Columnas

200 años de amor bolivariano

Historia viva

Una corona de flores rojas, cayó sobre el pecho del Libertador cuando entraba  a Quito el 16 de junio de 1822, desde un balcón el pueblo de Quito en la figura de una mujer joven estiró sus brazos para recibir a una idea hecho hombre, le saludó y agradeció con una mirada la bienvenida. Ninguno de los dos se imaginó que ese hecho los uniría durante los días y años azarosos del fin de la guerra y más allá de los siglos.

Manuela Sáenz y Simón Bolívar fueron dos figuras que conjugaron el ideario bolivariano en una relación personal amorosa tejida desde el patriotismo más apasionado sobre la base de un valor fundamental del Bolivarianismo: el amor. No ha habido otra síntesis más descriptiva de un acto de felicidad que el encuentro de ambos personajes quienes desde su relación íntima trascendieron al valor que desarrolló el Libertador en su ideario.
La joven quiteña de 24 años, estaba casada a conveniencia desde 1817 cuando su padre la obligó a “matrimoniarse” con el rico comerciante británico James Thorne, de cierto aire liberal, a quien Manuela había manifestado su intención de dejarlo luego de 1822 para seguir al lado de Bolívar y vivir con él la aventura más erótica que pudo revelarse de un hombre y una mujer asediados por la intriga, y la hipocresía de las sociedades coloniales  y a la vez agitando banderas libertarias que ambos levantaban con pasión, honor y amor por la patria.
Así describió su adoración por el Libertador en una de las tantas partidas, encuentros y desencuentros con el Jefe Supremo: «Ha partido con usted mi única esperanza de felicidad. ¿Por qué entonces le he permitido escurrirse de mis brazos como agua que se esfuma entre los dedos?» (…) «Encuentro que satisfaciendo mis caprichos se inundan mis sentidos, pero no logro saciarme, no hay nada que se compare con el ímpetu de su amor». A lo que Simón Bolívar respondía en reciprocidad amorosa con: «Manuela bella, Manuela mía, hoy mismo dejo todo y voy cual centella que traspasa el universo, a encontrarme con la más dulce y tierna mujercita que colma mis pasiones con el ansia infinita de gozarte aquí y ahora, sin que importen las distancias. Espérame y hazlo ataviada con ese velo azul y transparente, igual que la ninfa que cautiva al argonauta».

Bolívar fue para Manuela Sáenz la encarnación de sus ideales, con él conjugaba sus inmensos deseos en libertad, patria, independencia y la máxima felicidad posible. Era el hombre con quien no solo compartió su vida, sino que  encontró con él lo que venía buscando desde antes de conocerlo cuando comenzaron a vibrar en ella los sentidos de justicia y de independencia con las cuales se había ganado el reconocimiento de José de San Martín al conferirle el título de Caballeresa de la Orden del Sol en 1821, el honor más alto que podía recibir una mujer civil en la lucha por la independencia junto a un grupo de mujeres patriotas.

Pero fue durante la Campaña del Sur, cuando decidió incorporarse directamente al ejército libertador, a pesar de los consejos del general Bolívar de estar lejos de los escenarios de batalla para resguardar su vida de riesgos fatales. Sin embargo Manuela desatendió esa recomendación y estuvo en primera fila en la Batalla de Pichincha  y de Junín, no solo organizando pelotones de troperas, atendiendo heridos sino con pistola en mano en la línea de fuego disparando contra las tropas realistas. Por lo que Sucre le dio el mérito militar de Capitana de Húsares y luego fue ascendida a Coronela del Ejército Libertador por su valiente participación en la batalla de Ayacucho.
Sus méritos militares, su alto sentido del honor y su fidelidad al Libertador le ganaron las virtudes para ser su secretaria privada y la responsable de espiar a los enemigos de Bolívar, una vez residenciado en Bogotá donde conspiraban diariamente contra el Jefe Supremo. Era la cuenta del amor a Bolívar y del amor a la patria lo que la impulsaba a estar en las primeras filas del anillo de seguridad del presidente de Colombia, llevar sus papeles, hacerle las recomendaciones políticas más acertadas en momentos difíciles para el Libertador.

Una vez consumadas las traiciones de los enemigos de Bolívar y de la unión colombiana, cada uno siguió distintos caminos, Bolívar a Santa Marta y Manuela Sáenz, presa desterrada terminó sus días 26 años después de la muerte del Libertador. Se refugió y finalmente murió en Paita, al norte de Perú, donde fue cremada junto a sus cartas y enseres personales el 23 de noviembre de 1856.

El historiador  ecuatoriano Alfonzo Rumazo González la dignificó al describir a “una mujer [que] se conducía en la hora difícil en la misma forma que hubiera procedido el Libertador. Le sobraba genio; sólo faltaron hombres que la secundasen».

El presidente Chávez la reivindicó en su dimensión feminista “Manuela son las mujeres indígenas, las mujeres negras, las mujeres criollas y mestizas que lucharon, luchan y seguirán luchando por la dignidad de sus hijos, de sus nietos, de la patria”.

Manuela Sáenz y su amor por Bolívar fue de una anchura trascendente cuando dijo: “Mientras vivió, amé a Bolívar, muerto, lo venero”

T/ Aldemaro Barrios Romero
venezuelared@gmail.com

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