ColumnasVenezuela

Opinión/ Lo impostergable

Por Alexander Torres Iriarte

Permítaseme citar el parlamento de una de mis películas preferidas, El lado oscuro del corazón, de Eliseo Subiera (1992):  “Oliverio: Siempre con gente joven, te gustan los pendejos. Muerte puta, muerte cruel, muerte al pedo, muerte implacable, muerte inexorable, misteriosa muerte, muerte súbita, muerte accidental, muerte en cumplimiento del deber.

Muerte: ¿Qué sería de vos sin mí?. Yo no existo por mi misma Oliverio, ¿Cuándo vas a entenderlo?, soy un instrumento.

Oliverio: ¿Cumplís órdenes?. ¿Por qué no podrás llevarme a mí?. ¿Estás enamorada de mí?. A veces me parece que te morís de ganas, te encantaría que te metiera una mano entre las piernas, que te manoseara las tetas, eh muerte puta.

Muerte: Un poeta hablando como un camionero (Ríe).”

Más allá de disquisiciones filosóficas o religiosas la muerte es. Como el nacer, es asunto muy íntimo. Mentira, no se mueren los demás, se muere uno. Solo y a solas, me muero conmigo, dolorosamente casi siempre, pero de forma intransferible.

¿Por qué si la muerte es tan verdadera nos empeñamos en evadirla? Es una pregunta medio ociosa, muy propia de erudito en velorio de borracho, fuera de chanza.

Aprovechando esta fecha es recomendable releer el Laberinto de la soledad (1950) del polémico Octavio Paz y su visión del mexicano de mediados del siglo XX. Es llamativo saber si siguen en pie algunas de sus dardos intuitivos, perspicaces.

Sostiene el poeta que con el catolicismo los indígenas saltaron de la idea de la salvación colectiva a la salvación individual. Era el peso de la libertad: si antes el sacrificio del indígena era algo “cósmico”, para los cristiano el negocio es que cada quien se procurase su paso al más allá. Por eso “la redención es obra personal”. Si para los aztecas la muerte era “alimento” para los cristianos era “tránsito”, asevera.

Para Paz en el mundo moderno “la muerte es un hecho más”, desagradable y fatal. Una gran vacío. Para luego acotar que, sin negar esta realidad, en el caso de su país: “El mexicano, en cambio, la frecuenta, la burla, la acaricia, duerme con ella, la festeja, es uno de sus juguetes favoritos y su amor más permanente. Cierto, en su actitud hay quizá tanto miedo como en la de los otros; mas al menos no se esconde ni la esconde; la contempla cara a cara con impaciencia, con desdén o con ironía”.

Por eso, en parte, en la cotidianidad mexicana se encuentran desde canciones hasta calaveras de azúcar cuya temática es “la pelona”. Lo que no quiere decir que Las parcas entren en la interioridad recóndita del mexicano, que lo trascienda, mediante una mirada inmoladora.

Por ahora quedemos con la sentencia del también Premio Nobel de Literatura: “El culto a la vida, si de verdad es profundo y total, es también culto a la muerte. Ambas son inseparables. Una civilización que niega a la muerte, acaba por negar a la vida”.

Interesante la manera que tienen las redes sociales hoy, por cierto, de ventilar el asunto: un circo morboso, por un lado, y un hedonismo vacuo, por otro. Con una ideología subyacente: necrofobia líquida condimentada con banalización del fin y la promesa engañosa de la eterna juventud. La muerte, un espectáculo más, ridículo y efectista. Quien muere defendiendo a su Patria es un tonto, quien se mata por tener un automóvil último modelo es un héroe. ¡Feliz día de muertos!

Opinión/ Por Ansiedad

T: Alexander Torres Iriarte/Historiador

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba