Venezuela. No suena Chopin
No se siente el silencio de la nieve rusa. La “Marcha Funeraria” de Chopin no suena. El nombre de Chávez se grita. El grito llega, fuerte, amplificado por las inmensas bóvedas. La mujer se derrumba cerca del ataúd. Tiene la piel oscura, rasgos nativos y un vestido descolorido. Dos cadetes se apresuran, la levantan y se la llevan. La multitud comienza a fluir nuevamente. En la Academia Militar de Caracas, en Fuerte Tiuna, las oraciones fúnebres se alternan con lemas y canciones. En el gran espacio que se abre a la calle, se ha instalado la sala de grabación. En el centro, el ataúd de Hugo Chávez, presidente de Venezuela.
Murió el 5 de marzo, a las 4.30 pm, hora local. Gracias a su fortaleza pudo pelear durante veintiún meses contra un tumor particularmente agresivo que finalmente se lo arrebató a la vida. Tenía 58 años y había estado al frente del gobierno desde 1999.
Desde entonces, y hasta el fin de su vida, ganó todas las contiendas electorales excepto una (el referéndum constitucional de 2007). Pero, en 2013, sin embargo, perdió la contienda decisiva ante el devastador mal que lo atacó en 2011 ante un golpe final directo al corazón: «Murió de un ataque al corazón fulminante», dijo el general José a los periodistas. Ornella, jefe de la Guardia Presidencial, revela detalles sobre los últimos momentos de la vida del Comandante: con el movimiento de los labios, Chávez (obligado a respirar por una cánula y por lo tanto incapaz de hablar) decía: «No quiero morir, por favor no me dejes morir».
El mismo pedido le hizo al cielo durante una misa en medio de su enfermedad: «Dame tu corona, Cristo, dame que sangra”, había exclamado entonces. “dame tu cruz, un centenar de cruces y yo las traigo. Pero dame vida porque todavía tengo cosas que hacer para esta gente, para esta patria. No me lleves todavía».
No suena Chopin. El nombre de Chávez se grita. El eco de ese grito no deja de vibrar. «Por la alegre sonrisa de su rostro ausente, no traicionaré mis orígenes», escribió Chávez en el poema dedicado a su abuela Rosa Inés, la abuela que lo crio. Fue en 1992, año en que dirigió la rebelión cívico-militar contra la IV República, poniendo en marcha el proceso bolivariano. Desde entonces, ha cumplido su palabra. Hasta su último día de vida.
El niño de Sabaneta eligió ser un soldado de la revolución. Los excluidos y los oprimidos irrumpieron en el espacio público lo que dio lugar a un bloque social que elaboró, poco a poco, una nueva voluntad colectiva.
En 1999, con la aprobación de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela el pueblo ratificó la ruptura con el orden económico-político vigente hasta entonces, otorgó legitimidad y ciudadanía a sujetos invisibilizados hasta ese momento: campesinos, indígenas, afrodescendientes, pobres de los suburbios urbanos… También a las mujeres y feministas, quienes han introducido una mirada de género en los temas presentes en la agenda política.
La Carta Magna se escribió minuciosamente usando los dos géneros, otorgándole por igual al hombre y a la mujer todas las posiciones institucionales, en todos sus artículos, los cuales definen a la democracia como participativa y protagónica. Se crea un nuevo ejercicio de la ciudadanía con base en la redistribución del poder considerado éste de propiedad colectiva.
Las mujeres han sido y son la fuerza motriz del proceso bolivariano, son las que más se han beneficiado de las instancias liberadoras establecidas en la Constitución: desde las Misiones hasta la presencia activa en todas las organizaciones sociales, incluidos los más altos puestos políticos. El poder moral, el poder electoral, el poder judicial, la fiscalía general, el poder legislativo han sido dirigidos por relevantes figuras femeninas.
