
Cuando se avecina un evento comicial, cualquiera que este sea, siempre es necesario volver al origen; hacer el ejercicio de mirar hacia atrás, pero atisbando futuros. Si no se hace el viaje a la semilla, si no se retorna a las bases doctrinales, a las premisas que animan y promueven las luchas por el poder popular, lamentablemente, como nos los certifica la historia, los movimientos y partidos políticos revolucionarios degeneran en maquinarias electoreras, en parapetos engullidores de votos, hueras plataformas ayunas de ideas, carentes de pensamientos. Decimos esto por el convencimiento que tenemos de que el chavismo es una identidad política, una praxis de ruptura con lo más turbio y pestilente del pasado puntofijista.
Por eso sus símbolos y formas de relacionamiento, atendiendo a una lógica distinta a la neoliberal. De allí su carácter innovador que lucha por existir contra un conflicto multimodal feroz y un bloqueo criminal que quieren negarnos. Sin embargo, seamos sinceros, la Revolución Bolivariana pide a gritos una propuesta estética más orgánica y trascendente en el tiempo. No obstante, hay pasos en este sentido.
Si mucho se ha avanzado en el lenguaje político, urge reanudar con creatividad los tejidos sociales intencionadamente rotos por la acción genocida del imperio, que ha tratado de borrar lo mejor de la venezolanidad, no lográndolo, afortunadamente, pero ocasionando un daño catastrófico en todas las esferas de la vida nacional. ¡Es parte del precio de la dignidad!
Hay que reevaluar el papel protagónico del pueblo, entendiendo que este no es el mismo de hace un cuarto de siglo, y por ende, el modo de dirigirnos a él no puede ser igual. Hay que reenamorarnos del terruño con audacia alejados del burdo chauvinismo; si reiteramos la unidad cívico-militar-policial, entonces hay que robustecer los postulados soberanistas; hay que afianzar los valores ciudadanos básicos, del sentido común y de la cortesía mínima. Creemos que la escuela debe volver, en gran medida, a su función fundamental: reenseñar a leer, a escribir y a pensar con cabeza propia, sin estar de espalda a los grandes retos que representan la dictadura de los algoritmos, la guerra cognitiva y las mal llamadas inteligencias artificiales.
No obviemos la necesaria redistribución de la riqueza, con una cultura del trabajo y de la responsabilidad. Seguimos con el modelo de democracia participativa y protagónica, haciéndolo desde una pedagogía que socialice la palabra y acabe con la cogollocracia de los exquisitos.
¡Ojalá que con humildad, sin egos enfermizos y mezquinos, y con todo el espíritu bolivariano, nuestras autoridades aguas abajos, alcaldes y concejales, actúen siempre de la mano con los consejos comunales y las comunas¡
¡Qué nunca olviden que llegan allí para servir a la gente, para “mandar obedeciendo”!
¡Un poder local eficiente con una administración municipal pulcra, para el bien de los lugareños conocedores de sus derechos y amantes de sus historias y memorias colectivas!
¡Ojalá qué esos alcaldes y concejales que escogeremos sean “activadores, generadores, impulsores, motores”! ¡Que sean, en palabras del Arañero inolvidable, “combatientes, pero excelso, en lo moral primero, lo ético, en el comportamiento, los valores, el ejemplo, el trabajo, el estudio, las luces”! Soñemos y hagámoslo posible.
T/Alexander Torres Iriarte