Por estos días hablar de Perú se ha hecho algo popular en Venezuela, las expresiones xenofóbicas contra los venezolanos que han migrado hasta ese país han sido tema de conversación, resquemores y críticas.
Es difícil hablar del Perú actual sin conocer su contexto y la carga histórica de discriminación y exclusión que arrastra ese país, desde aquel Virreinato que intentó destruir cualquier vestigio de la civilización inca, sus avances y progresos tecnológicos, que masacró y excluyó a los pueblos originarios.
Es una pesada herencia, donde los primeros discriminados han sido por décadas aquellos de notorio origen indígena, afrodescendiente, pobres. Es el Perú, donde las personas pobres y de piel morena debían agachar la cabeza al paso de un blanco o de otros semejante pero con poder económico.
También es el Perú donde los procesos intentados de transformación social han sido aplastados a sangre y fuego con sucesivas masacres en los siglos 19 y 20. El Perú que nunca logró hacerse una república verdadera.
También es aquel de la época muy compleja de los años de la década de 1980 cuando insurgió una organización guerrillera que aparentemente enarbolaba banderas de izquierda, pero cuya acción fue de una secta fanatizada que convirtió el descontento y la rabia social en muerte, se trataba de Sendero Luminoso. Esos hechos hicieron un gran favor a las fuerzas reaccionarias, que tuvieron la excusa perfecta para estigmatizar a las fuerzas progresistas, que empezaban a lograr grandes triunfos, inclusive históricos en el continentes.
Llegaron los duros años 80
En 1983, el frente de Izquierda Unida había logrado ganar la alcaldía de Lima con su candidato Alfonso Barrantes. Posiblemente nos equivoquemos, pero creemos que es la primera vez que la izquierda latinoamericana lograba ganar por elecciones el gobierno local de una capital del Estado. Lo que fue una experiencia de sueños y esperanzas fue convertida en ruinas por la acción de Sendero Luminoso por un lado y de los gobiernos peruanos por el otro.
Vino muerte y más muerte, mascares y más masacres, atentados y más atentados y con ello la ruptura de los tejidos sociales que con mucho esfuerzo iba construyendo la izquierda. Barrantes e Izquierda Unida habían ganado las elecciones con poco más del 36% de los sufragios ante la para entonces poderosa maquinaria del APRA. A los pocos años, quizás meses esa fuerza fue pulverizada.
Vino entonces una debacle que fue aprovechada para la instauración de la dictadura de un civil, Alberto Fuijimori, que concentró los poderes del complejo y fortalecido aparato militar, policial y de represión. Con esto se moldeó la ficción de convertir a Perú en un nuevo Chile, con las reminiscencias de Pinochet y la hegemonía del modelo neoliberal. Esa fórmula de “progreso” que hundió económicamente a la región entera entre 1980 y el año 2000, aproximadamente.
De allí, de esa época de estigmatización de la izquierda surgió un término coloquial: “terruco”. Con ese mote que inicialmente estaba dirigido a los militantes de Sendero Luminoso y de la guerrilla del Movimiento Revolucionario Tupac Amaru (MRTA), se empezó a denominar a todo aquel cuyas palabras, gestos o incluso, absurdamente su fisonomía, pareciera de izquierda. De allí todo se ha hecho más difícil para cambiar muchas cosas en Perú.
En ese contexto, en días en una conversación sobre las expresiones xenofóbicas en Perú, escuché de otra persona una frase que decía mas o menos: “hay que entender que es un país donde existen fuertes rasgos desde discriminación entre ellos mismos, cómo esperar otra cosa”.
Es el Perú, que acá tratamos de dibujar a una gran velocidad y simplicidad que este 11 de abril se enfrenta a unas elecciones presidenciales que pueden cambiar su geografía política y que han tenido en el centro del debate un tema transversal: constituyente. La discusión por una nueva constitución surgida desde las bases populares que de por finalizada el texto impuesto por la dictadura fujimorista.
Antesala de los protagonistas
Hasta ahora tres candidatos lideran la intención de voto, según las encuestas divulgadas desde Lima. Dos de ellos son políticos que forman parte del mismo entramado neoliberal, George Forsyth y Keiko Fujimori. La otra candidata con favoritismo es Verónika Mendoza, quien lidera la lucha por los cambios sociales, políticos y económicos, la Constituyente y hasta ahora dibuja una alianza que recuerda los logros de unidad que determinaron en aquel 1983, la victoria de la izquierda en las elecciones para la alcaldía de Lima.
Sobre Forsyth el jurado estadal electoral ha dictaminado dos veces que no puede participar en los comicios, por falsificar la información de sus intereses económicos en el proceso de inscripción. Al candidato favorito en las encuestas y de muchos sectores de poder económico le queda una sóla apelación ante el Jurado Nacional Electoral.
Forsyth es hijo de un ex-diplomático peruano, nacido en Venezuela donde vivió hasta los 2 años de edad, por cierto y ex-jugador de la selección nacional de fútbol de Perú y hasta hace poco alcalde la localidad metropolitana limeña de La Victoria.
Con una familia tradicionalmente ligada al poder político y económico en el Perú, Forsyth y su partido Victoria Nacional conjuga pragmatismo empresarial con el discurso de la “gerencia eficiente”. Se trata de uno de los lugares comunes con los que mucha veces se trataba de emular “el ejemplo de Chile”, ejemplo ahora caído en cierta desgracia. También se asume como un político “no político”, ya sabemos que es en si misma una contradicción, pero a la que suma que está rodeado de veteranos políticos de los gobiernos de derecha en el Perú.
