El Mundo

La ultraderecha española se anota el mayor ascenso en toda Europa

Elecciones autonómicas en Castilla y León

Ni 24 horas duró el sueño de Alternativa para Alemania (AfD) de formar parte de un gobierno. Democristianos y liberales tejieron en 2020 un acuerdo para incluir a los ultras y desbancar así a la izquierda del Estado federal de Turingia. Un hito que ponía fin, por unas horas, al pacto más sagrado de la política germana: con la extrema derecha «ni se negocia ni se pacta». Poco después, el gobernador liberal que orquestó esta operación dimitió para «eliminar» esta «mancha».

Por su traumático pasado, Alemania es el país que nunca ha quitado el cordón sanitario a la extrema derecha. En otros como Italia, Finlandia, Austria, Polonia o Hungría la presencia de los radicales en órganos de gobierno era o es parte normalizada de la vida política. En 2018, tras el auge de Vox en las elecciones andaluzas, España dejó de ser la excepción europea vacunada contra la extrema derecha. El país sucumbía así a una tendencia que llevaba años consolidándose en Europa y que vio en la crisis financiera de 2008 y en la migratoria de 2015 su gran revulsivo.

Con el ascenso de los de Abascal de 1 a 13 diputados en los comicios de Castilla y León, España se anota el mayor ascenso de la extrema derecha en elecciones recientes producidas en el suelo comunitario. Y se consolida como una fuerza emergente que, por el contrario, está dando señales de desgaste en otros países europeos. «Un día triste. Se convocaron elecciones con el fin de abrir la puerta a un gobierno con la extrema derecha. Esto es lo que ha conseguido el PP de Castilla y León», ha lamentado Iratxe García Pérez, líder de los Socialdemócratas europeos.

El caso solo puede extrapolarse al vecino Portugal, donde, al igual que ocurrió en España, el auge extremista tardó en llegar. En las elecciones del pasado mes de enero, la ultraderecha lusa representada por Chega dio su gran campanazo pasando de 1 a 12 diputados.

Sin embargo, el escenario ibérico representa la excepción reciente de la UE. Los comicios generales o municipales de los últimos meses dejan un mapa generalizado de una extrema derecha que se desinfla. En las elecciones neerlandesas del año pasado, el populista Geert Wilders perdió tres escaños. Las urnas en Marsella dejaron a Marine Le Pen en situación de pre-alerta de cara a las presidenciales del próximo abril, pues sufrió una de sus peores derrotas al frente del rebautizado partido Agrupación Nacional (antes llamado Frente Nacional).

También en Italia, el que fuese hace unos años primer país fundador gobernado por los euroescépticos de La Liga y el Movimiento 5 Estrellas, las fuerzas ultras encabezadas por La Liga de Matteo y Salvini y Hermanos de Italia de Giorgia Meloni atraviesan un momento de desplome. Hace escasos meses encajaron un gran varapalo tras ser derrotados por el centroizquierda en las grandes ciudades transalpinas.

Pero ha sido en Alemania donde el descalabro ultraderechista ha sido más patente. Alternativa para Alemania (AfD) desató un terremoto político cuando en 2017 irrumpió por primera vez desde el nazismo en el Bundestag. Y lo hizo como una apisonadora: pasó de no existir a sumar 92 diputados convirtiéndose en la tercera fuerza con más representación en el Parlamento germano. Pero el idilio no se materializó en las elecciones siguientes, celebradas en septiembre del año pasado. Las urnas le depararon una caída de dos puntos que les relegó a la quinta posición.

T/ Público/ LRDS

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