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Opinión/ Invitación

Por Alexander Torres Iriarte

En la arquitectura bolivariana la unidad es columna vertebral. Como elemento básico de su pensamiento apostó siempre el Hombre de las dificultades a la integración nuestroamericana, como garantía misma de Independencia, más allá del coyuntural rompimiento de la metrópoli hispana. Idea sucedánea, en parte, seamos honestos, de la óptica antecesora de Francisco de Miranda. De igual forma, si se siguiera el hilo conductor de la documentación histórica, encontraríamos que desde su entusiasta intervención en la Sociedad Patriótica, en 1811, hasta su última proclama, a una semana de expirar en Santa Marta, en 1830, la visión integracionista de Simón Bolívar seguía incólume, como convite imperecedero de cerrar fila contra cualquier torvo injerencismo.

De tal modo que no es extraño que en su afamada Carta de Jamaica, fechada el 6 de septiembre de 1815, expusiera sobre la urgencia de una “sola nación que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene su origen, una lengua, unas costumbres y una religión, debería, por consiguiente, tener un solo gobierno que confederase los diferentes estados que hayan de formarse”; para luego asentar, mediante una analogía magnífica, que ese lugar ideal de congregación para echar los pilares de dicha unión debería ser el Istmo de Panamá, como en la historia representó el Corinto para los antiguos helenos. Su escogencia sería el istmo, debido a “que está a igual dis¬tancia de las extremidades”.

Conmemoramos la convocatoria hecha por Bolívar desde Lima, el 7 de diciembre de 1824. En la quinta “La Magdalena”, ubicada en el distrito de Pueblo Libre, horas antes de la Batalla de Ayacucho, epítome de nuestra emancipación, el Libertador pergeñaba y enviaba, de la mano de José Faustino Sánchez Carrión, la invitación para la reunión de naciones en Panamá.

La llamada circular dirigida a los Gobiernos de Colombia, México, la América Central, las Provincias Unidas de Buenos Aires, Chile y Brasil era bastante elocuente.

Refería que luego de tres lustros de lucha por romper las cadenas monárquicas “es tiempo ya de que los intereses y las relaciones que unen entre sí a las repúblicas americanas, antes colonias españolas, tengan una base fundamental que eternice, sí es posible, la duración de estos gobiernos.”

Apelaba a la necesidad de un “cuerpo político” bajo una “autoridad sublime” que condujera los derroteros de las patrias recién liberadas. De allí el imperativo de una “asamblea de plenipotenciarios, nom¬brados por cada una de nuestras Repúblicas, y reunidos bajo los auspicios de la victoria obtenida por nuestras armas contra el poder español”.

Aludía experiencias previas, de tratados alcanzados entre Colombia, Perú y México. Insistía que el tiempo de la unidad jugaba a favor de estas jóvenes repúblicas, por la situación que atravesaba el continente europeo. Sugería que dicha reunión debía concretarse en seis meses, esquivando los trámites burocráticos propios de las administraciones nacionales.

Cerraba con tono optimista el Libertador: “El día que nuestros plenipotenciarios hagan el canje de sus poderes, se fijará en la historia diplomática de América una época inmortal”.

Dichos anhelos, expresión de una alta política soberana y anticolonial, se materializaría en Congreso Anfictiónico, dos años después. La historia le sigue dando la razón al majadero inolvidable.

T: Alexander Torres Iriarte/Historiador

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