Columnas

Piar al Panteón: un encuentro fraternal

 Alexander Torres Iriarte
“Para decirlo todo, una palabra es la que domina e ilumina nuestros estudios: ‘comprender’. No digamos que el buen historiador es ajeno a las pasiones; cuando menos tiene ésta. No hemos de disimularlo, se trata de una palabra cargada de dificultades, pero sobre todo de esperanzas. Una palabra, sobre todo, cargada de amistad. Hasta en la acción juzgamos demasiado.
Es cómodo gritar ‘¡Al paredón!’ Nunca comprendemos lo suficiente. Quien difiere de nosotros -extranjero o adversario político- pasa, casi necesariamente, por un malvado. Hasta para conducir las inevitables luchas sería necesaria una poca más de inteligencia en el alma, con mayor razón para evitarlas cuando aún es tiempo. La historia, a condición de que renuncie a sus falsos aires de arcángel, debe ayudarnos a salir de este mal paso. La historia es una vasta experiencia de variedades humanas, un largo encuentro entre los hombres. La vida, como la ciencia, lleva todas las de ganar si este encuentro es fraternal.” Marc Bloch.
Muchos son los significados de la voz historia, en la cual predominan dos: como fenómeno social o como relato. La historia como fenómeno social puede ser un laberinto o un mosaico. Como un ciclo de insistente repitencia la ven unos, y otros la observan como una especie de espiral en el cual cada acontecimiento se vuelve original. En este último sentido sería la mirada del historiador o historiadora, quien haciendo uso del recurso comparativo, halle semejanzas de lo pretérito con lo actual. Algunos califican la historia como drama humano y otros como una especie de esotérica comedia. En otro sentido, la historia como relato es una aproximación inacabado a los hechos, siempre insondables en su totalidad.
Es relativamente fácil cuando el acercamiento a un acontecimiento fundacional -ejemplo nuestra Independencia- se trueca en un discurso que separa abiertamente a grupos encontrados, sea el caso de patriotas y realistas, en un conflicto sangriento y de dimensiones todavía estudiadas por especialistas.  Pero, ¿qué ocurre cuando el conflicto está del lado del mismo bando, y no del otro, del enemigo de la Patria?
Si Simón Bolívar y un grupo de patriotas tuvieron una drástica diferencia con Manuel Piar, hasta el extremo de llevarlo a la muerte ¿Puede estar simbólicamente el héroe de Guayana en el altar de la Patria? Creo que si es posible y hasta necesario. Hablamos de una “reconciliación” histórica, vivo ejemplo de lo que necesitamos hoy para avanzar en la construcción de un mejor país, libre y soberano.
II
En experiencias pasadas el enemigo era “el otro”, el que no era yo: el español, el holandés, el yanqui…¡Ahora el “enemigo” es ese que ayer no más dio la vida por la Causa y por mí, por nosotros, y es ese que es tan patriota, tan valioso como yo, como nosotros y que ahora está distante, “distanciado”, ausente…Ese, otrora amigo, y que ahora siento que “me traicionó”, que es mi opuesto, pero que sigue siendo patriota, revolucionario, hermano…Porque tan patriota fue Simón Bolívar como Manuel Piar, porque tan admirable fue la Campaña militar de 1813 de occidente como la de oriente…¡Alto difícil es comprendernos desde la complejidad!
III
¿Todos y todas convenimos que Manuel Piar debe entrar al Panteón Nacional? Si. ¿Todos y todas aceptamos que es un acto de justicia su inclusión al “altar sagrado de la Patria”? Si. Entonces ¿Por qué nos quedamos más preocupados en tener la razón y despotricar del que piensa diferente? ¿Por qué no ponderamos la significación de un acto “simbólico” que, reitero, eleva a Manuel Piar, pero que a su vez enaltece a Simón Bolívar? Creo que esta “reivindicación” es mucho más que la discusión documental, la sentencia exculpatoria, o la intocabilidad de los libertadores. ¡Qué Bolívar haya sido injusto o que Piar sea culpable es secundario en esta reconciliación de dos figuras que nos están dando ejemplo de que dialogar -sin desmemoria y claudicación- es posible! Qué siga el sano y respetuoso debate sin perder de vista que estamos del mismo lado.
