Columnas

¿Tiene usted Opposition Certificate expedido por EEUU? ¿No? … “¡You are scorpion!” (+Clodovaldo)

Eso de reconocerse como patio trasero (¡a mucha honra!, dice Sujú) de Estados Unidos tiene numerosas expresiones para el antichavismo radical y para algunas ramas más moderadas. Una de ellas es el Opposition Certificate.

¿Qué carrizo es el Opposition Certificate? Se puede intuir la pregunta en las caras de los generosos lectores, incluso sin verlas (nuestros modestos recursos tecnológicos no lo permiten aún). Pues es muy sencillo: un veredicto que emiten en Estados Unidos y que para algunos grupos contrarrevolucionarios es más importante que los estatutos del partido y, por supuesto, más que la Constitución, las leyes y las normativas emitidas por las autoridades electorales venezolanas.

Si usted milita en un partido opositor venezolano, incluso si es el fundador de esa organización, pero no hace los trámites para sacarse el Opposition Certificate, su partido no tiene el sello de calidad expedido por la autoridad mundial en materia de democracia.

Y es que los imperios son así, no importan si están venidos a menos. En el caso de Estados Unidos, no se conforma con emitir o no certificados de buena gestión a los gobiernos sobre economía, derechos humanos, libertad de prensa, educación, salud, ecología, seguridad interna y todo lo que se les ocurra, sino que también se arroga la facultad de decidir quién merece y quién no merece llamarse oposición a esos gobiernos. «¡Qué gente averiguá!», habría que cantarles a los gringos diariamente, al mandarlos go home.

Pero, bueno, así sigue funcionando el mundo, y como todo poder colonialista necesita de gente con mente colonizada que lo legitime, los líderes y pseudolíderes opositores luchan por tener el Opposition Certificate tanto o más que por la tarjeta verde. Cuando se la otorgan se ponen la mano derecha (¿cuál otra podría ser?) en el pecho henchido de orgullo y cantan Dios bendiga a América.

Razones para buscar la OC

Aparte de ser pitiyanqui, hay varias las razones para tratar de certificarse como opositores en Gringolandia. Una de ellas es, lógico, la pecuniaria. Porque ese papel lo piden las agencias estadounidenses encargadas de la injerencia en toda la bolita del mundo. Sin Opposition Certificate no te sueltan los dólares para el “cambio de régimen”, que terminan siendo para el cambio de estatus socioeconómico de los dueños del partido certificado. Pero ese es otro tema.

Otra razón, asociada a la anterior como uña y mugre, es que el Opposition Certificate es requisito indispensable para competir en la carrera por la designación de «líder de la oposición venezolana».

La importancia de esto es crucial porque para ser investido como líder opositor no es necesario ser muy carismático ni haber obtenido una alta votación para un cargo de elección popular ni mucho menos tener un programa de gobierno más o menos serio. Si a usted le dieron el Opposition Certificate de Estados Unidos, tiene las tres cuartas partes de la pelea ganada. Quien tenga dudas, que la pregunte a Guaidó.

La tercera utilidad del Opposition Certificate para cualquier partido o líder opositor venezolano es, tal vez, la más empleada en la lucha política doméstica: sentirse y mostrarse superior ante los partidos y líderes que no tienen esta «distinción», ya sea porque no han querido optar a ella, no han podido comprarla (porque la cosa no es gratis, claro) o no han sabido cómo hacerlo.

Los dirigentes que han recibido el Opposition Certificate son identificables a simple vista, se les nota por encimita. Tienen un aire de superioridad evidente, un tumbao como el de los guapos al caminar, y expresan un estilacho inconfundible de papá o mamá de los helados al dar declaraciones o emitir mensajes amenazantes en sus redes sociales. «Que se atengan a las consecuencias» es una de sus frases favoritas.

Vieja historia

El Opposition Certificate viene a continuar una práctica instaurada acá por los pardos que, a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX se acogieron a la Real Cédula de Gracias al Sacar, que les permitía ser considerados como blancos, si pagaban unas cantidades de dinero que dependían de cuán oscura fuera su tez (mientras más negra, más caro). Suena como una cosa de tiempos muy remotos, pero sigue funcionando.

El paralelismo es claro. Primero porque la gente que en aquellos tiempos se humillaba y pagaba para que el rey español los convirtiera en blancos criollos, aunque tuvieran la bemba colorá, es más o menos la misma (social e ideológicamente hablando) que hoy va a Estados Unidos a pedir que los conviertan en líderes opositores, aunque sean unos políticos mediocres y bates quebrados.

