
La primera carta de Simón Bolívar -punto de arranque de un repositorio documental amplísimo- tiene dos particularidades dignas de ser resaltadas: la primera, es que sería escrita en México, país que había llegado sin proponérselo a principios de febrero de 1799; la segunda, es propiamente su carácter polémico, debido a que dicha misiva está plagada de errores ortográficos y, por tanto, ha sido objeto de un prolongado debate.
En la mano con un pasaporte sui géneris el criollo -quien se dirigía a España decidido a ser artillero en la escuela segoviana- tuvo acceso a tierras veracruzanas. Deslumbrado por la belleza portuaria, el mantuano permanecería poco más de tres semanas disfrutando del embrujo jarocho. Luego, se dirigiría a Puebla y a la capital de la Metrópoli, volviendo a Veracruz para seguir su camino.
Sería la única vez que el caraqueño inmortal tocase el lar lindo y querido. Exactamente un cuarto de siglo más tarde -con una gloria ganada a pulso- el Congreso del país norteño, en plena transición republicana, le conferiría el título de ciudadano mexicano.
Sobre la carta en cuestión sería redactada en Veracruz y estaría dirigida posiblemente a su tío Pedro Palacios y Sojo, quien se encontraba en Caracas. La fecha: 20 de marzo de 1799. En la misma el quinceañero explica que su llegada a Nueva España había sido por “motivo de haber estado bloqueada la Abana” por “sinco navíos y once fragatas ingleces”. Expone que duró catorce días la “nabegasión” para entrar satisfactoriamente a dicho ancladero. Manifiesta, asimismo, su alegría por la salida de un barco a Maracaibo, en virtud que, de este modo le podría suministrar información sobre la situación de su viaje al Viejo Mundo. Habla, igualmente, del costo del traslado, de su benefactor, del trato recibido, de sus expectativas y demás. No obstante -pese a lo desagradable de su estilo desprovisto de reglas ortográficas básicas- reconoce el inquieto adolescente su pésima pluma “pues, estoi fatigado del mobimiento del coche en q[u]e hacabo de llegar, y por ser mui a la ligera (…) la he puesto muy mala y me ocurren todas las espesies de un golpe”. Cerraba el futuro Libertador diciendo: “Espresiones a mis ermanos y en particular a Juan Visente q[u]e ya lo estoi esperando, a mi amigo D[o]n Manuel Matos y en fin atodos a quien yo estimo”.
Llamativo en este asunto fueron los alegatos en su momento del historiador venezolano Vicente Lecuna quien, ante el caos de las inaugurales líneas conocidas en la historia del futuro Hombre Grande, terminara resaltando “la regularidad de las letras” y “la armonía de dibujo”. Ni tan calvo ni con dos pelucas.
Más allá de lo que se pueda suponer -y marcando distancia de la deificación bolivariana- la epístola desglosada anteriormente son las letras primigenias de un joven cuya formación inicial estaba más orientada al mundo militar que para el universo literario. Sería recurrente, entonces, las fallas ortográficas en los acaudalados americanos, inclusive en gente de mayor edad y trayectoria. Los estudiosos nos alertan sobre el poco valor que en general se tenía de la escritura.
Tal vez una clave contemporánea nos ayude a derribar un mito: que la mala ortografía está reñida con la grandeza. Sin embargo, en esta época de “mensajes” y redes sociales transgresoras de las normas alfabéticas fundamentales, por favor, no exageremos.
T: Alexander Torres Iriarte/Historiador