«No puede haber socialismo sin la liberación de las mujeres», dijo a menudo Chávez, quien se definió a sí mismo como «feminista». Siendo un gran estadista y un líder político capaz de escuchar y aprender, se guio por la sabiduría femenina, el fruto de la pasión y la tenacidad. En sus discursos rindió homenaje a la genealogía de las mujeres que el trabajo de los nuevos historiadores feministas rescataron de la sombra del hombre para devolverles su autonomía como guerreras o pensadoras: Manuela Sáenz, Luisa Cáceres, Josefa Camejo…
En 2003, en la inauguración del Segundo Encuentro Internacional de Solidaridad organizado por Inamujer, Chávez recordó el papel de la mujer en la resistencia golpista del año anterior, su coraje: el pueblo que rodeó Fuerte Tiuna y desafiaron a las ametralladoras gritando «¡soldado sincero: únete a tu gente!». Las mujeres corrieron a pedir un fusil, listas para morir frente al Palacio de Miraflores. Su madre Elena, siempre lo respaldó.
No suena Chopin. El nombre de Chávez se grita. Una enorme mariposa descansa ahora sobre el vidrio del ataúd, y luego vuela. Se detiene por un largo tiempo sobre la angustiada madre del presidente, se salta a los hombres vestidos de oscuro y elige algún hombro femenino, probablemente atraído por los colores. Hay ministros, mujeres soldado, colectivos feministas, grupos indígenas, músicos.
Delante del ataúd hay un retrato de Jesús. A los pies, una reproducción de la espada de Simón Bolívar, el Libertador, cuyo sueño de una sola patria para América Latina, la Patria Grande, fue asumida animosamente por la revolución bolivariana de Chávez. Ezequiel Zamora, Simón Rodríguez y Simón Bolívar son las «tres raíces» que la componen: un líder radical de los campesinos (Zamora, que vivió entre 1817 y 1860), un maestro de escuela y de la vida (Simón Rodríguez, preceptor de Bolívar, vivió entre 1769 y 1854); y el Libertador, el venezolano que pasó toda su vida luchando por la independencia de los estados sudamericanos, nació en 1783 y murió en 1830.
Desde hace 14 años, estos tres rostros destacan en los graffitis de colores que cubren las paredes, y acompañan a otras referencias fuertes del llamado «socialismo del siglo XXI»: Marx, Lenin, Gramsci y la Teología de la Liberación. Estos son los principios que guían al Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV). Chávez lo fundó luego de lograr unir un arco de fuerzas el 14 de marzo de 2008.
Un enorme mural pintado en la emblemática parroquia 23 de Enero muestra un panteón aún más peligroso: una “Última Cena” en la que, a la derecha de Cristo, exhibe a Marx, Lenin, Fidel Castro, el Che Guevara y Manuel Marulanda (último líder guerrillero de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia). A la izquierda se ubican los padres históricos de la independencia venezolana, desde Bolívar a Guaicaipuro, un líder indígena que vivió entre 1530 y 1568. Entre ellos está Hugo Chávez, sosteniendo la Constitución bolivariana.
La Carta Magna de la V República, una de las constituciones más avanzadas del mundo, fue aprobada mediante un referéndum por los ciudadanos el 15 de diciembre de 1999, durante un temporal donde lluvias torrenciales y devastadoras azotaron el país, principalmente la ciudad de la Guaira y el litoral varguense. El 25 de abril de ese año, el pueblo venezolano votó, en un primer referéndum, a favor de la convocatoria de una Asamblea Nacional Constituyente, que comprometió a todo el país en la redacción de la nueva Constitución.
El nuevo texto permitirá al incipiente gobierno emprender reformas estructurales basadas en una distribución más equitativa de los recursos petroleros (Venezuela es el quinto mayor exportador de petróleo del mundo y el primero en reservas petroleras), en la lucha contra el latifundio y el excesivo poder de las multinacionales, también respecto a los derechos humanos y a los derechos de la naturaleza.
