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De un país en guerra a otro en conflicto, los 4.000 afganos que acogerá Colombia por mandato de Biden

«Cuando lo pierdes todo, pierdes hasta el miedo». Así respondía en 2016 un hombre libio, de mediana edad, durante su viaje en un ferry hacia Atenas tras haber arriesgado su vida en el mar Egeo para llegar a Europa. La mal llamada ‘crisis de refugiados’ estaba en pleno apogeo y su epicentro era Grecia, lugar de tránsito de miles de personas en busca de asilo. Buena parte de esas oleadas de refugiados y migrantes fueron causa de las guerras desatadas en Oriente Medio y África a raíz de la ‘guerra global contra el terror’ que George W. Bush provocó e inició en respuesta a los fatídicos atentados yihadistas en Nueva York y Washington. En 2001, hace ahora 20 años, cambió el mundo.

Antes de dejar la Casa Blanca, Donald Trump anunció que tras 20 años en Afganistán, el primer país al que EEUU envió tropas tras el 11-S, el Ejército estadounidense se iba a retirar. Llegó Joe Biden a la Presidencia y siguió el plan: el objetivo era estar fuera del país de los talibanes en agosto de 2021. A EEUU le siguieron el resto de países con tropas, entre ellos España. Lo que no esperaban Biden y sus aliados occidentales es que los talibanes se iban a hacer con el control y en menos de dos semanas tomarían, sin resistencia, la capital, Kabul. El resto lo hemos visto en los medios de comunicación de todo el mundo durante este mes de agosto. De repente, la humanidad abre los ojos y se topa con un conflicto olvidado de consecuencias impredecibles.

«Desde 2015, cuando se redujo el número de tropas extranjeras, los medios de comunicación han ignorado en gran medida a Afganistán, pero la guerra se volvió más violenta y las bajas civiles alcanzaron niveles récord. Sólo ahora, con los talibanes en Kabul, vuelve la atención’, afirma al medio español Público, Ross Eventon, economista e investigador de la Universidad colombiana del Rosario. El experto recuerda que un alto porcentaje de los migrantes que llegaban a Europa en 2015 eran de origen afgano como consecuencia del incremento de los bombardeos de Estados Unidos, lo que originó un fuerte desplazamiento de personas hacia países vecinos, como Irán y Pakistán.

Ahora, tras la caótica salida de las tropas de EEUU y sus aliados de Afganistán, se avecina otra crisis humanitaria de envergadura, a causa del regreso de los talibanes al poder pero también por las disputas internas y la presencia de grupos yihadistas como el Estado Islámico de Jorosán y Al Qaeda, más radicales incluso que los talibanes. No se sabe a ciencia cierta cuántos afganos han abandonado su país este mes de agosto, por tierra y aire, pero nadie niega que son cientos de miles. En este contexto, Biden, principal artífice de la peor evacuación de su historia, ha hecho un llamamiento a multitud de gobiernos para que acojan refugiados, y ha incluido a varios de Latinoamérica, que se ven sometidos al imperativo americano.

Colombia, el país con más desplazados internos y segundo receptor de migrantes

Sólo Colombia, el principal socio de EEUU en la región, ha de recibir «temporalmente» a unos cuatro mil afganos, quienes llegarán a un país que desde 2017 ha recibido dos millones de venezolanos, teniendo en cuenta que ambas naciones comparten una gigantesca frontera de 2.000 kilómetros. Colombia es epicentro de la crisis migratoria venezolana y no ha tenido capacidad para asimilar el problema tanto política como socialmente. Según ACNUR, Colombia es el segundo país que alberga el mayor mayor número de refugiados y migrantes en el mundo, después de Turquía, que acoge a cerca de cuatro millones de sirios.

Colombia se ve abocada ahora a dar respuesta a EEUU e ignorar con esta decisión su propio conflicto interno (y armado). Sólo en 2021, en este país se han contabilizado 67 masacres y 112 asesinatos de líderes sociales, según el Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz (Indepaz). Además, los colombianos siguen inmersos en una insatisfacción generalizada hacia la política del presidente Iván Duque, la desaprobación supera el 60%, según las encuestas realizadas tras la protesta social y las huelgas desatadas desde el pasado mes de abril.

Lo curioso es que Colombia y Afganistán están entre los países con mayor número de desplazados internos a causa de la violencia. Según ACNUR, Colombia es el primero en el ranking mundial, con más de ocho millones, a lo que se ha sumado en los últimos años el esfuerzo prolongado de acoger a cerca de dos millones de venezolanos.

