
La revolución mexicana de 1910 sería un punto de inflexión en la historia de la nación norteña, asimismo, una ruptura justa de emular en otras latitudes.
Como vendaval de profundas transformaciones el pensamiento político mexicano no podía quedar ileso: una revisión de procesos, corrientes y personalidades retomaban inusitada importancia en un ambiente de instituciones empecinadas en darle un nuevo significado a la mexicanidad eruptiva.
Hablamos de una escena estelar: una realidad inédita ayuna de ideas que aguas abajo permitieran la renovación urgente de todas las esferas de la vida social. Esta emergencia de viso democratizador traería la figura de Simón Bolívar con un corte nada conservador, como por algún tiempo lo habían confinado los acólitos del liberalismo y del positivismo del siglo XIX en el lar lindo y querido.
El Libertador, alimento ideológico
Pensadores, políticos y publicistas de distintos signos encontrarían en el Libertador alimento ideológico contrastante con cualquier fórmula oligárquica o tiránica existente en la patria de Benito Juárez. Isidro Fabela, Venustiano Carranza, Lázaro Cárdenas, Manuel Gamio, José Vasconcelos -entre muchos otros-.
Quienes, con sus particularidades y acotados a sus lugares de enunciación, hallaron en las huellas del Hombre de las dificultades una veta digna de retrotraerla en un país de apremiantes demandas seculares.
De tal modo que, contrarrestar el determinismo geográfico y contradecir el eurocentrismo hegemónico -abierto o soterrado- sería la titánica tarea que intelectuales nuestroamericanos debían acometer, encontrando en el Padre de la patria una estampa de ineludible y estratégica significación.
Por supuesto, en este discurrir de horizontes teóricos y doctrinales propios, la tesis del mestizaje sería defendida para contrapuntear los postuladores sarmientinos sobre la presunta inferioridad americana hija de las estirpes española, indígena y negroide.
Es muy representativo en este sentido los aportes del antes mencionado, el polémico José de Vasconcelos, a la hora desenfundar la espada bolivariana para enfrentar las posturas supremacistas dominantes de las centurias pasada y antepasada. De allí que, la añorada unidad debía ser mediante la “raza” para vencer el burdo imperialismo septentrional de su hora.
Bolivarianismo y monroismo
En su libro Bolivarismo y monroismo publicado en 1933 Vasconcelos afirma: “llamaremos bolivarismo al ideal hispanoamericano de crear una federación con todos los pueblos de cultura española. Llamaremos monroismo al ideal anglosajón de incorporar las veinte naciones hispánicas al imperio nórdico, mediante la política del panamericanismo”.
Ya el escritor mexicano hacía una clara distinción entre términos confundidos convenientemente, -sin obviar que, primero el Libertador, y posteriormente, José Martí habían demarcados tamañas diferencias- sabiendo separar el talante emancipador del proyecto bolivariano del plan intervencionista de los hijos de Washington.
Si bien José Vasconcelos con una interpretación muy idealista, -su máxima “Por nuestra raza hablará el espíritu” ya era de uso común- no escapaba de una especie de “racismo a la inversa”.
Al instante de combatir el expansionismo estadounidense, con las limitaciones propias de su formación y temperamento, daba un paso a favor del nacionalismo latinoamericanista tan necesario para la época y para la región donde le tocaría incidir.
T/Alexander Torres Iriarte