La promesa del llamado a una Asamblea Constituyente durante la campaña electoral fue el elemento que propició el triunfo de Chávez en las elecciones de 1998. El 2 de febrero de 1999, se convirtió en presidente con más del 56% de los votos, y reiteró la promesa electoral al país, jurando sobre la Constitución «moribunda» de 1961.
No suena Chopin. El nombre de Chávez se grita. Cerca de mí está Leonor Fuguet, largo pelo gris y pies descalzos, con su guitarra. Parece salida de una escena hippie de los años 60. Es recibida con besos y abrazos por muchos oficiales de alto grado. Aquí está, en esta imagen, la unión cívico-militar. Este es el único lugar de Latinoamérica donde parece funcionar. Con su voz potente y modulada, Leonor canta estrofas de paz y justicia social, rodeada por oficiales de las Fuerzas Armadas venezolanas que la escuchan en un silencio casi religioso.
Cuando termina la música, todos la rodean y la felicitan en forma nada protocolar. Cuando llegué a Fuerte Tiuna, fui recibida por un alto oficial. Me contó sobre su pasado en las fuerzas especiales durante la Cuarta República, y después sobre su apoyo a Chávez y al socialismo. Me pasea por todo el salón, presentándome a los generales de la Fuerza Armada que estaban allí.
«Soy la hippie de la Fuerza Armada», ríe Leonor. Soy ambientalista, activista y vengo de la izquierda radical. Antes los militares me daban miedo, todos sabemos lo que sucedió en Chile, Argentina, Brasil. La mayoría de la Fuerza Armada venezolana, sin embargo, no proviene de la oligarquía y por esta razón muchos han participado en la guerrilla durante la IV República. Por supuesto, otros se formaron en la nefasta Escuela de las Américas y eligieron el campo de los represores, tanto que hubo tortura y desapariciones durante los años de la «democracia representativa». Pero esta revolución ha cambiado las cosas en profundidad.
En la nueva Fuerza Armada Bolivariana los generales se ocupan de los programas sociales, los oficiales ayudan a las personas en el mercado. Los ex guerrilleros han hecho las paces con los soldados que los persiguieron y que hoy han entendido cuál es su verdadera tarea: estar del lado del pueblo». Leonor, premiada varias veces por sus 35 años de militancia ecologista a favor de la madre tierra, resume así el sentido de la «unión cívico-militar», columna vertebral de ese proceso bolivariano puesto en marcha con la victoria de Hugo Chávez en las elecciones de 1998.
No suena la “Marcha Fúnebre” de Chopin. El nombre de Chávez se grita. Pasa rápidamente frente al ataúd, toca el cofre y esboza una caricia. No hay tiempo para detenerse, los otros esperan. Hay quienes saludan con el puño cerrado, otros hacen la señal de la cruz, alguien levanta a un niño, que quiere besar al muerto, pero se detiene. Cada tres o cuatro personas, los militares pasan a un invitado. Yo también voy. Para su último viaje, Chávez está vestido con una camisa blanca, una corbata negra, el uniforme verde del ejército con el gorro rojo, el de la «gala no. 2».
En la calle, algunos afiches ya lo representan al lado de Cristo, listo para realizar milagros. Se habla de embalsamar su cuerpo como lo hicieron con otros grandes líderes comunistas del siglo XX. Espero que no lo hagan. Para mí, Hugo Chávez, su grupo de liderazgo, su pueblo, han redimido los ideales y las ruinas del siglo XX, reconstruyendo una esperanza viva que puede multiplicarse.
Después, le tocará a Maduro, chofer de autobús – puesto a prueba, desde muy joven, por los problemas del gran siglo XX, y siempre del lado de Chávez -, conducir el proceso bolivariano, avanzando por los ásperos caminos de las revoluciones, en los que nacen y renacen las banderas del socialismo.
T/Geraldina Colotti/Resumen Latinoamericano/LRDS