Columnas

Libertador y ciudadano mexicano

Por: Alexander Torres Iriarte

Todo criollo de la época colonial gozaba de un conjunto de exclusividades que se sustentaban en sus apellidos y fortunas. El quinceañero, vástago menor de la empinada familia Bolívar, no era la excepción. El acaudalado adolescente acometía su primer viaje expectante de formación académica, militar, algo de aventura en el Viejo Mundo y sobre todo, roce social con sus iguales. Traía Bolívar para materializar su propósito importantes documentos dirigidos al Oidor Guillermo de Aguirre y para el opulento Pedro Miguel de Echeverría.

Era momento de agitaciones en casa y de luchas de poderes allende, teniendo la primacía bélica la potente Gran Bretaña contra la poca floreciente España. Es en este marco que se debe evaluar la presencia de Simón Bolívar en el México de la hora. La fecha a resaltar es la del primer día de febrero de 1799. Arribaba el imberbe caraqueño, quien venía de La Guaira -ancladero del que había partido el 19 de enero próximo pasado- al puerto de Veracruz. El navío de guerra se llamaba San Ildefonso. Sería una escala accidentada la que tendría el mantuano en el lar norteño. Fue debido al bloqueo de barcos ingleses en la capital cubana, que el joven tuvo que pisar territorio novohispano. Su punto de llegada era España. En la provincia ibérica lo aguardaban sus tíos maternos Esteban y Pedro Palacios, respectivamente.

Una vez en Nueva España Bolívar aprovecharía para andar por las calles de Xalapa, Puebla y en la propia capital del Virreinato. En la ciudad de México el mozo se hospedaría en la casa de la marquesa de Uluapa -María Josefa Rodríguez de Velasco de Osorio Barba y Bello Pereyra-, en la residencia ubicada en la esquina de Damas y Ortega, hoy calle Simón Bolívar en su honor. La marquesa de Uluapa, era hermana de la afamada Güera Rodríguez, María Ignacia,  joven revolucionaria de cuyo encuentro con el pícaro visitante se han tejidos relatos muy románticos, pero pocos resistentes a la veracidad de los hechos. En fin, Bolívar fue deslumbrado por la espléndida ciudad, por sus hermosas y majestuosas edificaciones.

En este contexto Bolívar sería presentado a la máxima autoridad colonial de la región: el virrey Miguel de Azanza. En este punto se ha afirmado que hubo un impasse entre alto funcionario y el invitado, por los desenfadados comentarios políticos del americano. Todo comenzaría por las opiniones sobre los movimientos revolucionarios que se estaban fraguada en Francia,  en la que el futuro Libertador decía simpatizar con la causa republicana. Otra versión manejan algunos historiadores, quienes dicen que la raíz del meollo fue el juicio de Bolívar sobre los sucesos acaecidos en la Capitanía General de Venezuela: el inquieto adolescente manifestaba su animadversión a la opresión hispana. Acerca de aquel narrado aprieto se asegura que un sentimiento de temor y disgusto tomó por asalto al virrey Azanza, hecho que terminaría ocasionando la “aconsejable” salida del caraqueño de tierras mexicanas. Pese a lo atractivo de la anécdota del virrey contra Bolívar nos apegamos más bien a la interpretación de Augusto Mijares, quien con agudeza nos demuestra que este hecho, aunque fascinante, a todas luces es absolutamente insostenible.

¿Por qué decimos esto? Porque en el despotismo la libre expresión -mas la de un párvulo recién llegado- estaba totalmente prohibida; menos se iba a permitir dichas “acotaciones” en la casa del mismísimo virrey, considerando a los citados contertulios por sus linajes, por sus cargos y  por sus edades. Tampoco cabría la posibilidad que un niño forastero pudiera opinar abierta y locuazmente en asuntos tan delicados. Asegurar esto, consideramos, a despecho de los exagerados deificadores, no resta grandeza al personaje.

Ya 20 de marzo Bolívar retornaría a Veracruz para proseguir su camino del lugar en el que había permanecido un poco más de un mes y medio.

II

Pese a su corta estadía en México a sus 15 años de edad, Simón Bolívar, con el pasar del tiempo, tendría esa magnánima tierra siempre presente. Ese joven mantuano de entonces, a la misma ve que su desempeño alcanzaba repercusiones mundiales, no dejaba de estimar a México como un lugar estratégico para su marcha revolucionaria.

