El Sur

La marcha de la CGT, movilizaciones en Argentina

Una convocatoria extraña, sin precedentes. La arenga de Moyano, alerta y señal de identidad. La muchedumbre, pertenencia y ejemplo de civismo. La gestión de Massa: ilusiones, construcción de autoridad. Medidas anunciadas y pendientes. La inflación copa la vida cotidiana de la gente común. La derecha desatada, demasiados ejemplos.

La Confederación General del Trabajo (CGT) atesora un historial nutrido de movilizaciones en la Capital. Locaciones y escenografías diversas. Ejemplos sobran, van contadas muestras. Saúl Ubaldini, el dirigente más querido y convocante desde la década del 80, llegó a hablar arriba de una grúa levadiza.Hugo Moyano congregó muchedumbres cerca del Monumento al Trabajo, en la avenida 9 de julio, en Plaza de Mayo, en River.

Durante el gobierno macrista el triunvirato que conducía la CGT convocó a un “no lugar”, sin tradición ni sentido: la Diagonal Sur para no ir a la Plaza de Mayo desafiando al expresidente Mauricio Macri. Los triunviros oradores divagaron, no dieron respuestas a las bases que le pedían un paro general, las desoyeron. Se llevaron un reproche diáfano, dos versos rotundos: “poné la fecha/la puta que te parió”.

Variedad hay para regalar con “unidad”, con divisiones, coreando “hay una sola CGT” cuando coexistían o contendían dos o más. Aun así, es difícil recordar un acto tan indefinido como el del miércoles 17 de agosto. Sin consignas, sin palco, sin oradores. Apenas un documento insulso, difundido de antemano, olvidable y ya olvidado.

Las imprecisiones trascienden al gremialismo peronista: traducen las dificultades del oficialismo para expresarse, para tomar posición frente al Gobierno del presidente Alberto Fernández.

De cualquier forma, la marcha comprobó la enorme capacidad de movilización de la principal central obrera, acompañada por la CTA de los Trabajadores y algunas organizaciones populares.

Cientos de miles de personas se dieron cita con orgullo de pertenecer, portando pecheras, dándole duro a los redoblantes. Con una conducta colectiva digna de mención: demostraron civismo y respeto. Fatigaron el centro porteño sin incidentes, sin violencia, sin vidrios rotos. Se corroboró, enésima oportunidad, que el pueblo en las calles no suele suscitar agresiones ni desmanes. Que cuando estos ocurren, casi siempre, son consecuencia de provocaciones de las fuerzas policiales, las de seguridad o los “servicios”.

La movilización sintetizó o compensó posturas distintas dentro de la CGT. Escenificó su máximo común denominador. Los sectores más combativos se vieron expresados en el mini acto cuyo orador fue Pablo Moyano. Sin el carisma del padre Hugo pero con su estilo del pasado, subido a un trailer, interpeló al presidente Alberto Fernández. Sintetizó el malestar y las demandas de la marea humana que se propagaba desde el Obelisco hasta el Congreso: «Que el presidente Alberto ponga lo que tiene que poner. Que no se preocupe que los trabajadores lo vamos a bancar». Pertenencia y reclamos, un cóctel complejo.

La claridad está enfrente: Otro común denominador es mantener las paritarias con su dinámica indexatoria de 2022. Se reabren a cada rato, procurando empardarle a la inflación. Líderes de distintas prosapias concuerdan en ese aspecto, clave en el apoyo que dispensan al ministro de Trabajo Claudio Moroni.

El modelo sindical argentino lleva décadas de vigencia, la cambiante realidad social lo excede y exhibe sus fallas. Pero debatirlo de buena fe y (ni qué hablar) reformarlo legalmente se torna una misión imposible. Es que la poderosa derecha cuenta con buenas chances de regresar a la Casa Rosada. Tiene más claro qué hacer respecto del movimiento obrero, la legislación laboral, las conquistas de los trabajadores; arrasarlos. Uno de los medios que responde a Macri le atribuye una frase implacable: “con los gremialistas hay que hacer lo que se hace con los caballos cuando tienen una lesión incurable: sacrificarlos con el menor sufrimiento posible”. Textual o no, sintetiza su proyecto y su idiosincrasia: la derecha quiere regresar para duplicar lo cometido entre 2015 y 2019.

El mapa político cultural, doméstico o internacional, muy corrido a derecha, arrincona las perspectivas reformistas de los movimientos nacional populares. Las recetas neocon son viejas, coleccionan fracasos recurrentes… pueden ser repuestas en los próximos años.

La realidad cotidiana embreta a las cúpulas sindicales. Sobre todo, la inflación y la insuficiencia del poder adquisitivo de los ingresos fijos que vienen en yunta. Las medidas paliativas que se debaten, con diferentes grados de combatividad y legitimidad ante las bases, pueden valer para pasar dos o tres meses. Si la inflación no se controla, los bonos o las sumas fijas, la elevación del Salario Mínimo Vital y Móvil se reducirán a parches.

Las organizaciones sociales de izquierda radical se dieron cita en Plaza de Mayo. Número sensiblemente menor a la movida cegetista pero con consignas y posicionamiento político claro. Opositor acérrimo. Queda para análisis más refinados preguntarse por qué esa izquierda –con presencia social, gimnasia de calle y representación en el Congreso desde hace años– crece poco en las elecciones nacionales o provinciales, a la hora señalada.

La derecha autóctona a su vez, cuenta con un caudal de votos constante, casi inexplicable después del cuatrienio de devastación cambiemita. Pero ahí está, acechando y avanzando más allá de sus reyertas internas.

Los gobernadores, la pax massista: Los gobernadores peronistas y el radical compañero de ruta santiagueño Gerardo Zamora se reunieron en La Plata. Lo concretan mes tras mes, cuando falta un año para la secuencia de las elecciones presidenciales y menos para casi todas las de recambio de ejecutivos provinciales.

Las provincias (desendeudadas en general) necesitan el flujo de fondos nacionales. El Consenso Fiscal tiene media sanción en el Senado y se trata en Diputados: una herramienta necesaria pero no suficiente. Viene contando con el aval de los tres gobernadores radicales cambiemitas. Para los compañeros gobernadores es menester, además, que no se interrumpan otros mecanismos de financiamiento nacional. Tiene que mantenerse la obra pública, pilar del crecimiento económico y la suba de empleo. Es imprescindible, urgente, conseguir resultados palpables contra la inflación.

Constituyen demandas sensatas, en defensa propia, expresadas en un documento prolijo, minga de altisonante. Los gobernadores son aliados: precisan respuestas. Saltan a la vista simetrías con las cúpulas sindicales, salvando notorias distancias y diferencias de roles.

Los mandatarios, fuertes en sus terruños pero golpeados en las elecciones de 2021, habían clamado por cambios en Nación durante el remoto comienzo del invierno.

La dirigencia peronista, en conjunto, vivió con alivio el advenimiento de Sergio Massa como “primer ministro de facto”. Durante unos días cundieron versiones sobre caída del gobierno, Asambleas legislativas. En parte motivadas por pressing de los medios hegemónicos y ciertos puntales de la opo política, los especuladores de la City. En los quinchos peronistas se le concedía crédito, escalaba el recelo. Este cronista interpreta que los temores eran exagerados, que la gobernabilidad jamás estuvo en tamaño precipicio. Pero esa percepción era dominante y las percepciones colectivas a menudo gravitan como si fueran hechos. La falta de activismo de la Casa Rosada, la parálisis, le quitaban el sueño a la dirigencia justicialista. El insomnio, por ahí, incubaba la pesadilla de la anomia. La inacción, pecado capital, era su causa preponderante.

Massa agrupó poder, se hizo pie en términos truqueros, quedó como referente. La tranquilidad se expandió. El ordenamiento del Gabinete, el liderazgo en gestión, la suspensión de las internas en la cúpula, calmaron los nervios. La tregua interna incluyó a compañeros históricamente críticos o antagónicos del ministro de Economía. Hasta se llega a describir como virtud epocal sus sesgos a derecha o las relaciones con el establishment económico y la “Embajada”. Geometrías políticas, típicas de “mesas de arena”. De cualquier modo, un gobierno compite con la realidad, vive “condenado a representar” a la gente común, a satisfacer sus necesidades, derechos y reclamos.

La asfixia financiera del Banco Central cobra prioridad porque una devaluación provocada por “los mercados” es un peligro eventualmente letal. Pero la clase trabajadora no vive en los pasillos del Central ni se mueve “en la macro”. Necesita resultados tangibles, que le mejoren la vida cotidiana.

Los anuncios oficiales se yuxtaponen, en parte se contradicen. Un acuerdo de estabilización concertando precios y salarios por sesenta días no es lo mismo que un cónclave entre la CGT y la Unión Industrial Argentina (UIA) para sellar algún aumento salarial extra paritarias (bono o suma fija, en distintas versiones). Tampoco las dos acciones son acumulables. De momento, para colmo, no se plasmó ninguna de las alternativas.

Los estrategas que imaginan escenarios electorales para el año que viene saben que sería muuuy exótico (nada es imposible del todo) que triunfara un oficialismo en un contexto de inflación como la actual.

El impacto en la vida: Cualquier conversación grupal, observa quien les habla, llega a la inflación. Un tópico cotidiano: “fui a la verdulería, compré tal y cual. ¡Pagué xx!”. Nadie está exento… Los sobresaltos se suceden, se comparten.

Una encuesta realizada por la Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín (EIDAES | UNSAM) publicó un informe elaborado por Ariel Wilkis y Esteban Foulkes que aborda el impacto de la inflación en la vida cotidiana. Según su propia síntesis: “el trabajo se basa en una encuesta sobre 800 casos en el Área Metropolitana Buenos Aires y aborda, entre otros temas, la transversalidad de la experiencia inflacionaria, el miedo de los/as ciudadanos/as al descenso social, el modo en el que el aumento de precios afecta a la organización y la vida familiar y cómo las adhesiones políticas modifican las interpretaciones sobre las causas de la inflación. Entre sus principales hallazgos se destaca que un 83 por ciento de las personas encuestadas asegura que tuvo que tomar medidas para resguardarse de la inflación, y un 68 por ciento cree que va a bajar de clase social en los próximos meses”. Los datos corroboran lo que registra el sentido común.

Entre tanto los Federico Braun de esta vida siguen remarcando. La derecha, en sus distintas expresiones, avanza.
Los conocidos de siempre: La dirigencia cambiemita se intuye ganadora en 2023. Acelera las internas corriendo el riesgo de almorzarse la cena. La confianza puede derrapar hacia la incontinencia. Las zancadillas y ofensivas pueden terminar hiriendo a los propios. Y lo que es más grave: ahuyentando a las personas no encuadradas, no politizadas, no contenidas en la polarización. El mensaje atañe a las dos coaliciones mayoritarias, desde ya.

La arrogancia del establishment lo lleva a mostrarse demasiado. ¿Son tan populares las reformas laborales, la suba de edad jubilatoria? Habría que ver.

En paralelo, tal vez sintonizando mejor con broncas colectivas crece el punitivismo. Denuncias penales de periodistas contra colegas… en Comodoro Py por cierto.

Nuevas causas penales contra Milagro Sala que lleva más de seis años presa. Una condena de prepo más prolongada que la impuesta al represor (excapo de la Fuerza Aérea) Orlando Ramón Agosti en el juicio a las Juntas.

El juez federal Rodrigo Giménez Uriburu, salpicado de sospechas por trato promiscuo con Macri, ostenta un mate con los colores de su equipo de fútbol-lobby, el Liverpool, en la sala de audiencia del Tribunal Oral. Un mensaje provocador o patotero o con tufillo mafioso.

El embajador estadounidense Marc Stanley se desata dando consejos de campaña a la oposición. La intromisión descarada hace juego con el contorno.

El Gobierno necesita mejorar indicadores económico sociales, le corre una cuenta regresiva. Entre tanto, no cancela derechos, no deroga conquistas, no suprime garantías. No encarcela opositores ni críticos. Los dirigentes sociales que lo cuestionan y ocupan el espacio público no deben temer ser reprimidos o apresados sin proceso… salvo que haya cambio de gobierno.

Retomemos el punto de partida de esta columna. El potencial de la CGT para movilizarse se verificó de nuevo, por ahora es un recurso latente a la espera de una oportunidad. Seguramente su convocatoria fue la mayor del año dejando aparte la movilización única e inalcanzable del 24 de marzo. Un año pleno de ocupación del espacio público, en la que el oficialismo queda relegado a segundo plano.

Entre sus partidarios y militantes es habitual el reclamo de participar, de “reventar las calles”. Un propósito válido que no se consigue fácilmente.

La revuelta callejera es un medio fundamental en nuestro sistema político. Erosionó al macrismo, años ha. Su dinámica, intuye quien les habla, difiere según quien la ejercite. Si se hace desde el oficialismo, es imprescindible algo más que objetar, que “oponerse a la oposición” en cualquiera de sus vertientes, que enfocarse en reformas judiciales. Iluminar un horizonte más propicio, abrir resquicios a la esperanza, a creer en un futuro digno y vivible.

La gente en la calle siempre oxigena, la expectativa de mejorar completaría un combo. Claro que para eso hay que señalar un rumbo, convencer, reconstituir vínculos.
T/Página 12/LRDS

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