En cuanto a las oleadas globales de refugiados, más de dos tercios provienen de cinco países: Siria, Venezuela, Afganistán, Sudán del Sur y Myanmar, también según datos de ACNUR. La paradoja es que quienes acogen a esos migrantes son naciones pobres, en desarrollo o de renta media; sólo una minoría va a países ricos.

Si Colombia alberga ahora a miles de afganos, por mucho que estén amparados por EEUU y se hable de ‘temporalidad’, inexacta todavía, éstos habrán abandonado un país en guerra para ser acogidos en otro con un conflicto armado enquistado, ubicado en América Latina, es decir, a miles de kilómetros de Asia, donde se habla español, una nación que no pertenece ni a Europa, ni es Estados Unidos o Canadá, los destinos que esperan estos nuevos refugiados. Los afganos se encontrarán en un país donde la violencia es endémica y sistemática, con una migración masiva sin precedentes, donde la pandemia ha hecho mella en la economía, en la sociedad y en la política.

Además no es fácil instalarse en Colombia, sirva de ejemplo que la regularización de los venezolanos pasa por conseguir el Permiso Especial de Permanencia (PEP), que otorga el Departamento de Migración. Decenas de miles de venezolanos, de bajos recursos, llegan a Colombia como pueden (de forma ilegal) y después siguen su camino hacia otros países como Ecuador, Perú o Chile, atraviesan fronteras a pie tras caminar por trochas durante días y semanas. Es el caso de Rosa Castro, quien, junto a sus hijos de 14 y 16 años, vivió un año y medio de pandemia en Colombia como migrante venezolana y después viajó a Perú para encontrar una manera de subsistir con su familia. El peligro es evidente, atravesó, sola con sus dos hijos, y a pie, las fronteras de Colombia, Ecuador y Perú, según detalló a Público. Otro foco de tensión migratoria en Colombia se da en su frontera con Panamá, el conocido ‘tapón del Darién’, donde se agolpan personas que han surcado miles de kilómetros -incluso africanas- en sus ansias de llegar a Estados Unidos a través de la insegura Centroamérica y México.

EEUU lo paga todo, pero no será suficiente

Ross Eventon considera que Estados Unidos está utilizando a Colombia para mejorar la imagen de su mejor aliado en Latinoamérica, después de las críticas recibidas por la fuerte represión policial contra las protestas ocurridas este 2021, y teniendo en cuenta que en 2022 se celebrarán elecciones presidenciales. «Dado que todo está pagado por Estados Unidos es más una maniobra de la Administración de Biden que un gesto humanitario de Colombia«, destaca, al explicar que será USAID (Agencia Estadounidense para el Desarrollo Internacional) quien asumirá todos los costos.

Una opinión que contrasta con la visión de la periodista Giannina Torres, periodista especializada con experiencia en gestión de proyectos con organismos internacionales en Colombia, que asegura que la recepción de afganos, planeada entre el Gobierno de Colombia en articulación con Washington, es una iniciativa que demuestra la apertura y la solidaridad del país, tal y como se ha hecho con el recibimiento de la población migrante venezolana.

«El contexto en el que se da este recibimiento de mujeres y familias es el acuerdo entre Colombia y Estados Unidos, se trata de un sistema de protección temporal en el que se está avanzando logísticamente desde el gobierno en coordinación con las autoridades estadounidenses para garantizar alojamiento, alimentación y atención psicosocial de las familias afganas’, enfatiza Torres. En el caso de que lleguen mujeres afganas, la periodista colombiana advierte de que se debe dar una respuesta rápida porque los retos son enormes, la estabilización de las mujeres que llegan de un contexto de guerra requiere de acciones de apoyo psicosocial y de acompañamiento.

Torres reconoce que Colombia afronta profundas dificultades sociales y económicas, pero está convencida de que la experiencia de la migración venezolana «puede servir para atender a las familias afganas». En definitiva, considera positivo el rápido y generoso acuerdo para que Colombia acoja temporalmente a los afganos mientras se tramita su estancia legal en Estados Unidos, al ajustarse a los principios de «humanidad y solidaridad».

¿Y si EEUU falla y los afganos tienen que quedarse en Colombia?

