
No es un lugar común reiterar el gran aporte proporcionado por Rómulo Gallegos, no solo a las letras nacionales sino mundiales. Su impronta, de recurrentes y multidisciplinares análisis, enfatiza a un autor que en su momento sería propuesto como Premio Nobel de Literatura. Asunto nada exagerado para la calidad del oficio calibrado de primera línea por propios y extraños, aun cuando el escritor criollo no se hacía ilusiones: tanto la eclosión de textos de altísimas facturas literarias, como la conocida indiferencia de la academia sueca sobre los autores latinoamericanos era poco alentador.
En este sentido, es oportuno recordar la novela Canaima, “maciza”, “mineral”, que ahora cumple nueve décadas. La marca del Orinoco en un sujeto ambivalente, que se busca a sí mismo es leitmotiv de un creador que, a la vez que denuncia los abusos de poder de los sempiternos caudillos locales, con la consabida expoliación del hombre y su entorno -el negocio del oro, la extracción del balatá y el caucho, los quehaceres agrícolas- retomaba la confrontación del bien y el mal como nos había acostumbrado con su pluma edificante.
Nos encontramos en esta obra “consagratoria” para el Maestro una inmersión epopéyica por nuestra Guayana venezolana -siempre apetecida por intereses extraños-, planteándonos, con gran lirismo, la contradicción del espíritu humano que sucumbe ante el llamado de la naturaleza, lo que hace de Marcos Vargas todo un “antihéroe” de la novelística venezolana. Dicha metamorfosis la registramos en el capítulo XIV, intitulado “La tormenta”, cuando se desnuda el personaje principal frente a la torrencial lluvia y los temibles relámpagos, fusionándose finalmente con el alma de la selva.
Los ríos, los árboles, los pobladores son ponderados en su justa dimensión geográfica en Canaima, sin obviar el plexo cultural de la gente a través de una especie de canto mítico, ambientado en un territorio virginal “cual la primera vegetación de la tierra al surgir del océano de las aguas totales”.
Se sabe de la permanencia de Gallegos en Guayana durante 25 días -entre el 15 enero al 8 de febrero de 1931-, recolectando materiales para su obra, novela que vería luz cuatro años más tarde, siendo publicada por la editorial Araluce, de Barcelona, España.
Pero, también en el cine mexicano hay un hito inevitable. Si la obra escrita es de 1935, la película sería filmada diez años después. Nos referimos a Canaima o el dios del mal, encarnando a Marcos Vargas el mismísimo Jorge Negrete. Son ochenta años de este acontecimiento. Después de los sonados éxitos de filmes como Doña Bárbara (1943) y La Trepadora (1944) el gusto por las historias del eximio literato venezolano convidaba a seguir con las adaptaciones de sus novelas más leídas en la gran pantalla.
Le tocaría a Juan Bustillo Oro dirigir Canaima o el dios del mal, sumando a su elenco, además del afamado Charro cantor, a notables figuras como Rosario Granados y Carlos López Moctezuma. Con una banda sonora infaltable del laureado Manuel Esperón.
Bustillo Oro cambiaría el final de la novela, obligando a Marcos Vargas a quedarse con Aracelis, en vez de hacer pareja y tener vástago con una indígena como cierra la obra original; aspectos, que si bien parecía ganar en taquilla, perdía, a nuestro entender, en el carácter universal del mensaje de Rómulo Gallegos.
T: Alexander Torres Iriarte