Por su parte, Keiko Fujimori, hija del ex-dictador es una habitual en las contiendas presidenciales peruanas. Pese a sus múltiples cuestionamientos sobre el financiamiento de sus campañas, siempre logra quedar inscritas como candidata y seguir viviendo entre el fantasma político de su padre.
Representa a la derecha que añora “poner más orden” en las cosas y que usa la palabra autoridad como mecanismo para persuadir a ciertos sectores agobiados por los problemas cotidianos. En tanto, es necesario recordar que una parte del Estado peruano aún responde a los mecanismos y personajes claves instalados por el dictador Alberto Fujimori.
Pero en general el discurso de Keiko son expresiones vacías relacionadas siempre con el ideario más conservador. «No hay mejor ejemplo de un gobierno eficiente que el de una madre que saca adelante a sus hijos con amor y con firmeza porque lo que más amamos es lo que más cuidamos», así dice ella misma en un video de propaganda que condensa su propuesta para el Perú. Obviamente trata de recordar la figura de Fujimori como “padre” de los peruanos y su “firmeza”.
Recordar que aquella firmeza produjo al menos dos masacres emblemáticas, por las que incluso debió rendir cuentas ante la justicia de la nación sudamericana. Fueron aquellas efectuadas en la comunidad de “los Barrios Altos” y en el campus de la Universidad de La Cantuta, en los años 1991 y 1992, respectivamente.
Fujimori actuaba a través del llamado “Grupo Colina”, una organización parapolicial, paramilitar que efectuaba la “guerra sucia”. En ambos casos se comprobó que tomaron la justicia por su mano para ajusticiar a personas en condición de indefensión, desarmados y ya capturados. Un niño de 8 años figura entre quienes fueron asesinados vilmente por los esbirros de Alberto Fujimori.
La candidata de las fuerzas progresistas peruanas, que según los sondeos de opinión ocupa el segundo lugar en intención de voto, es Verónika Mendoza, quien ya fue candidata en los pasados comicios y logró un sorpresivo tercer puesto con 18,8 por ciento de los votos, en aquel entonces como abanderada del partido de izquierda Frente Amplio.
Actualmente Mendoza lidera al partido Juntos con el Perú, que en alianza con otros movimientos sociales de izquierda y el Partido Comunista Peruano, la acompañan en la difícil tarea de seguir superando la estigmatización de “terrucos” y de asociarlos con la violencia irracional de sendero Luminoso.
Acá debemos recordar también la coincidencia entre la cercanía de las elecciones presidenciales peruanas y el auge de expresiones de xenofobia que se han registrado contra los venezolanos en esa nación. Una especie de odio que se va sembrando en ciertos sectores, una condición que no es natural del pueblo peruano humilde y que seguramente tiene matices mucho más complejos.
Volvemos a Mendoza, actualmente es la candidata que lidera la batalla por lograr una constituyente y una nueva constitución para el país. Afirma que es un propósito transversal, donde deben estar involucrados todos los sectores de Perú pero especialmente el pueblo y sus organizaciones.
Constituyente
Según una encuesta divulgada en diciembre del año pasado, la construcción de una Asamblea Nacional Constituyente es un hecho apoyado por la mayoría de los peruanos. El sondeo realizado por el Instituto de Estudios Peruanos (IEP) indica que el 97 por ciento de los encuestados se pronuncian por el cambio en la constitución fujimorista de 1993.
Otro 63% por ciento de los encuestados en la citada encuesta está también de acuerdo con que sea una Asamblea Nacional Constituyente la que “lidere los cambios” en el Perú.
Recordemos que a finales del pasado año, Perú vivió una convulsión política a partir de la destitución parlamentaria del presidente Martín Vizcarra. Multitudinarias manifestaciones condenaron lo hecho por el Congreso, sin que tampoco apoyaran propiamente a Vizcarra. Entonces, el país se sumergió en la incertidumbre política, la represión y la destitución del mandatario designado por el legislativo.
Ni Vizcarra ni el actualmente mandatario encargado Francisco Sagasti fueron electos por los peruanos para el actual período constitucional, ambos son una consecuencia de la destitución del inicialmente electo, Pedro Pablo Kuczynski, un personaje que apenas sabía hablar castellano y de nacionalidad estadounidense.
Volvemos a Mendoza, en una entrevista ofrecida en diciembre pasado al medio digital español El Diario, la candidata resumía la actual encrucijada para las fuerzas progresistas peruanas: “Hace tiempo venimos haciendo esfuerzos por dialogar y debatir con distintas fuerzas políticas de izquierda y progresistas, distintas organizaciones sociales y sindicales para construir un programa común, reconociendo nuestra diversidad de historias, nuestros énfasis programáticos pero poniendo por delante la necesidad de un cambio profundo en el país. Hemos logrado un importante proceso de articulación en Juntos por el Perú en torno a la bandera de una nueva constitución y esperamos seguir confluyendo en torno a estas banderas”.
Las cartas están echadas y un nuevo Perú podría surgir, apartado del odio con el que ha sido gobernado por quienes siempre han mandado en favor de las minorías. Aquel Perú de la exclusión y la discriminación puede empezar a cambiar ¿por qué no?
T/ Chevige González Marcó/ LRDS