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El acuerdo «aukus» una nueva humillación de EEUU a la Unión Europea

El acuerdo Aukus —el pacto sellado entre Australia, Estados Unidos y el Reino Unido— para colaborar en materia y defensa en la región indopacífica ha significado una bofetada en la cara europea. En el fondo y en las formas. Se fraguó sin contar con los europeos, quienes lo conocieron sobre la bocina a través de los medios de comunicación. Y se hizo público el mismo día en el que Josep Borrell, Alto Representante de Asuntos Exteriores de la UE, revelaba la estrategia comunitaria para esta zona del mundo «que es el futuro» y «sobre la que se escribirá la Historia».

La Unión Europea estudia las consecuencias de seguridad, defensa y de sus relaciones con los países implicados. Pero los primeros hitos ya se han producido. Francia es la principal «víctima colateral». Con motivo de la nueva alianza, Australia canceló un acuerdo millonario por valor de 66.000 millones de dólares con Francia para la compra de submarinos. La reacción fue inusualmente feroz. El Gobierno galo lo ha calificado como un «puñalada por la espalda» más propia de la Administración Trump. Y las palabras también han dado lugar a los hechos: París ha llamado a consultas por primera vez a su embajador en Estados Unidos. 

También inusual ha sido la respuesta de la Comisión Europea. «Hay muchas cosas que necesitan respuesta. Uno de nuestros Estados miembro ha sido tratado de forma inaceptable. Queremos saber qué pasó y por qué antes de seguir como si no pasara nada», ha señalado Ursula von der Leyen, líder del Ejecutivo comunitario, en una entrevista exclusiva con la CNN.

Es muy poco frecuente que la UE levante la voz con Estados Unidos, al que ve como un hermano mayor que mira con sentimiento de inferioridad y de complejo. Hace una década, Obama abrió una senda que continuó Trump y reitera ahora Biden: la prioridad geoestratégica de Estados Unidos no es Europa ni su vecindad. Es Asia.

También con Obama se produjo el despertar europeo hacia una mayor independencia en seguridad y defensa. Pero una de los grandes retos para movilizar la maquinaria comunitaria es pasar de los debates filosóficos y los eslóganes a la acción. Europa es una suma de 27 países que cuentan con sensibilidades históricas, sociales y culturales muy diferentes. Estas brechas se evidencian todavía más en materia exterior. Países como Polonia, Eslovaquia o Chequia confían más en Estados Unidos que en Europa para defender sus fronteras de la amenaza rusa. Buena cuenta de ello da el silencio generalizado de los socios comunitarios a París.

Primeras consecuencias geopolíticas de Aukus

El pacto, considerado una traición entre aliados en algunas capitales, deja muchas lecciones sobre las nuevas dinámicas que se están forjando en el orden global: la visión estratégica de Estados Unidos es contener la influencia creciente de China; la OTAN continúa buscando su razón de ser en un orden mundial que ya no es bipolar; Europa lucha por ser un actor con poder real pero, sobre todo, con independencia en la arena internacional; y el Reino Unido maniobra en la era post-Brexit buscando alianzas extracomunutarias y celebrando su soberanía.

La primera consecuencia es que Europa podría congelar las negociaciones sobre el acuerdo de libre comercio con Australia. El secretario de Estado francés, Clément Beaune, ya ha dejado claro que no puede continuar el diálogo con un socio en el «que ya no se confía». Tras la salida del Reino Unido, Francia es el único sillón de la UE en el Consejo de Seguridad de la ONU, el único con armas nucleares y el único también con una presencia importante en la región Asia Pacífico. El desaire no solo afecta a millones de trabajadores galos e inversiones: si no a su orgullo.

Llega, además, en un momento sensible. El país vive la próxima primavera elecciones presidenciales. Emmanuel Macron siempre ha intentado poner a la UE al nivel de las grandes potencias en el ámbito internacional y de cara a los próximos comicios querrá exportar la idea de líder fuerte. Durante estos años se ha topado con la dificultad de avanzar en este ámbito resignándose a la evidencia de que la política exterior no se escribe en Bruselas sino en París, Berlín o Roma. Sin embargo, el país asume las riendas de la Presidencia rotatoria del Consejo el próximo 1 de enero e intentará dar forma a la llamada «autonomía estratégica europea».

Otro aprendizaje inmediato es que Estados Unidos se ha dado cuenta de que no puede confrontar a China por sí mismo. Necesita atraer a sus aliados. Y con la UE siempre lo ha tenido más complicado, ya que Bruselas apuesta por el equilibrio con el gigante asiático para proteger sus intereses comerciales, tecnológicos o climáticos. El bloque comunitario no quiere perpetrarse en el fuego cruzado entre Washington y Beijing, algo que irrita a unos y a otros en la estrategia del palo y la zanahoria.

Están por ver las implicaciones directas que Aukus tiene sobre la estrategia china en la región. De momento ha mostrado su rechazo al acuerdo tripartito, pero difícilmente cambiará su apuesta económica y militar ante lo que considera una retórica de Guerra Fría por la hegemonía occidental.

Y la lección aprendida a la fuerza, y quizá la más dolorosa, es que los Estados Unidos de Biden no operan, en esencia, muy diferentes a los de Trump. El tono ha mejorado de forma evidente, pero no se ha materializado en acciones concretas. Es la segunda vez en un mes que los europeos se topan con el repliegue proteccionista de Estados Unidos. Primero fue la retirada unilateral de Afganistán y ahora se trata de un acuerdo que les he pillado totalmente por sorpresa y del que han sido excluidos de forma deliberada, como el niño que no invita a otro de clase al cumpleaños concienzudamente. Esta se añade a otras descortesías previas.

En los meses de escasez de vacunas contra el coronavirus en Europa, Washington evitó entregar dosis que guardaba en stock. Y no ha sido hasta el día de hoy cuando ha abierto las puertas a nacionales europeos, a pesar de contar con una mayoría de población vacunada. Un malentendido puede ser un fallo de cálculo, pero varios en poco tiempo denotan un patrón que está mermando la confianza transatlántica.

El Reino Unido, ¿un ganador?

El submarino amarillo abandonó la UE el 31 de enero de 2020 con el lema de take back control (recuperar el control). Las posteriores conversaciones para detallar la relación que ambos mantendrían en el futuro se sellaron in extremis con un acuerdo de mínimos. Desde el comienzo, Londres dejó patente que no quería desarrollar acuerdos vinculantes y ambiciosos en materia de política exterior, seguridad y defensa con el otro lado del canal de La Mancha.

Con Aukus, el Gobierno que lidera Boris Johnson lanza el mensaje de que el país ha recuperado su soberanía a través de un pacto que, de paso, ignora a la UE, por la que nunca ha tenido un especial cariño. El Reino Unido ha comprendido que el mundo está cambiando. Que ya no es el Imperio de antaño y que debe desarrollar alianzas aproximándose, por ejemplo, a los Five Eyes (el grupo formado junto a Australia, Canadá, Nueva Zelanda y Estados Unidos). La brújula británica siempre ha estado más en Washington que en Bruselas, pero en la era post-Brexit es ya la única realidad.

T/ Pública/ LRDS

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