
Cuando las derechas hablan de “Batalla Cultural”, suelen referirse a una lucha por el sentido común, los valores, las narrativas y las identidades que predominan en una sociedad. Desde un análisis semiótico de izquierda, esta “batalla” puede entenderse como una disputa por los significados que estructuran la vida social, el poder simbólico y el consentimiento.
En la retórica de derechas, es una forma de resistencia contra lo que llaman “hegemonía progresista”, en ámbitos como: Educación (currículos “ideologizados”), Medios de comunicación (representaciones de género, diversidad), Cultura popular (series, películas, música), Políticas públicas simbólicas (lenguaje inclusivo, memoria histórica). Desde nuestra semiótica emancipadora, la derecha está identificando y tratando de desplazar signos que amenazan toda visión del mundo (patriarcado, nación, familia tradicional, propiedad privada, orden).
Es una ofensiva ideológica con significantes emboscada que esconden todo tipo de perversiones mercantilistas y cadenas de sentido alienantes. Su “Batalla Cultural” usa significados y significantes burgueses: “ideología de género”, “zurdos”, “comunistas”, “libertad”, “patria”, “adoctrinamiento”. Estos conceptos no tienen un significado fijo, sino que adquieren sentido en contextos políticos. Por ejemplo, “libertad” puede significar guerras comerciales y aranceles disciplinadores, no respetar la libre expresión social, exonerar de impuestos a los más ricos, no tener educación sexual en las escuelas y en suma, no garantizar el derecho a la educación en todos sus niveles.
Su Revolución Cultural burguesa articula una cadena de equivalencias: feminismo = ideología de género = marxismo cultural = destrucción de valores. Desde una mirada gramsciana, se puede decir que la derecha ha adoptado la idea de hegemonía cultural (que originalmente era una herramienta marxista) y la ha invertido: ahora se ven a sí mismos como resistencia contra el poder cultural dominante, aunque en lo económico y político conserven el poder real. Ejemplo: Vox o Bolsonaro no son antisistema, pero se presentan como tales frente a una supuesta “dictadura progre”.
Se auto-perciben “disruptivos”. En términos semióticos, la derecha necesita construir un Otro: el feminista, el migrante, el comunista, el docente “adoctrinador”. Este Otro funciona como marcador semiótico negativo: es lo que amenaza el orden. Se recurre a la emoción más que a la razón: miedo, indignación, nostalgia. Su “batalla” se da en plataformas como TikTok, YouTube, medios de masas. No se trata sólo de argumentos, sino de formas simbólicas, gestualidades, imágenes, memes. La derecha ha aprendido a narrar con eficacia: el populismo de derecha trabaja con afectos, no con datos.
Nosotros debemos comprender que la política es también una lucha por el sentido, no sólo por el control institucional. Produciendo símbolos, relatos, prácticas y afectos alternativos. Rompiendo las cadenas de equivalencias impuestas por la derecha y reconfigurando significados desde una praxis emancipadora. En las últimas dos décadas, el concepto de “batalla cultural” se ha convertido en un eje discursivo central de las derechas a nivel global.
Ya no basta con controlar el poder económico o político; ahora, la disputa se traslada al terreno de los valores, los símbolos, el lenguaje y las identidades. Desde una mirada semiótica crítica de inspiración gramsciana y laclausiana, este ensayo busca analizar cómo las derechas reconfiguran el campo del sentido común, resemantizando nociones como libertad, familia, patria y verdad, y construyendo un enemigo simbólico al que llaman “ideología de género”, “marxismo cultural” o “corrección política”.
La “batalla cultural” se presenta como una lucha contra una supuesta hegemonía progresista en los medios, la academia, el arte y la legislación. En realidad, se trata de un giro estratégico: las derechas, a menudo dominantes en lo económico y militar, adoptan el lenguaje de la resistencia para victimizarse culturalmente. Esta inversión del marco gramsciano transforma a los poderosos en rebeldes culturales.
En términos laclausianos, la derecha construye un campo discursivo movilizando significantes flotantes como “libertad”, “adoctrinamiento”, “valores tradicionales”, o “globalismo”. Estos adquieren sentido en una cadena equivalencial que asocia feminismo, ambientalismo, antirracismo y diversidad sexual con una amenaza única: el “progresismo totalitario”. Así, la batalla cultural no es otra cosa que una lucha por el sentido.
Hay, al menos, diez figuras clave que lideran o representan esta cruzada cultural desde diferentes frentes: Steve Bannon (EEUU) – Exestratega de Trump. Promotor de una “nueva internacional nacionalista” que ve en la cultura el campo central de lucha. Jair Bolsonaro (Brasil) – Presidente entre 2019 y 2022. Acusó a las universidades de adoctrinamiento y denunció la “ideología de género”. Santiago Abascal (España) – Líder de Vox. Reivindica la familia tradicional y la memoria franquista como valores culturales a defender. Giorgia Meloni (Italia) – Primera ministra. Ha sido vocera de la idea de “defender la identidad cristiana” frente a la “agenda woke”. Agustín Laje (Argentina) – Intelectual y youtuber. Coautor de El libro negro de la nueva izquierda. Popular entre jóvenes conservadores. Ben Shapiro (EEUU) – Comunicador y fundador de The Daily Wire. Defiende el “libre mercado de ideas” contra la corrección política. Milei (Argentina) – Presidente desde 2023. Declara que “la batalla cultural es prioritaria”, y ataca el lenguaje inclusivo, los sindicatos y el feminismo. Jordan Peterson (Canadá) – Psicólogo y autor. Famoso por su oposición al lenguaje inclusivo y su crítica al posmodernismo. Tucker Carlson (EEUU) – Ex-conductor de Fox News. Defensor de la “civilización occidental” frente a la “agenda globalista”. Eduardo Bolsonaro (Brasil) – Hijo del expresidente. Promotor del conservadurismo en redes y congresos internacionales.
Estos actores articulan un discurso que combina nacionalismo, antifeminismo, antiintelectualismo y nostalgia por el orden tradicional, ganando terreno simbólico en sectores juveniles, religiosos y tecnológicamente activos. La batalla cultural se libra en redes sociales, donde los marcos semióticos se vuelven virales. Los memes, las frases impactantes, las fake news y los relatos breves son armas semióticas que no apelan a la razón, sino al afecto: miedo, rabia, indignación, burla. Es la guerra de las emociones, donde el neoliberalismo se disfraza de rebelión. Frente a esto, la izquierda no puede limitarse a una defensa institucional o académica. Debe reapropiarse de los lenguajes populares, generar contra-imágenes, relatos alternativos, y sobre todo, reconstruir un nuevo sentido común desde abajo. Eso requiere no sólo “decir la verdad”, sino hacerla deseable.
La “batalla cultural” que promueve la derecha es en realidad una lucha por mantener la hegemonía simbólica bajo la apariencia de insurgencia. Desde una perspectiva semiótica, se trata de una guerra por el control de los significantes que organizan la vida social. Comprender esta disputa es el primer paso para revertirla. La izquierda necesita disputar no solo el poder, sino también el sentido.
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