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Elon Musk, el maquiavélico ‘rico del planeta’, retratado en cinco claves

El propietario de Tesla, Space X y la red social X y dueño de la mayor fortuna del planeta, valorada en 228.000 millones de dólares, es un empresario sin escrúpulos, con un estilo iracundo y un perfil de polemista compulsivo.

Es el propietario de la gran factoría de vehículos automatizados (Tesla), de la compañía aeroespacial privada capaz de competir con la NASA o la ESA (Space X) y, desde finales de 2022, el alma mater de X, la antigua Twitter.

Pero ¿quién es Elon Musk, el entusiasta donante de Donald Trump, el doble millonario que desea algún día abanderar al Grand Old Party (GOP) como cabeza de cartel presidencial, que no ha dudado en entrevistar personalmente en su red social al líder republicano?

A su juicio, todo vale en el libre mercado. Una premisa que puso en liza desde su temprana edad y que ha regido sus destinos como empresario. Estas cinco pinceladas de su personalidad y de su trayectoria profesional ayudan a comprender su poliédrica personalidad y su maquiavélica visión del mercado.

El pequeño introvertido, con alma supremacista

Elon nació en Pretoria (Sudáfrica) y desde muy temprana edad mostró su vena empresarial yendo de puerta en puerta en su ciudad natal, junto a su hermano, vendiendo Huevos de Pascua. A los 12 años desarrolló su primer juego de ordenador, Blastar, que vendió a la primera de cambio.

Diagnosticado con síndrome de Asperger, con antecedentes de sufrir acoso escolar y con secuelas personales por el temprano divorcio de sus progenitores, emigró a estudiar primero a Canadá y luego a EEUU. Ahí se licenció en Economía en la Universidad de Pennsylvania.

Marie Claire, su primera mujer, de la que se separó en 2010, destaca un aspecto de su forma de ser que ayuda a entender por qué en su cuarto de siglo de empresario de Silicon Valley siempre ha querido tener un perfil público bajo. En sus diez años de matrimonio sacó a relucir su alma competitiva y dominante.

«Siempre tenía una respuesta inexorable», algo que le valió en sus empresas «pero que no supo nunca eludir en nuestro hogar», ha asegurado. En varias entrevistas precisó alguna anécdota elocuente, como su susurro al oído de su esposa, en el baile de boda, en el que le recordó que él era «el factor alfa de la relación».

Elon se ha divorciado tres veces, dos de la misma mujer, la actriz británica Talulah Riley. En una ocasión admitió sus fallos. Eso sí, con altivez. «Si se pusiera mis pecados en un listado, quizás soy la peor persona de la Tierra. Pero si los comparas con las cosas correctas que he realizado, tendría mucho más sentido esa ristra de errores».

El espíritu emprendedor del joven Musk

Su paso por Stanford le dio el grado de físico y añadió a su personalidad un fervor desatado por la tecnología y las start-ups. Fundó de la nada una firma de software y diseño de webs y una compañía bancaria online que, con el tiempo, se conoció como PayPal y que fue vendida a eBay en 2002 por 1.500 millones de dólares.

Parte de su cheque milmillonario lo empleó ese mismo año en Space X, la recién constituida compañía de cohetes de la incipiente industria aeroespacial privada que ha quintuplicado su valor bursátil hasta los 185.000 millones de dólares. También invirtió en Tesla, de vehículos eléctricos y automatizados en la que asumió labores de consejero delegado en 2008. Ambas son referentes en sus sectores, incluso tras haber coqueteado con el colapso financiero en más de una ocasión.

Aunque antes, en 1995, puso en marcha, junto a su hermano, Zip2, un directorio de negocios virtual que Google no lanzaría hasta 1998 y que los jóvenes Musk vendieron a Compaq Computer por 300 millones cuatro años después.

Pese a que Elon fue apartado como CEO en 1996 por decisión de su consejo directivo, X.com fue su siguiente escala. También a golpe de talonario. Se trata de un banco online lanzado junto a otros tres cofundadores en 1999 y que contribuyó al inicio de las operaciones financieras digitales. En 2015, eBay tuvo que separar PayPal de su conglomerado, formando entidades distinta.

Del universo Internet a la enigmática Inteligencia Artificial

Musk fue inversor inicial de ChatGPT antes de separar sus destinos en 2018 y fundar su propia firma xAI con la aseguró que entraría en el «auténtico universo» virtual. Hace unos meses, arremetió contra el jefe de OpenAI, Sam Altman, al que acusó de haber renunciado a los beneficios de la empresa que ayudó a crear y de haber cedido sus fuentes y su know-how a Microsoft.

Es el instinto maquiavélico del que habla la prensa económica especializada que incide cada vez más a menudo en «el instinto y la improvisación» que rigen sus decisiones profesionales. Ashlee Vance, autor de una de sus biografías no autorizadas le describe como «un polémico compulsivo con unas ganas incontroladas de confrontación con todos y sobre todo, que maneja sus dotes de persuasión sin reservas, con abundancia de ego y al que le encanta que le den la razón».

De su amor por el mundo virtual destacan sus inversiones en divisas digitales y su presencia en compañías de menor dimensión como la constructora Boring (excavaciones de túneles y redes de infraestructuras) o la experimental firma de especialización médico-cerebral, Neuralink.

El dinero no es problema. Lo tiene por castigo. Es la persona más rica del planeta. El ranking de milmillonarios de Bloomberg estima que su fortuna se acerca a los 228.000 millones de dólares, cifra equivalente a los PIB de Qatar o de Hungría. Casi toda derivada de sus acciones de Tesla, donde posee más del 13% de sus activos. En especial desde 2020, cuando la multinacional automovilística empezó a registrar beneficios.

Para Forbes es la segunda riqueza personal, ya que en su lista de comienzos de 2024 descontó el 50% de los ingresos recabados por el 9% de Tesla por decisión de un juez de Delaware, quien consideró este acuerdo corporativo de 2018 ilegal. La publicación decidió dejar sin contabilizar la mitad de los 56.000 millones de dólares que recibió por su bonus.

Twitter y Starlink como armas de intercesión política

Poco importa que la antigua Twitter, la ahora conocida como X, haya perdido casi el 70% de su valor desde que Musk adquirió el 74% de sus valores. Es una de sus herramientas de influencia favoritas. Desde su atalaya social lanza mensajes a favor de la AI arremete contra sus rivales en sectores donde operan sus empresas o contribuye a ensalzar a políticos como Trump.

Ya no disimula su ascendencia ideológica. Antes se esforzó en transmitir a la opinión pública de EEUU que era medio demócrata, medio republicano y que había votado a Barack Obama, Hillary Clinton y Joe Biden. Pero que su «desencanto» le ha llevado a sucumbir a los encantos del líder republicano al que ha dado explícitamente su apoyo para las elecciones de noviembre.

Tras el intento de asesinato del cabeza de cartel del GOP le dedicó una extensa entrevista en X dirigida por él mismo, sin intermediarios, en la que permitió a Trump desplegar un sinfín de fake news para agasajarle.

Pese a que el líder republicano creó su propia plataforma, Truth Social y, en consecuencia, podría considerarse su competidor empresarial, la conversación entre ambos tuvo sobradas muestras de autoritarismo y ejercicios de post-verdad. El cortejo mutuo no ha tardado en dar frutos: Trump ha anunciado que encargará a Elon Musk una «reforma drástica» de la Administración si gana las elecciones para adelgazar los organismos federales y añadir «eficiencia» al aparato burocrático.

Este verano twitteó que Reino Unido se precipitaba hacia una «guerra civil» por los actos racistas que siguieron a la toma de posesión del laborista Keir Starmer, alentados por la extrema derecha británica, que recibió cumplida y contundente respuesta del actual inquilino del 10 de Downing Street.

Y también mediante mensajes cortos trató de justificar el traslado de la sede de Tesla a Austin (capital de la republicana Texas) desde la demócrata California, por los requerimientos regulatorios y los elevados impuestos del estado que alberga Silicon Valley.

Su red de satélites Starlink también recibió críticas por control de las comunicaciones tanto de Ucrania como de Rusia a cuyo líder, Vladimir Putin, le ha dedicado palabras blanqueadoras que han sido del agrado del trumpismo. Volodímir Zelenski, que recibió con entusiasmo la intención inicial de Musk de ceder el servicio de Starlink a Kiev, le criticó hace un año por rechazar su voz de alarma en Sebastopol, sede portuaria de la Armada rusa, por una presumible filtración de un ataque ucranio a buques del Kremlin.

El falso guardián de la libertad de expresión

Musk ha destapado la caja de los truenos con su verborrea en X. No sólo alertó de que Reino Unido se está convirtiendo en la Unión Soviética, sino que no ha dudado en exagerar sus delirios de grandeza y su activación de la máquina del fango por la prohibición de usar su red social en Brasil.

Al juez Alexandre de Moraes, que dictaminó el veto a X en el país sudamericano, lo califica de «dictador disfrazado de juez». Su fallo está basado en el ordenamiento brasileño, que exige a las firmas de Internet tener representación corporativa en su territorio para recibir notificaciones oficiales y decisiones judiciales.

Brasil ya cerró a WhatsApp, de Meta, varias veces en 2015 y 2016 por incumplir solicitudes de la policía para recabar datos de sus usuarios. En 2022, De Moraes también amenazó a Telegram por no obstruir su reclamación de información, pero la firma cumplió y su juzgado levantó el veto.

También defendió a Pável Dúrov, CEO y fundador de Telegram, tras ser detenido en Francia acusado de complicidad en delitos como tráfico de drogas, terrorismo o pedofilia por negarse a moderar el contenido de la aplicación de mensajería.

En un video en X al que antecedía irónicamente la palabra «libertad» recordaba la entrevista realizada por el gurú periodístico del trumpismo, Tucker Clarkson, con el propio Dúrov, en la que aseguró que la Casa Blanca trató de contratar a un ingeniero de Telegram a sus espaldas para conocer los entresijos de la aplicación.

La aspirante demócrata al Despacho Oval, Kamala Harris, ha arremetido contra Musk y recalca la necesidad de «regular el libertinaje discursivo» y de establecer «responsabilidades» por eludir la legalidad en el universo virtual a los gestores de las plataformas que difunden falacias.

Este debate entre teóricos defensores de una libertad de expresión sin límites que, sin embargo, no muestran el más mínimo remordimiento en preservar el derecho a la veracidad informativa, ha puesto sobre la mesa la doble vara de medir hacia Musk y hacia Julian Assange.

Pareciese como que al primero, con sus maquiavélicas intenciones, cargadas de ultra liberalismo autoritario, y sus indisimuladas pretensiones de influir en la opinión pública y en el poder político y económico.

Mientras que, al segundo, tras 12 años de asilo como proscrito político para evitar la persecución de Washington por revelar documentos clasificados del Departamento de Estado, y que recobró el junio la libertad solo al declararse culpable del grave delito de obtención y divulgación ilegal de material de seguridad nacional, se le tuviera que relegar al ostracismo eterno.

T/Diario Público/LRDS

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