El Sur

Salinas de Gortari, el expresidente mexicano que gobernó para los supermillonarios

El gran beneficiario del salinismo, fue un grupo de multimillonarios. Y no se trató de un accidente del sexenio de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994) sino parte sustancial de su proyecto mismo, explica el economista y sociólogo Alejandro Rogelio Álvarez Béjar.

Hoy ese grupo sigue activo. Está al frente de consorcios como Grupo Carso (Carlos Slim), Grupo Bal (Alberto Baillères) o Grupo México (antes Jorge Larrea, hoy Germán Larrea). Se benefició de la privatización de 390 empresas estatales, la concesión de nuevos negocios y reformas a las leyes y la Constitución para proteger sus “inversiones”.

Desde un principio el presidente –que se colocó al frente del Poder Ejecutivo mediante fraude electoral en 1988– buscó generar un grupo de “millonarios de clase mundial”, señala el investigador adscrito a la Facultad de Economía de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y a la Academia Mexicana de Economía Política (AMEP). El propósito era que estos superricos lo fueran aún más para “competir” en el escenario internacional.

Autor de Cómo el neoliberalismo enjauló a México, su más reciente libro, el economista, maestro en Estudios Latinoamericanos y doctor en Sociología observa que el sexenio de Carlos Salinas no sólo estuvo caracterizado por la corrupción, algo que padecía el sistema político mexicano en su conjunto desde antes. Lo que realmente lo distinguió fue la serie de reformas para entregar el Estado mexicano al neoliberalismo.

El investigador destaca la autonomía concedida al Banco de México; la negociación y firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN); la disolución y privatización de los ejidos, y la renegociación de la deuda bajo un esquema que implicó la privatización de cientos de empresas del Estado y la aceptación de las directrices del Consenso de Washington.

Mientras que los grandes empresarios celebraban la apertura al capital privado de amplios sectores de la economía, obreros y campesinos quedaron sin ningún tipo de protección. Al mismo tiempo, se mantuvo el corporativismo de estos sectores para mantenerlos bajo control.

Todos los grupos de la oligarquía mexicana se negaron a acabar con el corporativismo y el control sindical; ni en el sector campesino ni en el sector popular. Salinas inventó que había que organizar a los pobres con el famoso Programa Nacional de Solidaridad (Pronasol)” para que recibieran recursos provenientes de una fracción del presupuesto federal. “Ese fue el plan que posiciona al salinismo como un precursor del neoliberalismo en México”.

Álvarez Béjar señala que el “cambio estructural de corte neoliberal” del Estado mexicano inició, sin embargo, con el antecesor de Salinas, es decir, con Miguel de la Madrid Hurtado (1982-1988): el primer gobierno emanado del Partido Revolucionario Institucional (PRI) que desechó los principios del llamado nacionalismo revolucionario, la protección de la industria nacional y la conducción macroeconómica por parte del Estado.

Los antecedentes

En 1983 México padecía una profunda crisis financiera. Por haber suspendido los pagos de la deuda externa, había salido de los mercados de capital. Estuvo sometido varios años a un programa de ajuste muy severo que intentaba reordenar la economía y luego iniciar un proceso de cambio estructural. Para entonces el producto interno bruto (PIB) se había contraído. A lo largo de ese sexenio lograría una expansión de apenas el 0.3 por ciento anual.

A la llegada de Salinas al poder, el neoliberalismo se consolidó en la estructura del Estado mexicano. Álvarez Béjar explica que al otorgarle autonomía al Banco de México la política monetaria quedó fuera de control nacional.

El TLCAN fue presentado como una “idea” del propio Salinas pero lo cierto es que gobierno y empresarios estadunidenses habían estado presionando por “acuerdos de inversión sectoriales” desde el sexenio anterior.

Con la reforma al Artículo 27 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, el país abandonó el cuidado y la protección del sector campesino.

El cuarto cambio, la negociación de la deuda, se llevó a cabo bajo las directrices de la iniciativa estadunidense conocida como Plan Brady. En términos generales consistía en hacer quitas a la deuda, pagar en un esquema a plazos y acceder a capital fresco. A cambio, México tenía que aceptar las directrices del Consenso de Washington, lanzadas en 1989, entre ellas, el adelgazamiento del Estado.

“En el proceso se inició la venta de empresas paraestatales o que tenían participación estatal”. Destaca el caso de Teléfonos de México (Telmex) que convirtió a su comprador, Carlos Slim, en el hombre más acaudalado de México y, años después, en el más rico del mundo por un lustro.

Álvarez Béjar, también recuerda la reprivatización del sector bancario. “La nacionalización había sido un proceso de estatización para sanear los bancos y fusionarlos. De los cientos de bancos que había, acabaron saliendo con 18 o 19 de los famosos bancos múltiples bajo la figura de grupos financieros”.

Más invitados al festín contra el pueblo

Al mismo tiempo, las privatizaciones sirvieron al presidente para afianzar su entendimiento con los sectores empresariales y con el Partido Acción Nacional (PAN). Salinas había llegado al poder mediante un fraude electoral contra el candidato del Frente Democrático Nacional, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano.

Para paliar la falta de legitimidad, “se inventó una alternancia bipartidista con el PAN a nivel de los estados, empezando por algunos del norte y luego algunos del centro. Ahí se fue construyendo la idea de un acuerdo bipartidista como una fórmula de superación de este esquema de partido hegemónico” con el que México había vivido desde la década de 1930.