Comprendía el Libertador la complejidad de la rebelión en Nueva España. Estaba al tanto de lo acontecido en septiembre de 1810. Reflexionaba sobre la Suprema Junta Americana en Zitácuaro. También conocía el inquieto estadista sobre el desempeño de José María Morelos e Ignacio Rayón en las transformaciones sociales y políticas en desarrollo. Había leído Bolívar, con las limitaciones informativas de la hora, sobre la Constitución de Apatzingán. Asimismo, El Padre de la Patria había subrayado con bastante énfasis la naturaleza del plan de paz de Zultepec.

En septiembre de 1815, en su afamada Carta de Jamaica, al expresar con gran luminosidad el imperativo de la unidad nuestroamericana, puntualizaba la necesidad de “gobiernos paternales”, para seguidamente tomar a la nación septentrional como modelo de lo que ya vislumbraba: “La metrópoli, por ejemplo, sería México, que es la única que puede serlo por su poder intrínseco, sin el cual no hay metrópoli.” México sería el corazón de la nación de naciones soñada.

Refería proyectivamente el Hombre de las dificultades en su teoría de la liberación que “los mexicanos serán libres, porque han abrazado el partido de la patria, con la resolución de vengar a sus pasados, o seguirlos al sepulcro. Ya ellos dicen con Raynal: llegó el tiempo, en fin, de pagar a los españoles suplicios con suplicios y de ahogar a esa raza de exterminadores en su sangre o en el mar”.

En su análisis justipreciaba muy bien el Libertador el uso político de los mexicanos de Quetzalcóatl y del culto guadalupano, además, hacía una defensa a Moctezuma, víctima del trato inhumano de Hernán Cortez. Igualmente denunciaba el destino de Cuauhtemotzin, y  Calzonzin, sufrientes de todo un genocidio producto de la invasión hispana siglos atrás. No olvidemos que Bolívar conocía al dedillo la obra de fray Servando Teresa de Mier, titulada Historia de la Revolución de la Nueva España.

En 1818 el Libertador reclutaba a un veracruzano para su empeño integracionista, hablamos de  Miguel de Santa María, quien cuatro años más tarde sería destinado a representar Colombia, la grande, ante un México en convulsión.

En su intercambio epistolar con José de San Martín Bolívar no escondía su profunda preocupación por el rumbo de la nación mexicana posterior al rompimiento con la corona española. No obstante, consideraba que, pese a la impronta de Fernando VII, su élite gobernante hallaría el camino a la liberación, hecho que se concretaría el 27 de septiembre de 1821.

La Independencia de México fue muy celebrada por El Libertador, quien desde Cúcuta felicitaba a esa gente guerrera y a su líder, Agustín de Iturbide: “El pueblo mexicano, siempre de acuerdo con los primeros movimientos de la naturaleza, con la razón, con la política, ha querido ser propio, no ha querido ser ajeno”.

Tempranamente habría cierta decepción de Bolívar: México doblaba por la senda del  monarquismo. Iturbide, ya desechada la idea colonialista de traer una corona extranjera, se autoproclamaba rey.

 III

México en Bolívar era de vital importancia para la causa independentista. El envío al país norteño en marzo de 1822, de un Ministro Plenipotenciario, el veracruzano Miguel Santa María, lo decía todo. Entre los propósitos que anhelaba el Libertador se encontraban el reconocimiento de la República de Colombia, y la rubricación de un Tratado de Unión, Liga y Confederación Perpetua entre México y Colombia, respectivamente. El primer objetivo se concretaría el 27 de abril de 1822. El otro, pasaría un año y medio  bajo otras circunstancias para hacerse realidad. Era un momento difícil para el Hombre de las dificultades: Agustín de Iturbide se ponía la corona, ahora era Agustín I.

Sin embargo, el republicano Santa María desaprobaba ese Primer Imperio Mexicano. Sus reuniones con diputados desafectos le costaría la expulsión del territorio antes de terminar el año. Pese a eso, se mantendría en la región posiblemente colaborando con la causa antimonárquica. Una vez depuesto Agustín Iturbide Santa María reactivaría, con el emergente gobierno provisional, la idea  del Tratado de Unión, Liga y Confederación Perpetua entre México y Colombia. Se materializaría esta iniciativa  el 3 de octubre de 1823.

