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Venezuela exporta su lema: “El que se mete con Rusia se seca”

Digámoslo en el idioma franco del imperialismo estadounidense, el inglés, para que se entienda por allá en el norte hegemónico (por ahora): “Whoever attack to Russia, dries up”. O intentemos escribirlo en ruso, mediante uno de esos traductores de internet (no sé si estará bien o no, que conste): кто нападает на Россию, иссякает. En todo caso, traduzcámoslo debidamente al castellano o, mejor dicho, al venezolano: “El que se mete con Rusia, se seca”.

Claro que si la Federación Rusa comienza a usar esta frase, sería un plagio en alfabeto cirílico. Pero, no importa, porque Rusia ha sido aliada de Venezuela en los peores momentos, así que podemos hacer una exportación no tradicional y prestarle el lema que tan útil ha sido en este rincón tropical. Y, por lo demás, constatar que le calza bien y le funciona, lo cual es muy satisfactorio para todo aquel pueblo que ha sufrido esa calamidad que es tener en contra a la pandilla de Estados Unidos y sus satélites y lacayos.

Lo importante del asunto es que es verdad: tal como ha pasado con los enemigos declarados de Venezuela en el vecindario americano, está sucediendo ante la Rusia de Vladímir Putin (a mayor escala geopolítica) con los arrogantes gobernantes de la patota encabezada por EEUU. Todos los que se han metido con Rusia, hasta ahora, se han secado o están en eso. Fueron por lana y volvieron trasquilados.

Echemos un vistazo: Estados Unidos y toda la Europa llamada occidental está sufriendo inflación, escasez de combustibles, desabastecimiento de alimentos y otros productos de primera necesidad. Se prevé que las dificultades se acentuarán hasta límites insoportables cuando lleguen el otoño y, luego, el invierno.

La crisis solo puede compararse con los tiempos de las guerras mundiales, con la diferencia de que hasta ahora ni en Estados Unidos ni en sus aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) ha caído una sola bomba. Ese ambiente de sufrimiento (para los pueblos, no para las élites) es apenas la consecuencia del rebote de sus propias  y supuestamente geniales medidas coercitivas unilaterales aplicadas contra Rusia.

Desde el punto de vista netamente político, el colapso también parece inminente. Comienzan a caer las figuras (o si usted prefiere, los figurones y figurines) del intento de poner a Rusia manos arriba y contra la pared. El primero de ellos fue Kiril Petkov, en Bulgaria, luego de apenas seis meses en el poder. Petkov, un típico empresario-tecnócrata metido a la política, se fue despotricando de Rusia a la que culpa de su anticipado mutis. Pero la caída del búlgaro era apenas el preludio. Ahora se ha venido abajo nada menos que Boris Johnson, el primer ministro del Reino Unido, uno de los más obsecuentes seguidores de la política exterior de Washington.

Con el aderezo de escándalos y casos de corrupción, el imitador inglés de Donald Trump (¡válgame el cielo!) se hundió sin necesidad de mucha ayuda. Las bravatas contra Rusia quedaron como parte del vasto (y basto) repertorio de necedades que este señor protagonizó en sus tres años de primer ministro.

Ahora, la bola de demolición comienza a balancearse cerca de otros capitostes europeos. El viernes (al día siguiente del anuncio de Johnson), se conoció de la dimisión de la primera ministra de Estonia, Kaja Kallas, otra representante del variado espectro de la derecha europea. Entre los que huelen a crisis política están el italiano Mario Draghi, el español Pedro Sánchez, el neerlandés Mark Rutte, el alemán Olaf Scholz y hasta el francés Emmanuel Macron, a pesar de su reciente reelección. En todos estos países hay claras señales de descontento de diversos sectores (agricultores y ganaderos en Holanda, taxistas en España, transportistas en Francia, además de la crónica crisis política en Italia). Cuando empiece el frío es de suponer que el disgusto popular será generalizado.

El jefe nominal de la alianza atlántica, Joe Biden, corre otro tipo de peligro, pues luce encaminado a una inhabilitación por discapacidad mental, habida cuenta de que no pasa un día sin que haga algo insólito, como estrechar manos invisibles, decir palabras inexistentes, poner medallas hacia la espalda del condecorado o leer en voz alta las instrucciones que le ponen sus asesores en las tarjetas o en el teleprónter.  Aunque no lo saquen del juego, el Partido Demócrata se dirige a una inevitable debacle en las elecciones parlamentarias de mitad de período, en noviembre, tras lo cual la ya endeble y caricaturizable imagen del presidente quedará aún más maltrecha.

Mientras los “líderes occidentales” (así autodenominados) enfrentan estos cuadros individuales y colectivos muy comprometidos, Rusia soporta muy bien la arremetida de las sanciones y Putin administra certeramente sus apariciones públicas. Durante ellas se las arregla para lucir como un rock star, demuestra un dominio escénico extraordinario en el tinglado geopolítico y hasta se permite desplantes hirientes contra sus rivales, como cuando se burló del plan de posar con los torsos desnudos, del que hablaron los presidentes del G-7. “Sería repugnante”, dijo.

Por si fuera poca esta suerte de superioridad personal de Putin frente a los desdibujados gobernantes de la OTAN (ni hablar de Zelenski, ese está en segunda división), el mandatario ruso cuenta con un equipo al que le roncan los motores. El canciller Serguéi Lavrov brilla con luz propia mediante calculadas intervenciones en actividades públicas y en los medios de comunicación.

