
Muchas pueden ser las aristas a la hora de aproximarnos a la Carta de Jamaica. La trascendencia histórica de este documento capital siempre será referencia obligada para examinar su contexto de ayer y su vigencia de hoy.
Con el celebérrimo Manifiesto de Cartagena del 15 de diciembre de 1812, y el siempre ponderado Discurso ante el Congreso de Angostura del 15 de febrero de 1819, aludida misiva rubricada el 6 de septiembre de 1815, monopoliza, expresémoslo de este modo, el corpus mayor de la doctrina del Hombre de las dificultades.
Apuntado esto, volvamos sobre el tema de la identidad, para reiterar que nuestro Libertador, además de sus consabidos aportes políticos y militares, sería inaugurador de una de las discusiones más sustantivas del pensamiento latinocaribeño, impeler de una forma de autognosis inicial, de una legítima ruptura con el hispanocentrismo dominante.
La identidad es un proceso de apropiaciones, de adquisición dinámica y por tal, dialéctica, de un modo de ser. Hablamos de una suerte de “sentido colectivo”, que también personal, nos confiere ciertas significaciones, una relativa “unidad” diferenciadora de los otros. Sin pretender agotar el tópico, la identidad se puede concebir como una “representación” o una “estar siendo” contrastante y a veces semejante al del prójimo.
La búsqueda de la identidad será una constante en nuestra vida como pueblo, dándonos respuestas disímiles, dependiendo del sujeto que pregunta: sea negro, indio, criollo… En muchas ocasiones se tomarían prestados términos ajenos y en otras ocasiones adaptaríamos y crearíamos los propios a la hora de dar contestación a esta colosal interrogación.
De tal manera que, la Carta de Jamaica es un punto de arranque ineludible. En su exposición justificadora de alejarnos de España, con esclarecedora historicidad, Bolívar apuesta a una definición de un «qué somos» que abre surcos a un candente debate: “Nosotros somos un pequeño género humano; poseemos un mundo aparte, cercado por dilatados mares; nuevo en casi todas las artes y ciencias, aunque en cierto modo viejo en los usos de la sociedad civil (…); mas nosotros, que apenas conservamos vestigios de lo que en otro tiempo fue, y que por otra parte, no somos indios ni europeos, sino una especie media entre los legítimos propietarios del país, y los usurpadores españoles; en suma, siendo nosotros americanos por nacimiento, y nuestros derechos los de Europa, tenemos que disputar estos a los del país, y que mantenernos en él contra la invasión de los invasores; así nos hallamos en el caso más extraordinario y complicado.”
Somos, ciertamente, un “caso extraordinario y complicado”, que según su lugar de enunciación, criollo al fin, entrevería en esa “especie media” la conceptualización de mestizaje.
Aun cuando el Libertador plantea una salida mestizante a la cuestión ontológica, queda en sus palabras una cuenta pendiente: que esa síntesis vislumbrada no concluya homogeneizando la diversidad sociocultural negada, invisibilizada.
Iniciaba así el Grande Hombre una querella sobre la identidad hace más de dos centurias, con posturas encontradas: si, posteriormente, para Domingo Faustino Sarmiento dicha mixtura sería una carga degenerativa, por ejemplo, para José Martí, con la noción de “El hombre natural”, expondría lo contrario: orgullosamente, como nuestroamericanos, debemos alcanzar la añorada emancipación política y cultural.
La Carta de Jamaica sigue llamando a la reflexión dos siglos y una década más tarde.