Para el año 2018, Costa Rica tenía 5 millones de habitantes. Es una pequeña nación de Centroamérica, con características poblaciones un tanto diferentes al del resto de los países de la región. Es el único de todos que nunca ha sufrido una invasión u ocupación militar estadounidense, podríamos añadir el caso de Belice, pero es una situación distinta, ya que hasta mediados del siglo 20, Belice fue una colonia británica.
Por décadas ha sido la «tacita de plata» centraomericana, sin guerras civiles desde 1948, con un nivel de vida de superior e incluso sin golpes de Estado. Allí se construyó una disimulada dictadura perfecta que cada 4 años se «legitima» en las urnas de votación, con el único fin de repartise el poder entre los mismos.
El Partido Social Cristiano y el Partido de Liberación Nacional (socialdemócrata), se repartían el botín sin mayores matices, con una política casi siempre copiada de la caja de instrucciones de la Casa Blanca estadounidense. Pero a finales de la década pasada, el sistema de bienestar social que habían instalado medianamente en el país se fue a pique, la dinámica neoliberal y las propias características de la economía costarricense cambiaron el paisaje y con ello se deterioró la popularidad de los dos partidos tradicionales.
Poco a poco otras organizaciones empezaron a ganar terreno, incluso una de izquierda, el Frente Amplio. Sin embargo no fue hasta el año 2018, que el Partido de Acción Ciudadana (PAC), una organización creada en torno a grupos evangélicos y con pensamiento conservador y de rancia derecha, ganó las elecciones con carlos Alvarado. La «renovación» resultó en un profundo retroceso y todo aquello que se le cuestionaba al bipartidismo volvió a ocurrir, la corrupción y la indolencia.
Este año, con la pandemia del COVID-19, salió a relucir, que los grupos evangélicos no estaban tan preocupados por el prójimo, como se supone inspira el cristianismo. Entonces, el presidente Alvarado decidió en medio de crecimiento de los casos irse de vacaciones, si así literal, vacaciones. Y no sólo eso, sino que fue a vacacionar a un hotel de empresarios vinculados a su gobierno y que además están severamente endeudados con el Estado costarricense. El «bienestar social», sigue funcionando para una minoría infima.
El hotel de Nandayure en la localidad turística de Guanacaste fue el lugar a donde Alvarado decidió irse con su familia el pasado fin de semana. El consorcio propietario del hospedaje está liderado por Phillipe Garnier Diez, hijo del flamante ministro de Coordinación y Enlace con el sector privado, André Garnier.
Dicho consorcio posee una deuda de poco más de 132 mil dólares con el ministerio de hacienda de Costa Rica y con el Seguro Social de la nación centroamericana. No sólo eso, el avión en dónde se trasportó el mandatario no está registrado para operar en Costa Rica sino en Panamá y no sólo eso tampoco, la aeronave es propiedad del ministro Garnier.
En el contexto de la pandemia, el hotel estaba presuntamente cerrado, es más ellos mismo argumentaron eso para evitar dar información a los medios locales costarricenses. El presidente se fue de vacaciones, pero el COVID-19 no.
Costa Rica tiene una de las más altas tasas de contagio por el nuevo coronavirus en la región: 498,94 por cada cien mil habitantes. Si hacemos la comparación tenemos que Argentina tiene 203 casos por cada 100 mil habitantes; Guatemala tiene 154; El Salvador 137; Venezuela 29; Paraguay 39; Colombia 259; México 223. Como se observa Costa Rica los supera a todos ampliamente.
Al momento del presidente Alvarado irse de vacaciones, el país centroamericano encaraba una proyección de contagios que multiplicaría el promedio por habitantes de personas infectadas con el nuevo coronavirus. Costa Rica supera actualmente los 26 mil contagios acumulados, con 826 casos nuevos detectados en la última jornada (nótese que la cifra es similar a la del promedio de Venezuela durante la presente semana, sólo que la nación sudamericana tiene 6 veces más población).
Costa Rica tiene 17 mil casos activos y 272 fallecidos desde el inicio de la pandemia, una cifra similar a la de Venezuela, sólo que hay que recordar el detalle que explicamos en el párrafo anterior sobre la diferencia poblacional.
Alvarado parece que pasó por el evangelio, pero el evangelio no pasó por él. Sus vacaciones reflejaron no sólo evidentes irresponsabilidades ejecutivas sino también administrativas. Pero seguramente las grandes agencias lo que le seguirán contando es que Costa Rica es un «ejemplo» para la región, de impecable condición en su sistema sanitario y muy «democráticos». Claro la democracia de los empresarios.
T/ Chevige González Marcó/ LRDS