IV
La palabra «reconciliación» entraña la idea de reconocernos en las diferencias, en los desencuentros, en las desavenencias, pero, centrando la mirada más en los que nos une, que en los accidentes -que en un momento determinado- nos pudo separar. Humildad dada sinceramente para «honrar al otro», y para no tener siempre la razón… Subyace una especie de «tolerancia», que da vuelta de página, no desde la desmemoria…. reconciliar es posibilidad de reencontrarnos, sin negar el pasado y sin regodearnos en la «culpabilidad» del semejante. Una hoja no define un árbol. ¿Quiénes somos para juzgar a los demás? ¿Acaso nuestros héroes eran seres perfectos y etéreos que nunca se equivocaron? Si como historiadores e historiadoras pensamos así, entonces fundemos nuestra iglesia y volvamos a las santas escrituras… Piar y Bolívar eran hermanos en visión de Patria libre y eso es lo fundamental.
V
La que ahora proponemos, «la reconciliación», es algo inédito en Venezuela y creo quedarme corto. Aunado a que este hecho ocurrido hace más de dos siglos, está atravesado por la guerra de Independencia, las disputas regionales, los abismos étnicos, las diferencias personales. No se trata de negar la historia. Hablamos desde los simbólico, lo sígnico, lo axial. Es reduccionista la mirada punitiva, porque nos encierra en la interpretación dogmática y soberbia del «quien tiene la razón»… «Se lo buscó, se lo merece» o «no se lo buscó, no se lo merece»…La entrada de Piar al Panteón no le resta ni un ápice de grandeza al Libertador, al contrario, lo enaltece mucho más. La reconciliación es una lectura a posteriori del hecho. Es una interpretación a un fenómeno que es innegable: el fusilamiento de Piar. Insisto, es más complejo, no se trata, así lo veo, de «perdonar» a Bolívar ó a Piar, o de desenterrar juicios pasados.
¡Sinceramente pienso que a estas alturas a Bolívar no lo culpa ni perdona nadie! No lo han podido sus más acérrimos enemigos de todos los tiempos. No debemos engancharnos. Sea «culpable o inocente» Piar debe estar en el Panteón Nacional.
VI
La entrada “simbólica” de Manuel Piar al Panteón Nacional, tarde o temprano, tenía que avivar un debate sobre el duro final del líder oriental en manos de sus compañeros de armas. Diatriba que en el devenir de nuestros estudios sociales ha decantado en una polarización aparentemente irreconciliable entre bandos que se disputan la verdad como el más ambicioso de los tesoros. Lanza en ristre se posesionan los defensores de visiones qué quieren hacer ver al otro como un hereje, fanático o equivocado.
Desde la tibia imaginación aderezada con indicios historiográficos nada despreciables, hasta gélidos documentos verídicos o sesgados, hacen usos defensores de dos mociones complejas e interesantes. Mientras piaristas encuentra inicuo ese histórico 16 de octubre de 1817, bolivarianos alegan que el Libertador acometió un acto justo. Esta divergencia no es nueva, por cierto, y una mirada sumarial inmediatamente nos da la razón. Lo nuevo está en qué estamos “reconciliando” a dos grandes líderes del mismo bando y en esta idea queremos insistir. No sospesarlo así lo consideramos error garrafal por lo descontextualizado de la situación actual.
Creemos que estamos marcando un precedente, que estamos abriendo una trocha que puede ser un excelente ensayo en la historiografía insurgente que tanto discutimos: estamos haciendo una operación revisionistamente historiográfica y políticamente sanadora.
Manuel Piar al Panteón Nacional, sin desdecir de Simón Bolívar, es eso: “un encuentro fraternal”.

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