
Entendimiento nos da Ítalo Calvino sobre la naturaleza de un clásico en el mundo de los libros. Nos apunta el escritor italiano que estamos ante esa rara avis que, cuando sus páginas se despliegan, nos genera el asombro de la primera vez.
Se podría decir que un clásico es un texto que contradice la manida frase bíblica “nada nuevo bajo el sol”, al contrario, en su lectura o relectura irrumpe un algo que no terminamos de percibir. De allí su invitación permanente, por poco atemporal, su temperamento universal, su hermosura expresiva y por supuesto, su sugerente manera de despertar casi siempre la oportuna reflexión.
Así, un clásico es un libro de necesario y recurrente repaso que abrió y abre caminos todavía inexplorados. «La raza cósmica» es uno de esos caros especímenes. Este polémico ensayo, dado a conocer en España, en 1925, por el filósofo mexicano José Vasconcelos, ha sido objeto de interminables discusiones. Su carácter expositivo, de forma y contenido, es susceptible de acalorados debates en el transcurrir de un siglo de haber visto la luz.
«La raza cósmica» versa sobre la existencia una “quinta raza”, epítome de muchas culturas: amerindia, europea, africana y asiática; toda una síntesis creadora iberoamericana según la mirada optimista vasconceliana.
«La raza cósmica» -publicado en época de nacionalismos, de búsqueda de identidades y de exacerbaciones regionalistas- defiende el mestizaje como un proceso antropológico de suyo natural, siendo los herederos de España y Portugal, fundamentalmente, la progenie en la cual dicha formación civilizatoria alcanzaría su máximo desarrollo.
De tal modo que, la sumatoria de celtas, iberos, romanos, germanos, con indígenas, afrodescendientes y el mundo asiático daría una mezcla de dimensiones mundiales. Esboza con un dejo racista una suerte de “unidad dentro de la diversidad”.
Plantea Vasconcelos la existencia de una sociedad emergente denominada Universópolis, territorio llamado a una misión espiritual en todo el orbe.
Utópicamente, con imaginación subversiva y casi delirante diría Vasconcelos sin escapar de cierto determinismo geográfico: “Con los recursos de semejante zona, la más rica del globo en tesoros de todo género, la raza síntesis podrá consolidar su cultura.
El mundo futuro será de quien conquiste la región amazónica. Cerca del gran río se levantará Universópolis y de allí saldrán las predicaciones, las escuadras y los aviones de propaganda de buenas nuevas […] si la quinta raza se adueña del eje del mundo futuro, entonces aviones y ejércitos irán por todo el planeta, educando a las gentes para su ingreso a la sabiduría. La vida fundada en el amor llegará a expresarse en formas de belleza.”
Mas allá de la ambigüedad y el anacronismo de las categorías utilizadas en su tiempo, y superando lo obvio, el temple segregacionista que brota de sus letras, «La raza cósmica» nos seduce por su audacia y su postura providencialista, por la fe futurista de su autor en creer fervientemente que Nuestra América puede salir de su colonialismo físico y espiritual, con un “internacionalismo ideal” sinceramente antiimperialista.
Este clásico, que apuesta conscientemente en la voluntad humana como fuerza capaz de cambiar el estado de las cosas, quizás sirva algo en estos días de conectividad incomunicante, de individualismo patológico y de desencanto narcisista.