Al saber de la renuncia de Johnson, se refirió a él como “uno de los más arrogantes, agresivos, ofensivos, envidiosos e ignorantes jefes de gobierno de Europa contra Rusia”. Agregó que “mientras decían que había que aislar a Rusia, a Johnson lo aisló su propio partido”.

Lo mismo puede decirse de la sagaz vocera del Ministerio de Asuntos Exteriores, María Zajárova, contra quien la prensa occidental ha lanzado toda clase de puñales y lanzas envenenadas, sin hacerle siquiera un rasguño. Mientras tanto, en la Casa Blanca actúa como portavoz una señora que dice barbaridades propias del estado mental de su jefe, como que la economía estadounidense está más fuerte que nunca antes en su historia.

El elenco de Putin lo completan otros altos funcionarios, como el secretario de Prensa de la presidencia, Dimitri Peskov; el vicepresidente del Consejo de Seguridad, Dimitri Medvédev y  el ministro de la Defensa, Seguéi Shoigú.

Las contradicciones flagrantes de “Occidente”


Aparte de que sus líderes no alcanzan el nivel de Putin y su equipo, “Occidente” enfrenta otro gran problema: el enfrentamiento con Rusia ha dejado al descubierto la poca consistencia de lo que hasta ahora habían presentado como valores propios de su modelo económico y político.

A las potencias mandadas por Estado Unidos les había funcionado hasta ahora presentarse como los países liberales en lo político con economías de mercado y libre competencia. Eso lo habían hecho en contraposición a los países “iliberales”, a los que caracterizan como dictaduras estatistas, entre las cuales sobresalen Rusia y China.

Pero la estrategia de las llamadas “sanciones” contra Rusia es de todo menos respetuosa de la libertad de comercio (algo que Cuba, Irán y Venezuela han sufrido en carne propia). Se trata de utilizar, sin embozo alguno, a la economía como un arma de guerra para imponer regímenes políticos y gobernantes.

Por arrogancia y error de cálculo, las medidas terminaron por revertirse en contra de los países “sancionadores”, mientras  Rusia ha visto fortalecer su moneda y sus ahorros nacionales y ampliar su abanico de clientes con una mirada renovada hacia oriente.

Oír a los grandes jefes europeos, como  la flamante Úrsula van der Leyen, acusar a Rusia de utilizar el gas como arma política es una demostración irrefutable de que el Viejo Continente, actuando como vagón de cola de Estados Unidos, lleva perdida la guerra económica que iniciaron con expropiaciones y robos de activos no solo contra propiedades estatales rusas, sino también contra bienes y dinero de particulares de esa nacionalidad.

Hasta uno de los axiomas de oro del modelo económico neoliberal, la privatización de los servicios públicos, está saliendo con enormes abolladuras. En la Francia de Macron se avanza hacia la nacionalización de la electricidad, en lo que se prevé que será una ola de estatizaciones  de empresas del sector energético en el resto de Europa.

En Estados Unidos, en tanto, Biden reclamó a las empresas petroleras los altos precios de la gasolina y exigió de ellas una mayor responsabilidad social.

Esto ocurre después de que la pandilla hegemónica ha invadido países y asesinado jefes de Estado de izquierda e, incluso, socialdemócratas, para frenar políticas nacionalizadoras y leyes de control estatal de la economía, a las que siempre estigmatizan como rémoras de una barbarie política.

La derrota semántica

Mucho se habla de la guerra semántica y “Occidente” inició el conflicto escenificado en Ucrania ganando en este aspecto específico. Para imponer su relato acerca de la guerra y sus causas tuvo que pisotear otro de los supuestos valores irrenunciables democráticos: la libertad de expresión y de prensa, mediante brutales acciones de censura a los medios rusos y a cualquier otro que osara tener una línea discrepante de la impuesta por Estados Unidos y sus aliados.

Pero era difícil sostener indefinidamente la versión hegemónica de que todo ocurrió por caprichos de Putin, que es un señor muy malo, y que los ucranianos son unas pobrecitas víctimas que luchan heroicamente por su nación.  A estas alturas están claros los otros colores y matices del conflicto, mientras las masas europeas y estadounidenses sufren las consecuencias de una guerra dispuesta por los intereses de las élites.

De las arengas petulantes de “estamos ganando la guerra” y “pronto Putin tendrá que irse y Rusia será libre”, pasaron a los discursos lastimeros en son de víctimas. Biden ha hablado del “sufrimiento” que Putin le causa al pueblo estadounidense (ese sufrimiento que Estados Unidos le inflige sin piedad a cualquier otro país, entre otros, a Venezuela); los otanistas europeos dicen que Rusia los quiere someter negándoles acceso al gas (al mismo gas que ellos cerraron para doblegar a Rusia);  Josep Borrell afirma que la Unión Europea no quiere guerra con Rusia (luego de haber dicho que todo se iba a resolver en el campo de batalla); el Parlamento Europeo le da certificado “verde” a la electricidad derivada del gas y las plantas nucleares (luego de venderse como la vanguardia mundial de las energías alternativas)… En fin, que desde el punto de vista de las palabras y sus significados, también están perdiendo la guerra. O, para decirlo con nuestro lema: se están secando.

T/Clodovaldo Hernández

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