Columnas

¿Qué sería de las élites sin esas masas que disparan contra sí mismas?

Si la vida de las sociedades contemporáneas fuera un poco más racional, más matemática, las élites antipopulares tendrían graves dificultades para mantenerse en el gobierno e imponer sus políticas por la sencilla razón de que cada vez son más minoritarias, y las masas descontentas (que cada día son más nutridas) las echarían del poder. Pero no es tan sencilla la cosa. Resulta que las élites disponen de los aparatos represivos para mantener el orden por la fuerza. Y, sobre todo, cuentan con la perniciosa tendencia de las masas a dispararse a sí mismas, apoyando a sus verdugos.

Lo ocurrido hace una semana en Chile es otra de las muchas pruebas de esto: las masas consiguen una posibilidad de cambio, pagando para ello un alto costo en vidas, lesiones, detenciones y otros sufrimientos, pero cuando llega la hora de concretar dicho cambio, el colectivo hace un bucle, se vuelve contra sí mismo, se traiciona.

Y entonces las élites montan grandes celebraciones porque ¿qué más puede pedir un minúsculo grupo de privilegiados si tiene a un pueblo que no se atreve a cambiar y, en consecuencia vota a favor de los intereses dominantes? Si así llueve, que no escampe, dicen.

En la semana leí varios comentarios sobre personas muy pobres, no propietarias de bien o fortuna alguna, excluidas de la posibilidad de ascenso social por vía de la educación (en Chile eso es poco menos que imposible), explotadas en extremo por un sistema laboral inclemente, pero que acudieron a votar por el Rechazo y amanecieron el lunes muy contentas porque se había disipado la amenaza de que “les quitaran lo suyo”.

Por algo se dice que el mejor invento del capitalismo es el “pobre de derecha”, el que vive segregado de la sociedad, expoliado impunemente, a veces en la miseria más dura, pero piensa con la cabeza del propietario, del banquero, del millonario.

Ese fenómeno ha ocurrido en los últimos años prácticamente en toda Latinoamérica, con la excepción de Cuba. En Venezuela, debemos recordar que en 2007 se perdió el referendo de la Reforma Constitucional, que era fundamental en la ruta al socialismo, porque a muchos pobres que no tenían ni siquiera un par de bistec en su nevera (algunos no tenían tampoco nevera) se les metió en la cabeza que el comunismo les iba a quitar una hipotética y nebulosa carnicería que era de su propiedad, tal vez en algún universo paralelo. Y los auténticos dueños de las vacas, de los mataderos, de los frigoríficos y de las verdaderas carnicerías festejaron la derrota del cambio constitucional, cabe suponer que con suculentas parrilladas.

En la Argentina que, tras el saqueo neoliberal más obsceno, por fin levantó cabeza durante los gobiernos progresistas de Néstor Kirchner y Cristina Fernández, las masas favorecidas por las políticas sociales de estos, salieron un mal día a votar por Mauricio Macri, un redomado ricachón que los volvió a poner en “su sitio”, es decir, en la pobreza.

En el Uruguay que levantaron los gobiernos socialistas de Tabaré Vásquez y Pepe Mujica, los ciudadanos se aburrieron de tanto progresismo y votaron por el candidato de las élites, Luis Lacalle Pou. Ahora, las políticas oficiales están asfixiando la educación pública y los docentes y estudiantes han salido a las calles a protestar porque el gobierno de derecha se comporta como un gobierno de derecha. ¿Y cómo esperaban que se comportara cuando votaron contra la izquierda?

En el Ecuador que salió del foso gracias a Rafael Correa, el pueblo permitió la traición flagrante de Lenín Moreno y luego votó por uno de los señores más ricos de por allá. Pocos meses después de ser electo Guillermo Lasso, ya el país andino era un candelero. Una vez más, las masas se enfurecen porque el millonario que eligieron dirige el país como si fuera su banco.

Todos esos casos dan dolor, pero el de Chile es especialmente lacerante. En primer lugar porque la Constitución que se mantiene vigente tras la derrota de la propuesta de la Convención Constitucional es la que hace ya más de 40 años impuso el gorila Pinochet, un dictador sanguinario al que las élites chilenas aman (y una parte de las masas también, hay que admitirlo y analizarlo). En segundo lugar, es hiriente porque pocos meses antes, el pueblo se había pronunciado mayoritariamente por un cambio en la Carta Magna y había respaldado al candidato presidencial que supuestamente encarnaba ese deseo de cambio, Gabriel Boric. A la vuelta de un breve tiempo, hizo el ya mencionado bucle y derrotó por paliza el proyecto constitucional.

Mi politóloga favorita, Prodigio Pérez, dice que no se puede responsabilizar a las masas de esta conducta aparentemente masoquista, pues la gente común termina defendiendo a sus explotadores debido a la confluencia de una serie de mecanismos de dominación y sojuzgamiento que van desde las religiones oficiales hasta los medios de comunicación, pasando por la escuela y la cultura corporativa con la que se adoctrina a los trabajadores.

Además, dice la experta, el modelo capitalista es muy ingenioso y contempla dos tipos de propietarios: los de verdad verdad y los aspiracionales.  Los primeros defienden el statu quo porque forman parte de él, y de su preservación depende que ellos sigan disfrutando de privilegios y riquezas; los segundos lo defienden porque tienen la esperanza, la ilusión, el sueño de que algún día serán ricos y famosos. La mayoría morirá sin siquiera rozar esos mundos que ven en la televisión, el cine, la publicidad y en las revistas sobre las celebridades, pero la quimera los mantiene en esa particular “lucha”, diametralmente opuesta a la que deberían estar librando.

En el escenario chileno tuvo su protagonismo (¿cuándo no?) la colonia venezolana, en especial los activistas políticos que dicen haber huido de una dictadura y allá reivindican la Constitución pinochetista y algunos (esperemos que no sean muchos), defienden la “obra” del gorila.

Para completar una semana ubérrima en expresiones propias de las masas que disparan contra sí mismas, nos encontramos con las exhibiciones (eso son, básicamente) de los latinoamericanos que sueñan con ser vasallos de alguna monarquía y por eso se han declarado devastados por la muerte de

Isabel II y han pasado horas y horas viendo documentales sobre la nobleza de la Pérfida Albión y sus vidas ociosas, regaladas y resplandecientes.

“Como gran invento del capitalismo, lo único más genial que los pobres de derecha son esos súbditos británicos autoproclamados – dice Prodigio-. Mi sentido pésame para ellos”.

T/Clodovaldo Hernández

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