Columnas

Yo soy mis pasos

Por: Alexander Torres Iriarte

Es tarea titánica expresar algo del gigante mexicano Octavio Paz en tan poco espacio. Su traza concita las más diversas miradas, profundas, dilemáticas, de una travesía vital compleja, caudalosa y siempre polémica.

Ciudad de México lo vio nacer el 31 de marzo de 1914; fecha en la cual la hecatombe era mundial, mientras que en su patio interno todo estaba revuelto. Esto influyó decisivamente, desde temprano, en su personalidad.

En los albores de su trayecto intelectual Paz fue un duro crítico del positivismo en boga. Su despertar literario fue prematuro, concibiendo primeramente el arte como una militancia, en este sentido, la Guerra Civil Española lo definió como un espíritu amante de las nobles causas, lamento y llamado que dejó estampado en su libro Raíz del Hombre, y en su emblemático poema “¡No pasarán!”: “No pasarán. ¡Cómo llena ese grito todo el aire y lo vuelve una eléctrica muralla! /Detened el terror y las mazmorras/ Para que crezca, joven, en España/ La vida verdadera/ La sangre jubilosa/ La ternura feroz del mundo libre/ ¡Detened a la muerte, camaradas!”.

Paz abandonaría prontamente esta forma de cultivar su poética vinculada a alguna a alguna consigna política. Su apuesta posterior sería por una voz de profuso acento erótico, sensual e intimista; también una voz más existencialista, surrealista y esotérica, hallaremos en su prolongada producción literaria.

No obstante, como si fuera poco, además de gran poeta Paz fue un maestro del ensayo. Destaca en este “género” el siempre recomendado El Laberinto de la soledad, publicado en 1950; que si bien fungió como una radiografía de la identidad nacional mexicana, su diagnóstico descarnado y su sugerente análisis tomó estatura universal. Dicho de otro modo, El Laberinto de la soledad, en gran medida, fue una caracterización en su momento de nuestro gentilicio latinocaribeño, signado por un complejo de inferioridad y un pesimismo paralizador y derrotista.

El Laberinto de la soledad discurre desde la personalización del pachuco, pasando por el significado de las máscaras, los muertos, la impronta de la malinche en el proceso de conquista y colonización, todo esto sin obviar el peso de la Independencia y la Revolución en el país norteño.

Descubrir la psicología profunda y la “inteligencia mexicana” es su razón de ser a la hora de calibrar a un pueblo que tiende a estar marcado por los “chingones y agachados”, por los opresores y oprimidos, un pueblo hijo de la violencia desgarradora del invasor.

Merecedor de muchísimos reconocimientos -imposibles de enumerar por razones obvias- el escritor mexicano fue acreedor del Premio Nobel de Literatura en 1990.

En su largo tránsito el pensamiento político Paz pasó de comulgar, en su juventud, con ideas socialistas y hasta anarquistas hacia posturas más cercanas a al liberalismo “no salvaje”, ya a mediados y a finales de su interesante existencia. Sin embargo, reiteradamente confesó ser enemigo de los totalitarismos de cualquier signo y ser partidario de la Revolución.

Paz murió el 19 de abril de 1998, a los 84 años de edad. Hoy lo recordamos a 110 años de su nacimiento. Rememoramos la huella controversial de aquel pensador inconforme y crítico, aquel quien sentenció que “América no es tanto una tradición que continuar como un futuro que realizar”.

T: Alexander Torres Iriarte

Historiador, docente, escritor y ensayista

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