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#Opinión por Alexander Torres Iriarte

La huella de Simón Bolívar en el universo político mexicano es rica y dilemática. Desde su propia actuación -en el marco de nuestras luchas independentistas hace dos siglos- la doctrina y el accionar del Grande Hombre ha marcado significativamente el lar lindo y querido.

Comenzando en nuestros albores emancipatorios el revolucionario caraqueño ha contado con la simpatía y la animadversión -minoritaria, pero existente- de personalidades en el país norteño. Ejemplo de ésto, fue el afecto casi devocional de Francisco Javier Mina, fray Servando Teresa de Mier, Miguel Santa María, Guadalupe Victoria, entre muchos otros, quienes lo justipreciaron como el celebre conductor de pueblos que fue.

Inclusive, Agustín de Iturbide, convencido monárquico, no escaparía de la rutilante estampa del Hombre de las dificultades. En una carta fechada 20 de mayo de 1822 decía al Libertador. “Recibid lo primero con agrado mi admiración por vuestro heroísmo, mis deseos de imitar las virtudes militares y civiles que disteis repetidos testimonios, y no esquivéis vuestra amistad a un hermano y compañero que se honraría en merecerla”.
Interesantísimo en esta orientación es la misiva de Carlos María Bustamante dirigida al Hombre diáfano, misiva que ahora cumple dos centurias. En el documento datado el 2 de febrero de 1825 insistía el tribuno republicano en la idea de que, si llegase a concretar el anhelado proyecto unionista, expresado en un cuerpo político sólido, “México -dice el además escritor prolífico- le nombraría generalísimo de la liga y pondrá gustosa en sus manos la espada y el bastón que diestra y sobriamente ha sabido manejar”. Igualmente, le solicitaba al inquieto mantuano intervenir oportunamente en la disputa entre México y Guatemala por el destino de Chiapas.
Debemos referir que dicha devoción por Bolívar encontraría en periódicos y revistas del momento naturales modos de expresión, en tal sentido, tanto el Águila Mexicana, como El Sol  y El Iris -sumando múltiples órganos  informativos de la hora- harían público aspectos biográficos del majadero inmortal, asunto inédito para la época.
Pero reiteremos: de la misma manera detractores -calumniadores viscerales- se darían a la tarea de mancillar la reputación y de sembrar dudas sobre el proceder del Libertador. Algunos con relativo éxito, digámoslo. Emblemático por demás, sería la mala prensa de José Anastasio Torrens -cercano a Francisco de Paula Santander e implicado en el magnicidio frustrado del 25 de septiembre de 1828-  en la cancillería mexicana.
También, debemos destacar las maledicencias propaladas por José Antonio Facio -contumaz partidarios de fórmulas dictatoriales- quien acusaba a Bolívar de pretender casarse con una princesa de la Casa Orleáns, para así autoproclamarse Emperador de Colombia.
Asimismo, debemos aludir a José María Luis  Mora -enemigo acérrimo de Congreso Anfictiónico de Panamá- quien no perdía la oportunidad de denostar del Padre de la Patria, acusándolo de ambicioso y de proclive a “fijar la política del continente, incluyendo a México”, comprometiendo “a su gobierno en un congreso diplomático que se proponía dominar (…) con miras reales de someterlos a todos”.
Así, la figura del Libertador se debatía entre dos visiones que, con sus matices y complejidades, siguen teniendo eco en el imaginario político de la tierra de Benito Juárez.
Alexander Torres /LRDS

 

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