—Luego de una supuesta “renovación moral” impulsada en el sexenio anterior, el de Miguel de la Madrid, la corrupción con Salinas volvió a ser un problema sin atenderse –se le comenta.

—Estaba el asunto de la corrupción del hermano incómodo [Raúl Salinas de Gortari] que, incluso, tenía acuerdos con grupos delincuenciales –concede–, pero la parte más fuerte [del salinismo] es que se hicieron grandes privatizaciones, por ejemplo, Teléfonos de México, Mexicana del Cobre de Cananea…

Además de citar el caso de la también privatización de los bancos, destaca “la apertura de la economía mexicana a la inversión extranjera”. Para ello también se reformó la Ley de Inversión Extranjera.

Álvarez Béjar señala que fue durante el salinismo cuando se forjó una corriente de opinión para imponer la idea de que no había otra opción: que la medicina que debía tomar el paciente (México) era amarga pero era ineludible.

—¿Y realmente no había otra opción?

—En todos los casos hay varias opciones, hay varias soluciones. El problema es que el tipo de solución tiene que ver con la correlación de fuerzas a nivel gobierno y popular. Es difícil decir si había o no había opciones. Probablemente sí había opciones.

El discurso para imponer el neoliberalismo tuvo dos vertientes, a decir del científico social. Una de ellas fue la mencionada: que no había otra alternativa. La segunda, que todo aquel sector que protestara era “privilegiado” por tener “canonjías” que no tenía la demás población. Y resultaba que los “privilegiados” eran los trabajadores del sector salud, universitarios, es decir, aquellos que defendían sus derechos consagrados en las leyes. Tener derecho a seguridad laboral, vacaciones y pensión era de “privilegiados”.

Para ello, Salinas conformó entorno suyo, apoyándose del uso de recursos públicos, de un grupo de intelectuales y periodistas orgánicos que respaldaron sus políticas, hicieron apología de ellas e, incluso, propaganda.

“La aplicación de esta política neoliberal se vio acompañada de la atracción de una capa de intelectuales, éstos que ahora están en la oposición, seducidos por los cantos de sirena de la modernización de México.”

Álvarez Béjar no los nombra, pero se trata de personajes como Héctor Aguilar Camín o Enrique Krauze, quienes recibían recursos del erario desde ese sexenio y hasta el anterior; y hoy son activistas opositores al gobierno de Andrés Manuel López Obrador.

Como lo ha revelado el periodista Miguel Badillo en su columna Oficio de Papel, Aguilar Camín incluso recibía pagos que salían directamente de la “partida secreta” y que eran ordenados por el presidente Salinas.

Como saldos del salinismo, Álvarez Béjar enlista: “Sembró confusión entre los intelectuales; los grupos más poderosos se vieron favorecidos; se montó un esquema para tratar con los pobres; se establecieron nuevas reglas para la propiedad agraria; se planteó un cambio en las reglas electorales; adquirió la fama de que era un gobernante maquiavélico, perverso y contundente. Eso se extendió hasta el conflicto con la sucesión que, finalmente, quedó en manos de Ernesto Zedillo porque el candidato de Salinas no era Zedillo”.

Al hacer un balance, Alejandro Álvarez Béjar, concluye que el modelo instaurado por el salinismo no fue exitoso ni desde el punto de vista económico. El país perdió su control institucional en materia macroeconómica y no logró un crecimiento suficiente.

El TLCAN

Recuerda que el TLCAN se promovió con el discurso de que con este instrumento México dejaría de exportar trabajadores: los empleos abundarían y en el propio país se crearían las plazas que los mexicanos buscaban en Estados Unidos. “¿Qué ocurrió? Tuvimos una diarrea nacional que llegó a expulsar hasta 500 mil trabajadores por año, contrario a lo que se decía: que el TLCAN era para que no hubiera más migrantes”.

Con líneas de investigación transición energética, especialización productiva, desarrollo regional, mercados laborales, diferencias salariales y las reformas estructurales neoliberales Álvarez Béjar sopesa el legado del neoliberalismo: logró tasas de crecimiento del 2.5 por ciento anual, “cuando se requiere, por lo menos, crecer al 6 por ciento para poder incorporar la mano de obra joven que ingresa al mercado de trabajo”.

No tiene dudas: “en la parte medular, el neoliberalismo ha sido un fracaso; ni recupera el crecimiento, ni recupera la estabilidad, ni permite la creación de empleos suficientes para una población joven. Y esto nos ha llevado a perder la gran ventaja que tenía México frente a Estados Unidos, que era este famoso bono demográfico que ocurre cuando las poblaciones dependientes son menores”.

Explica que tampoco se puede pasar por alto la serie de agresiones contra los disidentes en ese sexenio. Recuerda el caso de los asesinados entre las filas del Partido de la Revolución Democrática (PRD), partido que entonces “pagó con la muerte de algunos de sus militantes”. Otro caso fue el de la defenestración de Joaquín Hernández Galicia, la Quina, del sindicato de petroleros.

Como se recordará, a la llegada de Carlos Salinas al poder, el entonces secretario general del Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana fue detenido acusado de acopio de armas y asesinato. La andanada de Salinas tuvo su origen en la animadversión mutua que ambos personajes se profesaban y en que el grupo del cacique sindical no apoyó al candidato del PRI en las elecciones de 1988.

T/ Contralínea/ LRDS

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