo de 2020 (Operación Gedeón), así como en planes que no llegaron a detonar, como la Fiesta de Caracas (julio de 2021).

En el capítulo de la Batalla de los Puentes, los factores que dirigían a la oposición en ese momento (con el silencio cómplice de los otros partidos) incitaron a oficiales e individuos de tropa de la FANB a desertar. Quienes lo hicieron quedaron abandonados del lado colombiano, pues los “líderes” de la operación se apropiaron de los fondos destinados a su manutención.

Operación Gedeón y la oposición
Operación Gedeón y la oposición

En el caso de la Operación Gedeón se agregó notoriamente el componente mercenario, pues las acciones fueron ejecutadas por una de esas empresas de “contratistas militares” que funcionan en Estados Unidos, casi todas conducidas por exmilitares de ese país, dedicadas a hacer los trabajos más sucios entre los muy sucios.

La incursión marítima, a pesar de su fracaso, hizo que la oposición venezolana elevara a la condición de ídolo a un oficial que en tiempos de Chávez había sido uno de sus enemigos públicos: el mayor general Clíver Alcalá Cordones. Ese cambio se produjo porque se supo que fue él quien coordinó la Operación Gedeón, desde Colombia.

La pregunta que surge en estos casos es clara: ¿pueden considerarse personas y grupos de vocación civilista y pacífica estos que juegan a darle beligerancia al paramilitarismo colombiano, que tanta desgracia ha causado en su país de origen o a los ejércitos mercenarios que responden a los intereses imperiales?

Es claro que las actuaciones de la oposición en Venezuela iban a tener como objetivo militar a la FANB, los cuerpos policiales y los sectores populares que respaldan al gobierno revolucionario o que, sencillamente, rechazan la vía de la intervención extranjera armada.

Esos sectores eran también el blanco de las operaciones militares multinacionales que llegaron a planificarse, según lo han admitido luego funcionarios de Estados Unidos, Brasil y Argentina. Los soldados, oficiales y milicianos venezolanos hubiesen tenido que enfrentar a esas tropas extranjeras de haberse revivido el infame Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), invocado por Machado, Ledezma y tantos otros “civilistas”. En sus intenciones, fueron actos de guerra, sin atenuantes de ninguna clase.

Intentos de golpe: el Azul y el de los Plátanos Verdes

En lo que respecta a intentos de golpe de Estado con participación militar, los archivos confidenciales de los cuerpos de inteligencia deben tener unas cuantas carpetas muy gruesas.

Quizá las dos intentonas más destacadas, entre muchas otras, sean el llamado Golpe Azul (u Operación Jericó), del año 2015 y el Golpe de los Plátanos Verdes, en 2019.

En el primero participaron oficiales de la Aviación Militar Bolivariana (cuyos uniformes son azules, de allí su nombre) y prominentes dirigentes opositores como Julio Borges y Antonio Ledezma.

Los cabecillas del segundo, Leopoldo López y Juan Guaidó, juraron a sus aliados estadounidenses que tenían el apoyo del alto mando militar y se quedaron esperando por ese respaldo durante su fantasiosa toma de la base aérea La Carlota.

En ese trance se produjo la traición y deserción nada menos que del director del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin), general Manuel Cristopher Figuera, quien ahora es, abiertamente, empleado de la CIA.

[De inmediato, para los opositores este oficial dejó de ser “el jefe de los torturadores de presos políticos” y “el asesino de Fernando Albán”. Pasó a ser un ídolo de la resistencia al rrrégimen. Pero ese es otro asunto lateral].

Es necesario subrayar que ese día, López y Guaidó, en medio de su atrabiliario golpe platanero, recibieron el apoyo de casi todo el resto del liderazgo opositor, incluyendo a varios que posan de santos varones o de señoritas viejas del antimilitarismo, en su empeño de marcar distancia.

La delación de Ledezma

Toda esta somera revisión de antecedentes viene a cuento luego de las revelaciones de Antonio Ledezma sobre las conversaciones que él y María Corina Machado han sostenido con oficiales de la FANB para que estos obliguen a que se retire la inhabilitación de la dirigente del partido Vente o, mejor aún, para que depongan a Maduro de una buena vez y le cedan “el coroto” a uno de ellos [¿a cuál?, ya sería otro conflicto, pero dejemos eso así].

Visto el recorrido anterior, es obvio que no resulta para nada insólito ni inesperado que la oposición  como estos anden en tales trámites. Es lo que han hecho siempre y, como dice el dicho llanero, “perro que come manteca, mete la lengua en tapara”.

Tampoco es descabellado pensar que tienen, efectivamente, interlocutores, aunque la mayor parte de ellos han de estar ya fuera del servicio activo debido a que participaron en alguna de las tentativas anteriores.

Es natural que en el mundo militar haya opositores. Siempre ha sido así. De otro modo no puede entenderse cómo fue que en el seno del Ejército de los años 80 aflorara una tendencia subversiva cercana a la izquierda. Tampoco podría entenderse cómo un oficial como Cristopher Figuera fue director de la policía política en medio de una coyuntura tan compleja, siendo él un agente de la derecha extrema y del imperio.

Visto así, las declaraciones de Ledezma y la oposición lucieron más como una delación, la ruptura de un principio básico de cualquier conspiración, que es el secreto. Es otro de los problemas que siempre han arrastrado los opositores: son demasiado bocones y dados a ganar pantalla y volverse virales. Así no se puede.

A manera de reflexión final, es evidente que lo de la vocación civilista y antimilitarista de la derecha venezolana es una de las mentiras más largamente cultivadas y, al mismo tiempo, más reiteradamente refutadas por sus propias acciones.

T/Clodovaldo Hernández/LaIguana.TV/LRDS

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