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Opinión/ ¿La oposición necesita un enemigo que la divida o ella puede sola? (+Clodovaldo)

Las divisiones y las desviaciones de la oposición a lo largo de un cuarto de siglo han sido causadas por las desmedidas ambiciones políticas y, sobre todo económicas, de sus líderes. El gobierno sólo ha tenido que dejar que esa dinámica perversa provoque las escisiones y las rupturas.

Las figuras dirigentes de los partidos antichavistas se disputan los jugosos recursos dispuestos para el tan cacareado “cambio de régimen”, al tiempo que juegan suma cero entre sí, es decir, que cada una de esas figuras aspira a erigirse como la única o, al menos, como la dominante.

En la primera parte de este artículo, revisamos esos dos factores. En esta entrega, profundizaremos en lo referente a las rivalidades internas y abordaremos otro de los grandes factores: la desmedida injerencia estadounidense en las estrategias y tácticas opositoras.

También revisaremos un fenómeno extraño: la oposición tiende a dividirse no solamente cuando pierde (lo que parece natural en cualquier grupo político heterogéneo), sino también después de ganar o de lograr un importante crecimiento electoral.

El narcisismo como problema

Es bien sabido que la mayoría de los líderes políticos, de la tendencia que sea, tienen algún componente narcisista en su personalidad. En los casos de las grandes figuras carismáticas, se trata de un rasgo animado por una fuerte empatía y ascendencia con las masas. Pero también abundan los liderazgos creados en laboratorio, forjados mediante campañas de marketing y publicidad, que se proyectan como tan o más narcisistas que los líderes naturales.

En el ámbito de la oposición venezolana, encontramos una doble condición: mucho narcisismo y poco liderazgo real. Ante la necesidad de enfrentar a un auténtico jefe político natural, como lo fue el comandante Hugo Chávez, los partidos de derecha y ultraderecha se han visto obligados a reencauchar viejos liderazgos o a inflar unos nuevos, con resultados igualmente pobres.

Este drama comenzó, incluso, antes de la primera victoria de Chávez, cuando los grandes partidos del puntofijismo lanzaron del tren en marcha a sus candidatos presidenciales, Luis Alfaro Ucero (Acción Democrática) e Irene Sáez (Copei), en un desesperado esfuerzo por acumular los votos en torno a la opción del oligarca carabobeño Henrique Salas Römer.

En 2000, para las elecciones de relegitimación, tras la aprobación de la nueva Constitución, la debacle del sistema anterior era tan grave que optaron por lanzar como candidato a otro de los comandantes del 4 de febrero, Francisco Arias Cárdenas, transitoriamente extraviado en los arenales opositores.

Durante el golpe de Estado de abril de 2002, la batalla de egos fue tremenda e incidió como una de las causas del fracaso de este atajo extraconstitucional. El dirigente empresarial Pedro Carmona Estanga se autojuramentó como una especie de emperador. En las breves horas de su reinado, figuras, figurines y figurantes intentaron presentarse como protagonistas del evento. Luego, cuando se volteó la tortilla, todos negaron haber participado.

Desde aquellos albores vertiginosos, han aparecido numerosos personajes en los que se ha pretendido soportar las esperanzas del sector opositor: desde los generales disidentes del circo de la plaza Altamira hasta el actual excandidato-tapa exiliado en España, pasando por el “filósofo” Manuel Rosales, por el doble derrotado Henrique Capriles Radonski y por el autoproclamado Juan Guaidó.

Divididos en la derrota… y en la victoria

El primer triunfo a escala nacional logrado por la oposición contra el chavismo fue la cerrada victoria del NO en el referendo de la reforma constitucional de 2007. Después de eso, cabría esperar que la oposición se uniera más con miras a las siguientes mediciones en las urnas. Pero no, se acentuaron las rencillas internas en varios de los principales partidos. A la vuelta de dos años se produjo la ruptura de Primero Justicia que derivó en el nacimiento de Voluntad Popular, a la derecha de la derecha.

La segunda victoria opositora, esta vez mucho más contundente, ocurrió en las elecciones parlamentarias de 2015. Las fuerzas del antichavismo, agrupadas en la tarjeta de la coalición Mesa de la Unidad Democrática (MUD), obtuvo una amplia mayoría en la Asamblea Nacional.

Nuevamente, era lógico suponer que de allí en adelante se mantendría esa alianza, con miras a las presidenciales de 2018. Pero no. La patógena tendencia a la división surgió de nuevo, expresada en disímiles enfoques acerca de lo que debía hacerse luego de un triunfo como ese. Los moderados que plantearon mantener la línea unitaria y electoral fueron desplazados por los pirómanos que intentaron, desde 2016, utilizar la mayoría parlamentaria como mecanismo para ponerle fin de manera anticipada al gobierno de Nicolás Maduro. En 2017, los extremistas impusieron la estrategia de la violencia callejera, lo que terminó de dilapidar el capital electoral acumulado en 2015.