La segunda semejanza es que ese «favor» no es gratuito. Tal vez los aspirantes a opositores no paguen en el momento por este documento (como debían pagar los pardos blanqueados), pero quedan comprometidos de por vida con el poder imperial que, ya lo sabemos, es implacable cobrando las facturas pendientes.

El verdadero motivo

Alguien podría preguntar por qué amargarse si una parte de la oposición es idólatra de Estados Unidos y le concede a ese país el derecho a decir quién es y quién no es oposición legítima en Venezuela.

Es una pregunta pertinente porque este parecería ser un asunto interno de las oposiciones, algo de lo que tienen que preocuparse solamente los partidos y líderes no certificados. Si una persona no milita en ninguna de esas desdichadas organizaciones no debería meter su cuchara en ese potaje. Pero, como suele ocurrir, el asunto es de mayor profundidad y entraña un peligro que, si bien es recurrente en nuestro caso, no deja de ser grave.

Lo es porque el verdadero motivo para que Estados Unidos invierta dinero y horas de trabajo de sus funcionarios en esta tarea, aparentemente ridícula, de certificar el oposicionismo de un dirigente o líder es el de desvirtuar y descalificar los procesos electorales de Venezuela y de todos aquellos países donde aplican o pretenden aplicar esta modalidad de injerencismo.

Al negarles el certificado de opositores a determinadas fuerzas políticas, los jefes estadounidenses del «cambio de régimen» mantienen su condición de tales, muy a pesar de que las estrategias diseñadas por ellos han sido una antología de fracasos a lo largo de un cuarto de siglo.

Emitiendo sus Opposition Certificate intentan evitar que se constituya una oposición que, de manera permanente, siga la ruta electoral y renuncie a las salidas de fuerza, al bloqueo, a las medidas coercitivas unilaterales, a los intentos de golpe de Estado, de magnicidio, de invasión, de guerra de perros y demás inventos demoníacos de la CIA y sus derivados.

El ejercicio del derecho a la certificación de las oposiciones le permite al poder imperial decidir —según sus intereses, faltaría más— quién es el o la líder del antichavismo en Venezuela. Lo ha hecho durante 25 años y sigue haciéndolo en estos días de doble campaña electoral (allá y aquí).

Si revisamos la historia reciente comprobaremos que los líderes y partidos certificados como oposición legítima por Estados Unidos son —como era de esperarse, no es ninguna sorpresa— los más sumisos a sus órdenes, los de la ultraderecha más recalcitrante y los más violentos. En su momento llamaron «líder opositor» al incompetente golpista Carmona Estanga; luego les han otorgado el título a personajes como Leopoldo López, Capriles Radonski, Juan Guaidó y han terminado recalando en María Corina Machado. Puras joyitas.

Culpables todos

Los partidos y líderes que hoy por hoy están descertificados como opositores por el poder supremo de Washington (y, sobre todo, de Miami) no pueden negar su responsabilidad en este fenómeno del control externo de sus decisiones. No pueden porque en el pasado ya aceptaron esa cesión de su propia soberanía y de la soberanía nacional. Y cuando se ha cedido en eso, es muy difícil luego alzársele al perpetrador de la violación.

Recordemos:

-En 2002, casi toda la oposición (y pongo la palabra «casi» para dejar margen a alguna duda) concurrió al festín de la autojuramentación de Carmona «el Breve», aunque luego cada uno buscó su excusa para ese gesto antidemocrático avalado por el imperio. A finales de ese mismo año, buena parte de la oposición se sumó al paro petrolero y patronal, un acto de lesa patria ordenado por los lobbies energéticos de Estados Unidos.

-En 2005, casi toda la oposición acató a pie juntillas la orden imperial de boicotear las elecciones parlamentarias (uno de sus errores más desastrosos dentro de una lista larga).

-En 2013, una parte de las oposiciones se sumó a otra supuesta operación vacío, en elecciones municipales porque los tanques pensantes de la CIA les dijeron esos comicios iban a ser «un plebiscito contra Nicolás Maduro«.

-En 2014, los moderados permitieron que los extremistas tomaran el timón de las oposiciones y montaran un intento de Primavera árabe en Venezuela (invento made in USA), sembrando violencia y odio en un país afectado, además por una guerra económica en plena escalada.

