El Sur

Petro nombra como embajadora de Colombia ante la ONU a una dirigente indígena

Leonor Zalabata, dirigente indígena arhuaca de la mítica Sierra Nevada de Santa Marta, fue nombrada el martes vía Twitter por el presidente electo Gustavo Petro como la nueva embajadora de Colombia en la ONU. Zalabata es Premio Internacional Anna Lindhs de los derechos humanos, otorgado por el gobierno sueco.

En 2019 recibió el premio franco-alemán de derechos humanos Antonio Nariño. Fue elegida para el Parlamento Andino en 2014, aunque después los congresistas que ansiaban esos cargos lograron anular la elección y nombrarse entre ellos. Ha sido Comisionada de Derechos Humanos de los Pueblos Indígenas de Colombia y miembro de la Red de Mujeres de Biodiversidad de la ONU, así como representante en la Mesa Permanente de Concertación de los Pueblos Indígenas de Colombia con el Gobierno.

«Nosotros (los indígenas) somos distintos porque respetamos al otro que es distinto y respetamos el espacio que tiene. Esa forma de pensar nos ayuda a mantener la paz», aseguraba en una extensa entrevista para el libro Mujeres, paz, política y poder (Ediciones Aurora, Bogotá 2016).

En las Naciones Unidas tendrán que acostumbrarse a que esta abuela indígena de 58 años y hablar pausado no tiene que ceñirse a los tiempos acotados de los discursos en este foro mundial. Si quieren comprenderla, tendrán que ponerle atención al delicado tejido de sus palabras, eco de generaciones. También habrán de acostumbrarse a su vestimenta tradicional, de lana blanca, y a su bolso en crochet blanco y negro cruzado al hombro, con dibujos que tienen un hondo significado. Todos los arhuacos, hombres y mujeres, visten su traje tradicional estén donde estén.

El pensamiento indígena descuella en paneles y foros en Colombia porque no ha perdido el sentido de lo prioritario: la Madre Naturaleza es la religión de los 115 pueblos originarios de este país. Entre los arhuacos las mujeres son la Tierra, la Tierra es la Madre y la Madre es mujer. Todas las mujeres representan la Madre Tierra y por eso sí importa que jueguen un papel en la cultura.

Leonor Zalabata proviene de un sitio especial. La Sierra Nevada de Santa Marta es la mole montañosa más alta del planeta al pie del mar. Parece una pirámide de tres caras con una belleza natural capaz de hacer llorar; sus estribaciones miran hacia el Caribe y sus picos (de hasta 5.775 msnm), recubiertos de nieves perpetuas, son los más altos de Colombia. Está convencida de que, si los indígenas tuvieran las ideas desarrollistas que se profesan en el resto del país, no existirían más esos paisajes ni su abrumadora biodiversidad.

La Sierra Nevada de Santa Marta, en la cosmogonía de sus habitantes originarios —los arhuaco, los kogui, los wiwa y los kankuamo— es el origen y el centro del mundo. La misión de estos pueblos es cuidar al máximo ese lugar, por eso son los Hermanos Mayores. Nosotros, el resto, somos los Hermanitos Menores. Nos separa de ellos una Línea Negra que fue reconocida por el Estado colombiano en 1994, una frontera que une sitios sagrados y de pagamento (lugares de peregrinación). Las cuatro culturas son diversas, cada una con su propia lengua, sus costumbres distintas y sus formas de convivencia que también difieren. «Lo que tenemos en común, lo que nos hace iguales, es la visión del mundo», dice Leonor Zalabata. Los cuatro pueblos están declarados «en situación de alto riesgo» por la Corte Constitucional y sus territorios en la parte baja y media son violados e invadidos por narcos y campesinos.

Los kankuamo primero se diluyeron culturalmente, debido a que sus tierras quedaron más expuestas a la civilización occidental. Pero con el resurgimiento de Abya Yala (el nombre original de América), a comienzos de los años 1980, volvieron a reconstruirse gradualmente como pueblo. Más recientemente, entre finales de los años 90 y comienzos de este siglo, durante la guerra insurgente-contrainsurgente, fueron objeto de ataques genocidas.

Leonor Zalabata tiene claro que los pueblos indígenas de Colombia existen únicamente por la resistencia, y esta es «una forma de mantener la paz». La educación occidental les llegó a los arhuacos en 1909 con los madereros y los que llegaron a explotar otros recursos naturales de la Sierra Nevada. Les compraban barato a los indígenas sus tejidos y les vendían caro los siempre anhelados anzuelos, clavos y herramientas. En 1917 los arhuacos pidieron la protección del Estado, y este respondió mandando misioneros capuchinos españoles contratados ex profeso, cuya tarea resultó ser cambiar las costumbres y la filosofía indígena. La cultura indígena se prohibió. «Mandaron a cortar el pelo, cambiar el vestido, dejar las prácticas tradicionales. Raptaban a los niños desde los tres años para llevarlos a un centro (un internado) donde los educaban bajo la visión del resto del país», contó Leonor Zalabata.

T/ Público/ LRDS

 

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