Y así llegamos al escenario actual, en el que según los resultados oficiales, la oposición (con el candidato-tapa Edmundo González Urrutia y la candidata inhabilitada María Corina Machado), logró acopiar 43% de los votos, mientras esas fuerzas políticas reivindican un triunfo con más de 7 millones de sufragios, aunque no impugnaron el resultado ni consignaron recaudos ante la Sala Electoral del Tribunal Supremo de Justicia, cuando esa instancia los solicitó.

Como sea, se trata de una enorme consolidación electoral, una base para grandes avances en 2025, año de comicios para la AN, las gobernaciones, consejos legislativos, alcaldías y municipalidades. Pero, una vez más, en lugar de nuclearse, la oposición ha dado señales de estar dividiéndose.

Por un lado se observa la discrepancia entre los que tienen previsto insistir en el fallido esquema del gobierno interino y los que creen que es mejor no tocar de nuevo esa tecla. Este es un conflicto marcado por el interés económico, pues la idea de reactivar el interinato se orienta a seguir usufructuando los recursos robados al Estado venezolano a través de Citgo, de las cuentas bancarias congeladas y de los depósitos de oro retenidos espuriamente. La facción que ha controlado hasta ahora ese “negocio” no quiere cederlo a otros que se adjudican el derecho.

Adicionalmente, cada día se hacen más evidentes las fisuras entre Machado y el resto del liderazgo opositor, lo que tiene mucha lógica porque el planteamiento de ella nunca ha sido de unión, sino de convertirse en la jefa de todo el sector político antichavista.

Lo que ha ocurrido en situaciones similares vuelve a pasar. Por instinto de supervivencia, los que estaban agazapados salen a descabezar al ganador del episodio más reciente en el escenario público o al que logro el mayor acopio de votos, antes de que esta persona logre apoderarse del timón del barco opositor y los liquide.

A esta propensión generalizada a la ruptura, se le suman conflictos internos dentro de los partidos de la oposición. Tal es el caso de Primero Justicia, donde Capriles Radonski ha renunciado, alegando que ya no puede mantenerse al lado de otro de los cabecillas de esa tolda, Julio Borges, quien viene de ser figura protagónica del interinato. Todo parece señalar que estos divorcios se han precipitado por los escándalos de corrupción que están estallando en las filas de PJ.

La injerencia divide

Cuando se hace el análisis de los factores que llevan a la división de la oposición venezolana hay que incluir una que, en teoría, unifica y encamina hacia un objetivo común, pero que, muchas veces, actúa en sentido contrario. Se trata de la constante injerencia de Estados Unidos.

Ya en 1998, EEUU fue clave en el sacrificio de los candidatos presidenciales de AD y Copei. Asimismo, testigos privilegiados de ese tiempo, afirman que Washington instigó a que se diera un golpe de Estado para impedir el triunfo de Chávez, aunque luego de que este se concretó, resolvieron más bien tratar de “domar” al nuevo presidente.

Cuando se percataron de que no lo lograrían y temiendo un efecto dominó en América Latina (que comenzaría en Brasil, con Luiz Inácio Lula Da Silva), instruyeron a los partidos opositores a sumarse a la vía del derrocamiento. Todos lo hicieron. Fracasado el efímero gobierno de transición, EEUU siguió tutelando a la oposición para intentar el alzamiento mediático de Altamira y, luego, el paro-sabotaje petrolero y patronal.

Se supone que contar con la asesoría de EEUU es garantía de buenas estrategias, pues para el Departamento de Estado y la Agencia Central de Inteligencia laboran los tanques de pensamiento más avanzados de ese país. Sin embargo, juzgando por las directrices impuestas a la obsecuente dirigencia opositora, esa creencia se derrumba en forma patente.

Una de las muestras más claras de esto fue la orden recibida desde el norte para boicotear las elecciones parlamentarias de 2005, supuestamente para deslegitimar el resultado. Fue uno de la mayores desaciertos cometidos por la oposición en un cuarto de siglo (lo que es mucho decir, porque ha tenido muchos), pues dejó la mayoría absoluta al chavismo hasta comienzos de 2011.

La injerencia se intensificó después de la muerte de Chávez y en especial a partir de 2015, con el decreto del afroblanqueado Barack Obama, declarando a Venezuela amenaza inusual y extraordinaria para la seguridad nacional de EEUU. A partir de entonces se intensificó la guerra económica externa, con las medidas coercitivas unilaterales (MCU) y el bloqueo, que se harían más fuertes aún con la política de Donald Trump de presión total contra el país.