-En 2016, luego de un clamoroso triunfo electoral que pudo encaminarlos hacia el ansiado cambio se régimen en las presidenciales de 2018, dilapidaron su victoria en una serie de estúpidas maniobras presuntamente diseñadas en el norte, destinadas a derrocar a Maduro de una buena vez mediante un golpe parlamentario.

-En 2017, la oposición moderada permitió, una vez más que los pirómanos (certificados por EEUU) tomarán el control del bloque contrarrevolucionario y llevaran al país al borde de una guerra civil. Casi toda la oposición se negó a participar en las elecciones de la Asamblea Constituyente que propuso Maduro como salida a la crisis.

-En 2017 se produjo uno de los actos más absurdos a los que ha sido conducida la oposición por su empeño de merecer la certificación gringa. Fue la negativa de Juan Pablo Guanipa a asumir su cargo de gobernador de Zulia, que había ganado en unas elecciones «excepcionalmente libres» (sólo las que la oposición gana merecen este calificativo, según la narrativa estadounidense). Guanipa, siguiendo instrucciones de los bosses yanquis, no quiso juramentarse ante la Asamblea Nacional Constituyente. Un suicidio en primavera.

-En 2018, una nueva orden de Estados Unidos impidió que las principales fuerzas opositoras (que venían de ganar ampliamente en 2016) participaran en las presidenciales. Los candidatos opositores que compitieron contra el presidente Maduro fueron descalificados por el poder imperial, debido a que corrieron sin certificado.

-En 2018, pocas voces opositoras se escucharon condenando el atentado con drones (de inocultable impronta gringa con aportes del uribismo paraco) cometido contra el presidente, casi todo su tren ministerial y el alto mando militar.

-2019 fue, casi con toda seguridad, el momento reciente en el que menos se diferenciaron los partidos y líderes certificados por Estados Unidos con los no certificados. Esto fue así porque los no certificados creyeron que esta vez sí le iban a dar el zarpazo a Maduro y por ello se apresuraron a sumarse a la pantomima del autoproclamado, de su gobierno interino, del concierto-invasión de Cúcuta e, inclusive del grotesco golpe de los Plátanos Verdes. Otros, los que no se sumaron, tampoco repudiaron firmemente todas estas acciones del grupo y el dirigente certificados por Washington y Miami como líderes oficiales e indiscutidos de la oposición. Seguramente actuaron así por miedo a que los dejara el tren.

-En 2020, buena parte de los no certificados fueron también blanditos ante la canallesca Operación Gedeón que pudo haber derivado en un baño de sangre en el país y contemplaba, contrato mediante, que Venezuela pasara a ser una hacienda de Estados Unidos y de la empresa de mercenarios que encabezó la muy chimba intentona.

-En 2020, una vez más, los genios de Estados Unidos ordenaron boicotear las elecciones parlamentarias para deslegitimarlas. Un pequeño reducto de partidos descertificados por los jefes imperiales desobedecieron el dictamen y llegaron a la Asamblea Nacional, en medio de una inclemente caravana de insultos endógenos, propinados por los opositores con certificado.

-En 2021, para las elecciones de gobernadores, otra vez la burra al trigo, con el perdón de las señoras burras, que tantos servicios prestan a la humanidad. La oposición ungida por Estados Unidos se quedó por fuera, mientras la otra, la descalificada, se hizo con cuatro estados. Entre ellos resalta Manuel Rosales, quien ganó en Zulia, la mayor circunscripción estadal del país, luego de haber sido parte de los obscenos negocios ilícitos del interinato. Ahora es candidato presidencial, por los momentos sin certificado.

En el escenario actual, el peso del Opposition Certificate of USA es tal que, al cierre de esta edición (así se decía en tiempos del viejo periodismo) ninguno de los once candidatos de partidos opositores inscritos para enfrentar al presidente Maduro es un opositor verdadero, según los exigentes jueces estadounidenses, aunque, claro, no se descarta que de un momento a otro se decidan por alguno de estos, bajo el triste argumento de que peor es nada.

Por lo pronto, hay que decirlo con mucha franqueza, si usted es candidato y no tiene el Opposition Certificate emitido por el poder imperial, usted no es opositor un carrizo, es un impostor, un alacrán. Si se le ocurre pedir ayuda por aquellos lares, le dirán, en perfecto inglés o con acento mayamero: «¡You are scorpion!».

T/Clodovaldo Hernández/LaIguana.TV/LRDS

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba