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Opinión / Sabor de la tierra

Por: Alexander Torres Iriarte

Con una carta muy sentida el intelectual venezolano ponía su obra en manos del consagrado Jorge Isaac, una “seminovela” en su pensar, tributaria, humildemente, de la egregia María. Era el 14 de marzo de 1890 cuando decía Manuel Vicente Romero García a su homólogo colombiano:
“No tienen mis páginas el mérito literario de las vuestras, porque yo escribo en la candente arena del debate político. Sin embargo, acaso encontraréis en ellas ese sabor de la tierruca que debe caracterizar las obras americanas”.
Seguidamente Romero García aseveraba que Peonía, la obra en cuestión, era fiel fotografía -con sus cargas de rencores y complejos inherentes a una nación “enferma”- del país sometido por la férula guzmancista, mas cuando “vos sabéis, por propia experiencia, que en las luchas políticas se arroja lodo al rostro del enemigo cuando no se le puede vencer gallardamente”.
Esta afirmación reitera mi convencimiento de que un historiador despierto, no restringido a la mirada tradicional, sin hacer concesión con un subjetivismo arbitrario, puede hallar en nuestra novelística fuente nutricia para la comprensión de la Venezuela profunda.
La atmosfera agreste, los personajes arquetipales, el habla popular y los cuadros cotidianos con su trasfondo idílico entre dos primos -Luisa y Carlos, una damisela campirana y un mozo citadino-, insertan la obra en el criollismo de la época. Para Domingo Miliani “Peonía fue el primer caso de una novela venezolana erigida en patrón regional, a extremos de convertirla en objeto de una especie de boom costumbrista.”
Es reiterativa la idea de que en Peonía se encuentran preconceptos que serían repotenciados por Rómulo Gallegos cuatro décadas más tarde, con su inmortal Doña Bárbara de 1929, culmen de dicha corriente literaria, pero ruptura a la vez de la misma. La temática que resalta la actuación de un afable Carlos, ingeniero, que va al campo a contribuir con sus tíos -lucha de civilización contra barbarie- a remediar el inconveniente de los linderos de las haciendas, nos traen ecos de un Santos Luzardo atravesando el llano más o menos atendiendo a igual “llamado”.
En Peonía abunda, entonces, la denuncia social aderezada con cierto romanticismo naturalista, con una “filosofía materialista y positivista”, que propaga la tesis de que el progreso social es la panacea para todos nuestros males.
Esa Peonía -a 135 años de su publicación y reverenciada en algún momento por la crítica como “la primera novela nacional”-debemos releerla cum grano salis, como la cita con un abuelo que, pese a su tiempo vivencial transcurrido, tiene mucho que decirnos en los días que pasan.
Su autor: Romero García, nacido en Carabobo el 24 de julio de 1861. Hablamos de un telegrafista que sufrió cárcel y exilio, un letrado inicialmente castrista y posteriormente adversario del Rehabilitador andino. Polémico hasta la saciedad expresaría aquellas proféticas palabras que lamentablemente gozan de gran actualidad: “Venezuela es el país de las nulidades engreídas y las reputaciones consagradas”.
De este novelista encontraremos hermosas piezas en El Cojo Ilustrado y en Cosmópolis. Paradójicamente Romero García moriría en los parajes de otro realismo semejantemente áspero, pero más mágico que al que él le tocaría describir. El 22 de agosto de 1917 fallecía en Aracataca, lar nativo de Gabriel García Márquez.
Alexander Torres Iriarte
LRDS

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