La élite estadounidense puso a casi toda la oposición a respaldar las MCU y el bloqueo, aunque es justo decir que algunos factores comenzaron a diferenciarse de esa política. Los grupos más radicales (PJ, VP, Vente) no sólo apoyaron esas acciones ilícitas y arbitrarias, sino que las solicitaron, clamaron por ellas de manera pública, notoria y vergonzosa. Otros partidos guardaron silencio o pretendieron hacer creer que las MCU y el bloqueo sólo causaban perjuicios a los altos funcionarios del gobierno.

La máxima presión significó penurias para toda la población, incluyendo a los opositores. La expresión práctica de esto fueron quiebra de empresas, hiperinflación, migración masiva y un deterioro generalizado de la calidad de vida. La oposición ha procurado responsabilizar de todo eso al gobierno, pero buena parte de la gente sabe que fueron esas acciones imperiales —apoyadas a pie juntillas por la oposición— las causantes de los males.

EEUU también ordenó a los dirigentes opositores que participaban en las mesas de diálogo de 2018 que se negaran a firmar el documento final, en República Dominicana, cuando ya todo estaba listo para un acuerdo que le daría viabilidad a las elecciones presidenciales. Esto dividió a la oposición ostensiblemente, pues no todos acataron la orden de EEUU, y hubo tres candidatos presidenciales opositores en la liza. A partir de entonces, los abstencionistas arremetieron contra los que no se alinearon, endilgándoles los epítetos de “alacranes” y “colaboracionistas”.

Ese mismo año, el atentado de los drones en la avenida Bolívar, mediante el cual se pretendió asesinar al presidente Maduro y a buena parte del alto mando político y militar del país, tuvo ese inconfundible sello de la CIA. Es sólo cuestión de tiempo para que algún documento desclasificado lo verifique.

Pero, nada como 2019 para mostrar el nivel de locura al que puede el poder imperial llevar a una oposición que le ha entregado la conducción de sus asuntos fundamentales. Por órdenes de Washington, un diputado desconocido del partido facho VP, con poco potencial como líder (pese a los esfuerzos de la maquinaria mediática), se autoproclamó presidente interino y, de seguidas, tanto EEUU como sus aliados y lacayos se apresuraron a reconocerlo como tal. Los opositores de otras toldas tuvieron que salir a respaldar, muy a su pesar, al engendro de los gringos.

Ese año, bajo la permanente conducción de la pandilla que dirigía la política exterior de EEUU (Trump, Mike Pompeo, Elliott Abrams, John Bolton, Marco Rubio y especímenes semejantes), se intentó una invasión con excusa humanitaria y concierto benéfico incluido; se produjeron sucesivos y muy graves sabotajes al sistema eléctrico; y se ejecutó una asonada militar bastante chambona. Por cierto, el día de este episodio, conocido como el “golpe de los plátanos verdes”, numerosos representantes opositores (no sólo los de VP, también del sector supuestamente moderado) se presentaron al lugar a solidarizarse con la sedición, aunque luego de su fracaso, trataron de desentenderse. Nada raro.

En 2020, siempre bajo el paraguas del interinato y con Washington como patrocinante, se intentó una invasión con fuerzas mercenarias, paramilitares y desertoras, todo ello basado en un contrato suscrito en EEUU con una empresa de “contratistas militares” registrada legalmente en ese país.

Repitiendo las estrategias erradas, EEUU “obligó” (es una manera de decirlo) de nuevo a sus fieles y obedientes seguidores locales a no inscribir candidatos a las elecciones de la Asamblea Nacional para el período 2021-2026. Sólo un pequeño número de partidos asumió posturas disidentes de esa línea impuesta desde el norte, presentó sus opciones y logró algunos curules en el Parlamento nacional.

En el año en curso, con el visto bueno de EEUU, la oposición abstencionista se volvió participante en las elecciones presidenciales, siempre tratando de coaccionar al Estado venezolano mediante amenazas de nuevas MCU y otros castigos. Tras el resultado desfavorable para la opción opositora, aplicaron esas represalias contra funcionarios de los poderes Electoral, Judicial, Ciudadano y Legislativo, además de las ya existentes contra el Ejecutivo.

En la actualidad, los tanque pensantes y los grupos de presión estadounidenses se debaten entre retomar la nefasta línea del interinato, respaldando la autoproclamación de González Urrutia o admitir que fue otro de los grandes errores cometidos (en el plano político, porque en el económico ha sido un excelente negocio para los cómplices). La decisión dependerá, desde luego, del resultado de sus propias elecciones presidenciales de noviembre.

En lo que toca a nuestro tema, lo importante no es lo que vaya a decidir EEUU al respecto, sino contemplar —una vez más— que buena parte de la oposición está a la espera de esa decisión para alinearse. No importa cuántas veces se hayan equivocado las mentes maestras del norte, ese sector opositor sigue pensando que sus tutores se las saben todas.

T:Clodovaldo Hernández / Laiguana.tv

 

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