Con la altura política que lo caracteriza y que ha demostrado en casi una década al frente del país, el presidente venezolano, Nicolás Maduro, felicitó a su homólogo Gustavo Petro, quien el 7 de agosto asumió como nuevo mandatario de Colombia, junto a su vicepresidenta Francia Márquez, para el período 2022-2026. “Hay que aprovechar esta segunda oportunidad por el bien, la paz y la estabilidad de Colombia y Venezuela”, dijo Maduro, retomando el discurso de Petro, que comenzó y terminó con la frase de García Márquez, en la novela Cien años de la Soledad: «Todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra”.
En cambio, prometió Petro, “esta segunda oportunidad se abre hoy. Nuestro futuro no está escrito. Podemos escribirlo juntos en paz y unidad». Por eso, dijo que ningún país debe ser atacado y se pronunció a favor de una verdadera integración latinoamericana, basada en la solidaridad y en igualdad de condiciones.
Una promesa sobre la que pende todo el peso de la oligarquía, que cerró los espacios de viabilidad política a la oposición desde el 9 de abril de 1948, con el asesinato del líder liberal Eliécer Gaitán. Desde entonces, la violencia se ha vuelto estructural en Colombia, permeada y renovada por el yugo del gran capital internacional que ha estructurado al país como el gendarme estadounidense en el continente, al servicio del complejo militar-industrial.
Tanto Petro, que viene de la guerrilla y siempre ha apostado por una salida pacífica del conflicto, como el presidente del Senado, Roy Barreras, que ha negociado con las Farc en Cuba en nombre del gobierno de Santos, han abordado el tema en sus discursos inaugurales. Ambos destacaron la necesidad de remover las causas del conflicto, que se prolonga desde la década de 1960, comenzando por la falta de reforma agraria, siempre despreciada, y por el gran negocio de la «seguridad» y de la «lucha al narcotráfico” segun el modelo Usa. Una política fracasada, dijo Petro, colocando la implementación de los Acuerdos de Paz en el 1er lugar de un programa de 10 puntos. Al punto 6, propuso otra visión de la “seguridad”, basada en la justicia social y no en la represión.
El veto de Iván Duque, que quiso dejar su huella eligiendo a quién invitar y a quién excluir (Venezuela, Nicaragua y Cuba), como estuvo en sus prerrogativas hasta el último día de la presidencia, son sin embargo una amenaza pendiente. Recuerdan aquellos aviones militares que despegaron cuando las Farc-ep pronunciaron su discurso, durante la firma de los Acuerdos de Paz, en Cartagena, en septiembre de 2016. Y, en diciembre, tras recibir el Premio Nobel de la Paz, el expresidente Manuel Santos ha pedido el ingreso a la OTAN, de la cual Colombia es ahora país asociado, único en el continente.
Cuál fue la idea de «paz» de Santos, el exministro de Defensa de Uribe, responsable del aumento de ejecuciones extrajudiciales durante su gestión, se vió con la investigación del gobierno bolivariano sobre el papel que jugó suportando el magnicidio en grado de frustración contra Maduro, justo antes de dejar la presidencia a Duque, en agosto de 2018. Por ahora, la única señal importante hacia Venezuela ha sido la reunión en el estado Táchira entre el nuevo canciller colombiano, Álvaro Leyva, y su homólogo venezolano Carlos Farías, con vistas a la reapertura de las relaciones diplomáticas y consulares.
En los puntos 8 y 9, Petro puso la protección del territorio, entendiendo principalmente la defensa integral del medio ambiente, comenzando por el pulmón verde del planeta, la Amazonía. Y, en ese sentido, dirigió al mundo y a las grandes instituciones como el FMI, la propuesta de utilizar la deuda para proteger los bienes comunes. La reconstrucción de una sociedad tan desigual -una de las más injustas del mundo que hace soportar a los más débiles el peso de sus contradicciones estructurales – debe basarse no en el egoísmo y la opresión, sino en la solidaridad, dijo Petro.
De ahí la invitación a pagar impuestos, en proporción a los ingresos, y a enfocarse en la redistribución social de la riqueza que, dijo, se basa en el trabajo y la producción nacional. Ciertamente, no serán los discursos ecuménicos los que convenzan a los poderes oligárquicos de ceder unas migajas del pastel, ni un sistema global regido por el modelo capitalista a sustraerse a sus voraces intereses para dar un poco de aire al planeta.
Sin embargo, el mensaje ha pasado, provocando la misma expectativa que el anuncio de Rafael Correa sobre el Parque Nacional Yasuní, en la Amazonía ecuatoriana: no extraeremos el petróleo que necesitamos para mejorar la vida de nuestro pueblo -dijo Correa– si el mundo rico compensará la pérdida con donaciones voluntarias. Obviamente, todo quedó encallado en pocos años con un punto muerto y el descontento de los ecologistas.
En cuanto al gobierno del territorio y la soberanía, y la construcción de “un país de paz”, anhelado por Petro, Colombia es mucho peor que el Ecuador de Correa: que logró cerrar la base de Manta donde se organizó el bombardeo de un campamento guerrillero en la frontera con Colombia, el 2 de marzo de 2008. El país que hereda Petro, es hoy una gigantesca base militar estadounidense, al servicio de una economía de guerra que tiene su correlato mortal en las políticas de control social, profusamente financiadas por los grandes think-tanks de Washington e Israel, empezando por la USAID. No en vano, EE.UU. envió a Samantha Power, hoy titular de la USAID, una gran defensora de las medidas coercitivas unilaterales, a la que apoyó y respalda bajo la apariencia de “defensora de los derechos humanos”.
Duque también había prohibido la entrada a la espada del Libertador Simón Bolívar, pero en esto Petro no cedió. No ha olvidado cuando la guerrilla de la que formaba parte, el M-19, robó el símbolo de la independencia en 1974, diciendo que solo lo devolvería cuando se restableciera la «libertad del pueblo». De hecho, la espada, enviada a Cuba en 1980, fue devuelta en 1991 cuando el M-19 cerró sus puertas y firmó un acuerdo de paz, en un acto público en el que participó el propio Petro.
El hecho de que Petro no sufriera la imposición del uribismo tuvo un fuerte significado simbólico. Él mandó a buscar la espada de Bolívar e hizo referencia al Libertador, San Martín, Artigas, Sucre y O’Higgins. “No se trata de utopía ni de romanticismo -dijo-. Es el camino que nos hará más fuertes en este mundo complejo. Hoy debemos estar más unidos que nunca. Como dijo Simón Bolívar: ‘La unión debe salvarnos, así como la división nos destruirá si logra entrar en nosotros’.
Y aunque ha pesado mucho la ausencia del principal gobierno bolivariano del continente, el de Chávez y Maduro, el Socialismo del siglo XXI nunca ha estado tan presente en los diez puntos del programa de Petro, muchos de los cuales la revolución bolivariana lleva mucho tiempo costruyendolos: empezando por la igualdad de género, uno de los puntos más fuertes y prometedores del programa de Petro y Francia Márquez, que va dirigir el recién creado Ministerio para la Igualdad de género. El nuevo presidente incluso evocó la posibilidad de una unión cívico-militar que, dado el carácter antipopular, tradicionalmente anticomunista y represor de la Fuerza Armada colombiana, implicaría una verdadera revolución.
Un proyecto que necesita de un cambio estructural y no sólo de un cambio de gobierno, por muy “histórico” que sea.
Para esto, otro hecho altamente simbólico, hubo como invitados especiales campesinos, pescadores y trabajadoras informales, embriones del poder popular.
Por Geraldina Colotti.
T: Resumen Latinoamericano/LRDS