Insistimos: si bien no hay certeza de que Santa María haya tomado partido en los actos sediciosos contra el Imperio Mexicano, todo parece indicar que indirectamente que sí. En el Plan de Casa Mata, que fue puente entre la monarquía y la república mexicana de 1824, cuyo primer mandatario sería Guadalupe Victoria, el jalapeño fungiría como propagandista.

Fue en este marco que  Fray Servando Teresa de Mier, en pleno Congreso Constituyente,  propondrá a Simón Bolívar como ciudadano mexicano. La fecha: 13 de marzo de 1824.

Como dijimos, ante este hecho de gran carga simbólica -con urdimbres ideológicas y geopolíticas-  la palabra la tendría el diputado de Nuevo León, quien atraído por las proezas del revolucionario caraqueño exhortaría a favor de esta importantísima moción. Citemos completo esta pieza que ahora cumple dos siglos:

“Señor: Hay hombres privilegiados por el cielo para cuyo panegírico es inútil la elocuencia, porque su nombre solo es el mayor elogio. Tal es el héroe que en los fastos gloriosos del Nuevo Mundo ocupará sin disputa el primer lugar al lado del inmortal Washington: Por esta señal inequívoca todo el mundo conocerá que hablamos de aquel general que, contando las victorias por el número de los combates, destrozó el envejecido cetro peninsular en Venezuela, su patria, en Cartagena, Santa Martha, Cundinamarca, Quito y Guayaquil, con las cuales formó la inmensa República de Colombia. Hizo más: se venció a sí mismo, depuso voluntario su espada triunfante a los pies de los padres de la patria que reuniera para constituirla y se constituyó su primer súbdito, rehusando con empeño todo mando; de aquél hablamos que reasumiéndolo por obediencia, sin ficción, está ahora triunfando en el país de los incas, de las últimas esperanzas de la soberbia española; de aquél hablamos, en fin, a quien las Repúblicas de la América Meridional unas tras otras, han nombrado sin miedo su dictador, porque el cúmulo eminente de sus virtudes aleja toda sospecha de abuso y despotismo. Tal es el excelentísimo señor don Simón Bolívar, Presidente de la República de Colombia, Gobernador Supremo del Perú, llamado con razón El Libertador, admiración de la Europa y gloria de la América entera. Por sus tratados de íntima alianza entre todas las Repúblicas de América, ya es y merece serlo ciudadano de todas. Pedimos, pues, que Vuestra Soberanía declare solemnemente que lo es de la República de México en lo que creemos recibir aún más honor que a él pueda conferirle este título; por lo mismo haríamos agravio a Vuestra Soberanía altamente penetrada de reconocimiento y estima por los servicios patrióticos, valor y virtudes del héroe, si para tal declaración exigiésemos las fórmulas comunes; aquí todo debe salir de lo ordinario y suponemos que la aclamación unánime del Soberano Congreso de Anáhuac es la sola vía digna del héroe inmortal que Vuestra Soberanía va a declarar ciudadano de la República Mexicana. El diploma y la manera de entregarlo serán igualmente dignos del ciudadano y de la magnificencia de su nueva patria.”

Reza el importante documento que esta decisión fue apoyada por los señores “Marques, Gómez Farías, Osores, Barbabosa, Guerra (D. José Basilio), Saldivar, Rodríguez, Paredes, García, Marín, Seguin, Paz, Ximénez y Ahumada”. Esta propuesta sería aprobada cuatro días más tardes, el 17 de marzo de 1824.

Todavía se ignora la contestación del Libertador a la magna iniciativa  mexicana. Tampoco se está al tanto si el diploma fue visto  por el Hombre de las dificultades. Lo más seguro sería su complacencia por el gesto de un pueblo revolucionario hacia un héroe que todavía tiene gran vigencia.

¡Sirvan estas líneas para agradecer -en pleno bicentenario del nombramiento de Bolívar como ciudadano mexicano- a la histórica solidaridad del pueblo de Benito Juárez por las justas causas de lucha del pueblo venezolano ayer, hoy y siempre!

T: Alexander Torres Iriarte/ Historiador, docente, escritor y ensayista venezolano.

 

 

 

 

 

 

 

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