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Por: Alexander Torres Iriarte

Uno, mexicano y el otro, venezolano. El primero fue bautizado como “el Regiomontano Universal”, el segundo como el “Ensayista por excelencia de Hispanoamérica”. Ambos fueron escritores, diplomáticos, filósofos, historiadores, es decir, abridores de sendas para calibrarnos con la chaveta bien puesta.

Ambos echaron en su momento las bases y dirigieron importantes instituciones de la cultura nuestro americana: El Colegio de México, y la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad Central de Venezuela, respectivamente.

Hablamos de Alfonso Reyes (1889-1959) y de Mariano Picón Salas (1901-1965). Pese a la diferencia de edad, armonizaron desde el principio, prodigándose sinceramente una admiración mutua. Picón Salas reconocía en Reyes un modelo a calcar como educador e intelectual. A su vez el escritor mexicano veía en el joven criollo un contertulio de altura.

Se identificaban en sus sobriedades, en sus desapegos por el dinero, en sus desganos ante el cotilleo agotador del poder, sin decir que fueron castrados políticos. Reyes y Picón Salas apostaron sus vidas a lo constructivo, vidas agitadas, alejadas del mundanal ruido y de la obsesión proverbial de matarnos muchas veces sin razón. Fueron hombres de letras, -no inocentes, eso sí- amantes de las formas y de la crítica.

En su errante existencia Picón Salas no le perdió la pista a Reyes. La nutrida correspondencia de años da cuenta de eso. Estuviera donde estuviera el maestro mexicano estuvo presente en los desvelos y los diálogos del venezolano.

La preocupación por la historia cultural fue coincidente. Dar con la fibra invisible, imperceptible de la espiritualidad, de la identidad de sus pueblos, fueron quebrantos compatibles.

Hace un siglo, en 1924, Reyes retornaba después de un largo periplo a la tierra que lo había visto nacer. Era acreedor de un sillón en la Academia Mexicana de la Lengua. Era la efervescencia de un hombre de 35 años que tocaba nuevamente sus orígenes. Mientras tanto, en la lejana cordillera andina venezolana, un muchacho inquieto de 23 años -con un libro emblemático en su haber, como una especie de confesión de vida: Buscando el camino- se matriculaba en el Instituto Pedagógico de Santiago de Chile.

Arrancaba con pasión y talento el estudio de la Ciencia de Clío. Ya Picón Salas simpatizaba con ideas socialistas y anarquistas. También ya atisbaba un “método” propio para abordar hechos pretéritos, teniendo como punto de apoyo desde Jacob Burckhardt hasta el mismísimo Alfonso Reyes; lo que dice de su deuda intelectual con el humanista mexicano.

Sobre este respecto bien vale la pena citar a Adolfo Castañón: “Monterrey en México y Mérida en Venezuela -las querencias nativas de ambos- son ciudades pareadas que están rodeadas de imponentes montañas. Juntos, a lo largo de los años, van afianzando su amistad al socaire de proyectos comunes: a veces realizados, a veces no, pero inevitablemente movidos por el entusiasmo intelectual y por la conciencia de que Europa está en crisis, y de que hay que salvar a Europa de los europeos. La reticencia ante los reduccionismos ideológicos de izquierda y de derecha y la conciencia de que es preciso practicar una política vertebrada por las jerarquías de la cultura”.

Recordar la relación entre dos grandes es rememorar el compromiso de nuestros pensadores en la lucha por la liberación cultural de nuestros pueblos.

T: Alexander Torres Iriarte

Historiador, docente, escritor y ensayista

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