Giannina Torres explica que, en ese caso, el Gobierno tendría que tomar medidas adicionales para garantizar la integración socio-económica real de las familias afganas: ofrecer cursos de español, oportunidades de acceso a ofertas laborales, subsidios o ayudas temporales y acceso a la educación. Pero insiste en que, en principio, la protección es temporal, según el compromiso de Estados Unidos, que sería el receptor final de esta población.

Rocío Castañeda, desde el área de Comunicaciones de ACNUR en Bogotá, es cauta y se limita a manifestar a Público que son los gobiernos de Estados Unidos y Colombia los responsables de organizar la llegada y estadía temporal de los afganos y afganas. «Por el momento, ACNUR no ha recibido solicitudes oficiales de apoyo al Gobierno colombiano ni a la embajada de Estados Unidos en Colombia; sin embargo, estamos dispuestos a prestar la asistencia humanitaria», afirma Castañeda.

En este contexto, hay muchas incógnitas por despejar: el número exacto de refugiados afganos que llegaría a Colombia, tampoco se conoce la fecha de arribo, ni los procesos de asilo con Estados Unidos, ni la duración de la estadía en el país sudamericano. Eso sí, el Gobierno ha confirmado que se aceptarán las reglas del juego que imponga Estados Unidos y que se ubicarían en ciudades como Bogotá, Cali y Barranquilla.

Y, mientras tanto, nadie pregunta ahora a los afganos si quieren terminar en Colombia, en el caso de que EEUU los abandone a su suerte en este país latinoamericano, cuando su búsqueda de asilo se dirigía a Europa o Estados Unidos tras escapar de Afganistán.

El servilismo colombiano a la Casa Blanca

Para entender por qué Colombia tiene que asumir la llegada de afganos pese a su situación de vulnerabilidad, hay que tener en cuenta que la intromisión de EEUU en Latinoamérica es de larga data. El hegemón que surgió tras la II Guerra Mundial y durante la Guerra Fría usó las tierras americanas más allá del río Bravo como laboratorio para aplicar desde golpes de Estado hasta intervenciones militares directas o indirectas. El objetivo era eliminar cualquier atisbo de comunismo, el llamado ‘enemigo interno’ y disponer de privilegios comerciales a través de chantajes arancelarios. Los métodos no han importado nunca. Más allá de las dictaduras que amparó Washington en el Cono Sur, Colombia ha sido aliado incondicional de la Casa Blanca siempre, bajo la excusa de recibir ayudar en la lucha contra el narcotráfico. Todo empezó en 1971, cuando Richard Nixon declaró su ‘guerra contra las drogas’ que terminó derivando, con George W. Bush, en una ‘guerra contra el terror’ tras los atentados del 11 de septiembre de 2001.

El Plan Colombia fue decisivo: un programa de ayuda militar que pactaron Andrés Pastrana y Bill Clinton, pero que ejecutaron George W. Bush y Álvaro Uribe a partir de 2001. A través de este acuerdo, Colombia recibió en 15 años, hasta 2016, unos diez mil millones de dólares que financiaron la Política de Defensa y Seguridad Democrática de Álvaro Uribe (2002-2010), la que colocó a Colombia en una de las etapas más oscuras en términos de violaciones de los derechos humanos.

El Plan Colombia fue un pretexto para encubrir una intervención estadounidense: «Se trata de una guerra social de la globalización neoliberal en el marco del recorrido hegemonista de EEUU como potencia político-militar. Es diferente a lo que aparenta ser, es un proyecto que combina lo militar con lo político, lo institucional y jurídico con lo económico, que postula una idea de gobernabilidad sin cambios democráticos ni reformas sociales», escribió hace ahora 20 años el exsecretario general del Partido Comunista de Colombia Jaime Caycedo Turriago en el libro ‘Plan Colombia: Ensayos críticos’, en un texto titulado «Nuevo modelo de dominación colonial».

Si miramos a Afganistán ahora cuadra esa idea de «gobernabilidad sin cambios democráticos ni reformas sociales». Washington está agotando sus recursos y ya acumula muchos fracasos (sumemos a la ‘guerra global contra el terror’ su otra ‘guerra contra las drogas’ de Nixon). Pero no cesa en su presión, ahora pide a Colombia que le ayude a gestionar el aluvión de refugiados afganos y que acoja, en un país hostil para ese pueblo asiático, a 4.000 de ellos. El presidente Iván Duque solo puede responder «SÍ» a Biden, no puede traicionar a su padrino político, Álvaro Uribe, quien recibió miles de millones para su guerra contra las guerrillas. El patio trasero de EEUU sigue abierto.

T/ Público/ LRDS

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