Columnas

Necio

Por Alexander Torres Iriarte

Vaya palabra maldiciente. Término que se emplea corrientemente en un sentido negativo, pero que en contextos distintos toma un significado edificante y hasta honorable. ¡Tú si eres necio! puede ser una expresión ofensiva para calificar al otro como ignorante, porfiado, obstinado. También decimos “mula” a la persona así. Hasta aquí estamos de acuerdo con el uso y abuso de dicha voz. Pero ¿Cuándo este adjetivo da un salto de garrocha a un concepto más constructivo, más afirmativo? Cuando ya trata de describir a una persona consecuente con sus ideas, que no claudica ni se vende. Cuando alude a una persona que, pese a los días y los sinsabores de las causas peleadas, él o ella, es coherente y valiente ante una realidad aplastante, y por ningún motivo brinca la talanquera. Nos referimos a la dimensión utópica y revolucionaria del sujeto.

Por eso Silvio Rodríguez estampa  bellamente en su canción El Necio: “Yo quiero seguir jugando a lo perdido/ Yo quiero ser a la zurda más que diestro/ Yo quiero hacer un congreso del unido /Yo quiero rezar a fondo un hijo nuestro”. Ante una situación asfixiante, ante el sálvese-quien-pueda, ante  el yo-primero-yo- segundo-yo…, ante la amenaza y el chantaje cuando llegue la reacción, el trovador cubano nos recuerda: “Será que la necedad parió conmigo/ La necedad de lo que hoy resulta necio/ La necedad de asumir al enemigo/ La necedad de vivir sin tener precio”.

La historia nuestroamericana está pletórica de necios. Pues, ese que arribaba a Cartagena a comienzos de 1823, buscando darle calor a sus huesos y carnes a sus ideas, ese Simón Rodríguez, ese necio, venía en busca de otro necio, de ese otro majadero, de su alumno Libertador.

Ganado a la terquedad de la Independencia Simón Rodríguez tenía fe inquebrantable en el porvenir. Aún no se había consumado la batalla de Ayacucho, pero su mirada visionaria lo hacía cantar victoria. Las errancias habían mellado su cuerpo, mas no su ánimo. Todavía se sentía útil el Sócrates de Caracas para la magna obra: la educación popular. Ya pasaba cinco  décadas de sobresaltada existencia y seguía apostando a la descolonización de la mentalidad americana y su proceder esclavizante. Su caminar no se detenía, su meta era llegar a Bogotá al encuentro con el Hombre de las dificultades, pero,  lamentablemente éste se hallaba en Perú. Ahora le tocaba al pensador emprender la tarea de las escuelas con los obstáculos de siempre: una cosa, generalmente, es lo que piensa y ordena el líder y otra muy distinta lo que piensan y hacen sus subalternos. La crisis económica del momento servía de justificación perfecta para la menguada ayuda prestada al sabio. Casi un año en la capital grancolombiana exasperaba al inconforme trotamundos. Ya informado por Santander Bolívar convocaba a su mentor.

Atina sobre esta hora crucial Alfonzo Rumazo González: “Aquel llamamiento del Libertador a su maestro no fue sólo una carta. Escrita en Pativilca el 19 de enero de 1824, constitúyese en uno de los documentos más importantes de la vida íntegra del educador caraqueño. Ahí se fija, para la historia, el hecho de que Simón Rodríguez, por confesión expresa y elocuente de su discípulo, fue maestro de Bolívar desde el comienzo; que lo ‘enderezó tierno’, lo formó y orientó; que hizo de él un hombre de increíble envergadura.”

¡Necios que hacen dos centurias nos emanciparon!

T: Alexander Torres Iriarte

Historiador, docente, escritor y ensayista

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