Cada día las consecuencias del negocio de la violencia se expanden exponencialmente a nivel mundial y no existe espacio en el que el culto a la violencia no deje heridas económicas, políticas o psicológicas irreversibles. Lo disfracen como lo disfracen.
En el año 2023, el costo estimado de la violencia sobre la economía mundial fue de $19.1 billones, lo que representa 13.5% del PIB mundial o alrededor de $2.380 por persona. Más de 74% de este impacto económico se atribuye a los gastos militares y de seguridad interna, siendo el gasto militar específicamente responsable de $8.4 billones del total. Se estima que en 2023 el gasto militar mundial superó los 2,4 billones de dólares[1]. Alrededor de 37,5% de este monto provino de Estados Unidos, así este país se consolida como el de mayor inversión militar a nivel global. Tal espanto económico afecta tanto a los países en “conflicto” como a aquellos que padecen altos niveles de criminalidad.[2] “El objetivo es crear un ‘cuerpo dócil’ que pueda ser sometido, utilizado, transformado y mejorado”, Michel Foucault.
Destacan en la “economía de la violencia”, no sólo la fabricación de armas y las mafias de la “seguridad privada”, sino también la producción mediática, que pone su “grano de arena” en la producción, distribución y fetichismo de contenidos violentos. Con ingresos que superan los $70.000 millones anuales, las empresas de armas como Smith & Wesson y Sturm, Ruger & Co. dominan el mercado. En el año 2023, la violencia armada causó cerca de 47.000 muertes, lo cual refleja la magnitud del impacto generado por esta industria. La “seguridad privada” como protección de propiedades comerciales, transportes y eventos, ingresa cifras que rondan $46.000 millones; son Allied Universal y G4S, cuyas ganancias florecen gracias al aumento, no poco sospechoso, de conflictos diferentes en áreas urbanas y corporativas. Todo convertido en divertimento.
A eso hay que añadir el contenido violento en películas, videojuegos que ha generado ingresos de más de $180.000 millones anuales a nivel mundial. Todo empeorado por contratistas militares y de defensa como Lockheed Martin y Raytheon, que producen armamento avanzado, sistemas de defensa y equipos de guerra, con contratos del gobierno de Estados Unidos. Si algo faltaba era la mano de la industria de “seguros” y “gestión de riesgos”, que bajo el pretexto del aumento de “disturbios civiles” y episodios provocados por la violencia, alcanzaron cifras récord. Estos negocios reflejan la violencia del capitalismo y su mercado del conflicto.
Estas cifras y análisis sobre el impacto económico de la violencia provienen de organizaciones especializadas en temas de paz y economía, como el Institute for Economics and Peace (IEP) y el Foro Económico Mundial (WEF). Cada año, el IEP publica el Global Peace Index, un informe que evalúa el costo de la violencia en el mundo. Para 2023, el IEP calculó que la violencia costó $19.1 billones, destacando que más del 74% de ese gasto se destinó a seguridad militar y policial. “El siglo XX es el más mortífero de la historia”, Eric Hobsbawm.
Esa violencia, entretenida y alienante, viene de no pocas películas y series televisivas que han tenido gran impacto cultural y en la industria de la guerra ideológica, según múltiples estudios y análisis. “La violencia estructural es silenciosa, no se nota, es esencialmente estática, son aguas tranquilas”, Johan Galtung. Hay ejemplos a raudales de temas oscuros como el caos y la moralidad, reflejados a través de algún villano que suele convertirse en héroe. Fetichizan el nihilismo y el deseo de destrucción a través de una serie de violentos enfrentamientos para comerciar con complejos y traumas. Suelen ser apología del racismo y la violencia extrema, explícita y con no poca brutalidad. Violencia explícita, que incluye escenas de batallas sangrientas y actos de tortura, especialmente en los contextos de poder y lucha por el dinero. Es deshumanización e inmoralidad en tiempos de crisis capitalista. Toda esta violencia no sólo es un decorado narrativo, refleja la ideología de la clase dominante, sociópata y destructora del planeta, de la economía, de los valores y los principios… de la especie humana.
No importa cuántas teorías y movilizaciones hemos desplegado contra la violencia-mercancía y contra sus efectos en la cultura, es un reto inmenso transformar una “cultura de violencia” en una “cultura de paz”. Es falso que la violencia sea inherente a la naturaleza humana y por eso las culturas de violencia deben ser sometidas a una crítica severa comenzando por transparentar su financiamiento.
¿Qué sentido tiene? Hay que denunciar, combatir y superar el negocio de la violencia mediante la educación semiótica emancipadora y el respeto riguroso, y politizado, de los derechos humanos. Especialmente en el papel tóxico que vienen desempeñando los monopolios de la comunicación y la cultura que juegan un rol crucial en la formación de las mentalidades violentas y destructivas. No contentarnos sólo con denunciar o describir los efectos de la violencia en la cultura a través de sus negocios clave, centrados en vender todo tipo de odios y armas para “desahogarse”. Frenemos la normalización de la violencia, y su educación para la derrota de la moral social y sus organizaciones. Frenemos las políticas cómplices de algunos gobiernos que nada hacen para combatir la andanada de violencia mercenaria que transita frente a sus narices.
Hay muchas maneras de vivir sin violencia y de resolver conflictos de manera fraternal, social y pacífica, con respeto, cooperación entre las diversidades de los grupos sociales. Se necesita un esfuerzo humanista y político de nuevo género, una revolución de la conciencia, una ética distinta para construir una cultura que valore el respeto mutuo y los derechos humanos. Avanzar hacia una cultura de paz basada en la justicia social y en la educación para la fraternidad mediante la colaboración internacional. Mientras tanto, y según datos del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI), el negocio militar global tiene una proyección nefasta hacia 2025 ya que varios países han incrementado significativamente sus presupuestos. El negocio de la violencia es cada día más violento. Y lo financiamos entre todos con nuestros impuestos.
T: Fernando Buen Abab. Intelectual y escritor mexicano. Licenciado en Ciencias de la Comunicación, Master en Filosofía Política y Doctor en Filosofía/ AlmaTV Plus