
Ahora que Venezuela cierra su acostumbrada Feria Internacional del Libro, esfuerzo que redunda en la defensa de la lectura como herramienta para el resguardo de nuestras soberanías personales y colectivas, no aguanto la tentación de aludir a una figura muy admirada por los cultores del cavilar con cabeza propia, representante de un mirar verdaderamente revolucionario, me refiero a Bolívar Echeverría.
Echeverría nació en Ecuador, el 31 de enero de 1941, y falleció en México, el 5 de junio de 2010, país en cual hizo una prolífica carrera académica. Este filósofo latinoamericano obtuvo, entre sus numerosos reconocimientos, el Premio Libertador Simón Bolívar al Pensamiento Crítico 2006, con su libro «Vuelta de Siglo», texto contentivo de un ensayo titulado “Homo legens”, trabajo que había publicado en Quito en abril de 2003, y del cual quiero hacer un breve señalamiento.
Echeverría comienza dando su definición sobre esta tipología tan interesante: “¿Qué es el homo legens? El homo legens no es simplemente el ser humano que practica la lectura entre otras cosas, sino el ser humano cuya vida entera como individuo singular está afectada esencialmente por el hecho de la lectura; aquel cuya experiencia directa e íntima del mundo, siempre mediada por la experiencia indirecta del mismo que le transmiten los usos y costumbres de su comunidad, tiene lugar sin embargo a través de otra experiencia indirecta del mismo, más convincente para él que la anterior: la que adquiere en la lectura solitaria de los libros.”
El homo legens es una creación de la modernidad capitalista que arrancó en el siglo XVI, con su incipiente división social del trabajo; lo que supone que su nacimiento está vinculado con la lógica de la dominación. La figura de Don quijote, víctima de una indigestión de páginas de caballería es ciertamente emblemática en este sentido, al punto que para ese tiempo las autoridades prohibirían los “reinos de ficción” por causa de salud pública. No obstante, es en el siglo XVIII, en la llamada centuria de las luces para la historiografía eurocéntrica, que despunta el libro como sinónimo de cultura y de “juicio propio”, kantianamente hablando.
Echeverría no niega como las mass media son una amenaza para el universo del libro, ejemplo de ésto, enfatiza, es que ya ni siquiera lloramos por el desenlace de una lectura de una “novela rosa”, sino que lloramos ante la pantalla de un televisor o de cine, y sumo yo, -han pasado más de dos décadas de su reflexión- ante el plasma de un celular infectado de memes y tikoks facilones.
En este recomendable escrito el autor del Discurso crítico de Marx, hace una áspera observación sobre los políticos profesionales, quienes cada día se transforman en lectores más deficientes, carcomidos por un pragmatismo ayuno de ideología; afirmación que me recuerda lo que dijera sarcásticamente una vez Carlos Monsiváis: que los políticos de antes tenían por lo menos retóricas encendidas que pocas veces expresaban algo, pero que los de hoy ni retóricos ni cursis son, porque ni siquiera leen poesía. Claro, hay excepciones.
Lo que distingue al homo legens es el “puro placer” de encontrarse con el libro, porque para este sujeto leer es un fin en sí mismo. En todo caso, concluye Bolívar Echeverría, “el homo legens no es una especie en extinción, ni lo será por buen tiempo”. Amén ¡Viva la Filven!
T/Alexander Torres Iriarte